En defensa del neoliberalismo
 

La revista Commentary está publicando un simposio sobre:
 ¿Qué tipo de guerra estamos librando y podemos ganarla?

           Neoliberalismo les ofrece una síntesis.

 

Fouad Ajami

Considero acertada la caracterización que ha hecho Norman Podhoretz de la guerra contra el radicalismo islamita como IV Guerra Mundial .No discrepo de su descripción, sino la acepto por ser pedagógica y constituir una exhortación y un llamado a la vigilancia. Los islamitas radicales han sido enemigos