En defensa del neoliberalismo

 

La promesa de la libertad

FOUAD AJAMI

Algunos dicen ahora que un pueblo dirigido durante más de tres décadas por  Yasser Arafat, un hombre que esquivó toda responsabilidad moral y política durante su vida, ha fracasado en una gran prueba democrática. No era una opción agradable la que se le presentó al pueblo palestino en sus elecciones: de una parte la autocracia secular del saqueo y el engaño representada por los herederos de Arafat, y del otro la cruel utopía de los terroristas de Hamas. A esto conducía la historia palestina. Desde que los palestinos salieron a la calle después de 1948, nunca les han dejado conocer la verdad política. El sionismo había construido un nuevo mundo al oeste del río Jordán, pero el nacionalismo palestino insistía en podía ser obliterado.

Un intelectual árabe de clara inteligencia, el historiador marroquí Abdullah Laroui, captó la lógica de este rechazo al veredicto de la historia. "Cierto día," creyeron los palestinos, "todo será obliterado e instantáneamente reconstruido y los nuevos habitantes abandonarán mágicamente la tierra que habían conquistado; de esta forma habrá justicia para las víctimas, en el día en que la presencia de Dios vuelva a hacerse sentir." Por consiguiente, no hay nada nuevo ni peculiar en el rechazo de Hamas a reconocer la legitimidad del estado judío. Sus predecesores seculares y sus alternativas no habían sido mucho más realistas.

Lo que ha sucedido en Gaza y la Margen Occidental no ha sido una derrota de la “diplomacia de la libertad” del presidente Bush. Alegar que el presidente ha perdido por haber apostado a la democracia árabe es superficial y partidista. Los palestinos votaron, con una mezcla de incoherencia y justa cólera, contra una clase política que no les ha dado sino falsa jactancia y maximalismo. Durante décadas, el mundo exterior había demandado muy poco de los palestinos. Arafat, el Máximo Líder de su movimiento, nunca había tenido sentido de responsabilidad histórica y siempre hubo poderes dispuestos a rescatarlo, a pasar por alto sus actos de terrorismo, a subsidiar la economía de extorsión y a permitirles saquear, a él y a sus lugartenientes, los cientos de millones dados en ayuda a Palestina tras los acuerdos de Oslo.

Fue con esa ruinosa indulgencia hacia los palestinos con lo que George W. Bush iba a romper en el verano del 2002, cuando le dio a los palestinos la promesa del apoyo americano a cambio de renunciar al terrorismo. Mientras que durante los años de Clinton la diplomacia americana había querido ignorar el cínico uso que hacía Arafat del terrorismo, Bush lo declaró totalmente inaceptable. Llamarse “víctimas” ya no iba a absolver a los palestinos, en lo adelante serían responsables de su política y de su historia. Ha sido duro para los palestinos ajustarse a este cambio pero no hay duda de que una cierta medida de realismo ha entrado en su mundo. Los árabes, que le habían dado a los palestinos todo y nada al mismo tiempo, se fueron alejando de la causa palestina. El centro de gravedad político se trasladó del Mediterráneo al Golfo Pérsico. Ramala tenía poca importancia en comparación con el Golfo y con la lucha entre las fuerzas del orden y el fanatismo religioso en la península arábiga. El romance de los “niños de las piedras” empezó a perder encanto. Poco sentimental, la sociedad árabe, en el medio de otra bonanza petrolera, buscaba una tregua de las furias religiosas y políticas. En la península arábiga y el Golfo había fiebre de la Bolsa. Los dolores de los palestinos no iban a seguir dominando las vidas de los otros árabes.

De las furias y las ruinas de la segunda intimada, la sociedad palestina había salido con las manos vacías. Lo único que tenía a su favor era la histórica decisión de la dirección política de Israel de terminar con la carga moral y política de la ocupación, y de terminar con su vinculación con los palestinos. El más inesperado de los líderes políticos, Ariel Sharon, antes de caer enfermo, había recogido el manto del difunto Yitzhak Rabin. Era hora de sacar a Gaza de Tel Aviv, y hora de dejar que los palestinos conformaran su propio mundo político. El heredero político de Arafat, Mahmoud Abbas, trataría de sacar a su pueblo de la adicción al fracaso y al maximalismo. Era el ordinario dirigente de una era post-heroica; no usaba kaffiyeh ni tenía pistola al cinto. No estaba fascinado con su imagen. El problema era su debilidad. Había prometido cerrar el volcán de la calle árabe. Había proclamado Una Ley, Una Autoridad, Un Arma. Pero la cultura política del nacionalismo palestino había sucumbido al romance de la violencia, a la autoridad del rifle. Abbas no pudo cumplir sus promesas. Los señores de la guerra de los servicios de seguridad y los fanáticos de Hamas eran dueños de sus propios dominios. 

La sociedad palestina que fue a las últimas elecciones no podía llegar a ninguna parte. ¿Cuál exactamente era la diferencia entre los enmascarados de Hamas y los enmascarados de la Brigada de Mártires Aqsa de Al Fatah? Dos terroristas convictos, Marwan Barghouti y Abu Ali Yatta, encabezaban la lista de Fatah. En conjunto, el electorado palestino votó por 14 miembros del Parlamento que están en prisión. Los palestinos alegaban estar listos para un gran compromiso con Israel, pero votaron a favor de hombres y mujeres comprometidos con negar la historia. Ningún movimiento nacional puede liberarse de la lógica de sus propias opciones. El 24 de junio, 2002, el presidente Bush les había dado a los palestinos el equivalente de su propia Declaración de Balfour: La diplomacia americana apoyaría la "creación de un estado palestino" siempre que los palestinos optaran por una dirección "sin vínculos con el terrorismo." En una ruptura histórica con la política del mínimo común denominador, los palestinos fueron confrontados con la realidad de su mundo. "Ustedes merecen democracia y el imperio de la ley. Ustedes merecen una sociedad abierta y una economía próspera," les dijo Bush a los palestinos. La puerta que la diplomacia de Clinton le había abierto a Arafat fue cerrada con un portazo, como tenía que ser en medio de una campaña contra el terrorismo.

No tenemos que desesperarnos ante la opción palestina en las elecciones. Es coherente con una larga historia de escapismo político. Ahora los palestinos van a tener que vivir con la opción que han hecho: hay que dejar sus líderes en la cárcel y que los dirigentes de Hamas en sus escondrijos de Damasco, decidan el destino de Palestina. A su manera, los palestinos son amigos de apropiarse de los temas de la historia sionista, y de la gran historia sionista de dispersión y renacimiento. Pero el sionismo giraba sobre la auto-ayuda y el sentido del límite. El sionismo triunfó echando de lado a los ideólogos impacientes con el compromiso histórico. El contraste entre el sentido del límite del legendario Chaim Weizmann diciendo que los sionistas se transarían por un estado "del tamaño de un mantel" con la insistencia de Hamas – y de  Fatah también – de que toda Palestina, min al-nahr ila al-bahr, del río al mar, pertenece a los palestinos es evidente. A esa luz, el resultado histórico de la lucha de los dos nacionalismos es fácil de entender. 

No fue ingenuidad histórica lo que dio nacimiento a la campaña de la administración de Bush por una democracia en las tierras árabes. En realidad, fue una cruel necesidad, porque la campaña nació de los terrores del 9/11. Estados Unidos había hecho un acuerdo con las autocracias árabes, y el acuerdo había fracasado. Eran jóvenes criados en escuelas y prisiones a la sombra de esas mismas autocracias los que vinieron a EEUU el 9/11. Se nos había dicho que había que optar entre las autocracias o el terror. Ahora sabemos que las autocracias y el terror son hermanos gemelos, que los gobernantes en las tierras árabes eran hombres astutos que desviaron las furias de sus pueblos hacia otras tierras y otros pueblos. 

Esto ha sido la verdad que el presidente subrayó en su histórico discurso en el National Endowment for Democracy del 6 de noviembre, 2003, proclamando este prudente wilsonianismo en tierras árabes: “Que las naciones occidentales lleven sesenta años excusando y acomodando la falta de libertad en el Medio Oriente no ha hecho nada por nuestra seguridad. A largo plazo, no se puede comprar estabilidad a costa de la libertad.  Mientras el Medio Oriente permanezca un lugar donde no florezca la libertad, seguirá siendo un lugar de estancamiento, resentimiento y exportación de violencia." Nada de lo que ha sucedido en Palestina, nada de lo que ha sucedido en Irak y poco de lo que ha sucedido en otros países árabes niega la verdad esencial de este esfuerzo por impulsar la reforma democrática. Los "realistas" nos dicen que todo está condenado, de que se impondrán las leyes de la gravedad de la región, de que la autocracia, profundamente enraizada en los territorios árabe-musulmanes, terminará por mantener su predominio. El liberalismo moderno se ha unido a este realismo barato y, empujado por su hostilidad contra el líder de EEUU, que está encabezando esta campaña por la libertad, ahora afirma que el autoritarismo está indisolublemente empotrado en la sociedad árabe. 

Más allá de Palestina, los escépticos critican Irak y lo esgrimen con su gran ejemplo de la dificultad de injertar la democracia en el mundo árabe.  "Las políticas tribales," nos dicen, se impusieron en las elecciones iraquíes del 15 de diciembre, y los iraquíes votaron según líneas sectarias y étnicas. En su variante extrema, el escepticismo sobre Irak señala la victoria de la gran coalición chiíta, la Alianza Unida Iraquí, como prueba de que hay una "república islámica" agazapada en el futuro de Irak...

Admitiendo la derrota del secularismo chiíta, las elecciones confirmaron el pluralismo y la diversidad de Irak. Los kurdos permanecieron con sus líderes, los árabes sunitas votaron por los elementos rehabilitados del Partido Baath y para los islámicos que habían surgido como los portaestandartes de esa comunidad, la Alianza Unida Iraquí barrió el centro territorial chiíta en el sur y en la parte media del Eúfrates, y prevaleció en Bagdad. Los líderes de la gran lista chiíta fueron astutos en el juego político; hicieron campaña bajo la bandera del Gran Ayatola Ali Sistani, aunque éste hubiera declarado que iba a mantenerse fuera de la lucha electoral. Los chiítas fueron víctimas de una campaña de terror y de insultos, y buscaron refugio en esa identidad chiíta. Votaron por una gran alianza que los representaría en esta época de discordia. Pero la Alianza Iraquí Unida es una casa de muchos cuartos, y no había terminado las elecciones cuando ya empezaba la lucha interna chiíta por la primacía y por el botín. En todo caso, la Alianza Iraquí Unida ha augurado 128 escaños en un parlamento de 275 miembros, muy lejos del control político total. Sus dirigentes tendrán que luchar para organizar una coalición gobernante. Les hará falta el consentimiento de los kurdos y los árabes sunitas.

En las elecciones iraquíes no se percibió ninguna demanda de teocracia, y la república teocrática es sólo un espantapájaros. Cuando uno vuela de Bagdad a Kurdistán, como yo hice el mes pasado, el viajero recibe la impresión de que ha atravesado países, y estados mentales diferentes. Los montañas cubiertas de nieve, su mismo tamaño y soledad tras la congestión de Bagdad, la particularidad del modo de vida kurdo y el mismo lenguaje, todo es una barrera contra ese estado monolítico y autoritario que ha destruido al mundo árabes. 

La guerra en Irak ha destruido para siempre ese estado despótico, y la clase política iraquí está muy ocupada ensamblando las piezas de un gobierno de unidad nacional. El que está negociando en el centro de este objetivo es el notable Jalal Talabani, el presidente del país y, sin duda, el jefe de estado más democrático y cultivado de la región. Hubo lamentos de irregularidades en las elecciones pero ahora los iraquíes ven el voto como el árbitro de la vida nacional. (El petróleo, los colegios electorales y poder americano mantienen unido a Irak, y las elecciones son el regalo de EEUU a Irak y la clave de nuestra salida del país.) Este gobierno que se está organizando tendrá defectos y problemas pero las principales comunidades del país lo considerarán como suyo. Pudiera tener un presidente kurdo, un primer ministro y un ministro del Interior chiíta, un sunita en el ministerio de Defensa y así sucesivamente. Pero estos son los compromisos de la vida política, y son algo mejor de lo que existe en los países que rodean a Irak.

Hasta aquí, habíamos absuelto al mundo árabe de las leyes del progreso histórico. Hemos abandonado ese  lamentable "excepcionalismo." Explicamos nuestra complicidad en su decadencia histórica como el precio a pagar por el acceso a su petróleo, y como la indulgencia debida a ciertas inmutables tradiciones "islámicas". Para ser justos, nunca pudimos tomar contacto con sus clases políticas porque eran herederas de una tradición política viciada. Ahora el poder americano se aventura en un territorio desconocido, hemos estremecido este mundo, y hemos roto el pacto con las tiranías. A la sombra del poderío americano, hombres y mujeres que sólo habían conocido el capricho de sus dictadores y la charlatanería de sus intelectuales, han salido a proclamar que la tiranía no es una fatalidad ni está “escrita” en su destino. 

El voto no es infalible, y en Palestina ahora hemos visto que refleja los atavismos de esa sociedad y la revuelta contra los bandidos que han utilizado el disfraz del secularismo. Pero no podemos escondernos tras la "antropología" y el relativismo moral y político. Ya no podemos alegar que esta es la Arabia eterna. Hemos echado a andar la historia en la región e inclusive donde el voto no ha llegado –en la Península Arábiga para ser exactos – se puede percibir una brisa de mejoría humana e histórica. 

La beligerancia rampante en la península hace dos o tres años parece haberse suavizado ahora, en lo que nuevas ideas de tolerancia luchan por echar raíces. La afirmación de George W. Bush de que el despotismo no tiene que ser el destino árabe se refiere al único vínculo entre los Estados Unidos y el mundo árabe. En su optimismo, esta diplomacia de la libertad recuerda aquel breve momento tras la Gran Guerra cuando los 14 Puntos de Woodrow Wilson levantaron la promesa de la libertad en esas tierras árabes y musulmanas. Es cierto que hay muchos árabes enemigos del mensaje, y del mensajero americano, y que nuestros reporteros saben llegar a ellos. Pero ellos no reflejan el amplio reclamo de una nueva forma política. Hemos tenido paciencia con la tiranía durante décadas. Ciertamente que también debíamos tenerla con el largo camino hacia la libertad.

Mr. Ajami, Majid Khadduries profesor y director del Programa de Estudios del Medio Oriente de la  Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad de Johns Hopkins,es el autor de, entre otros libros, de "Dream Palace of the Arabs: A Generation's Odyssey" (Vintage, 1999).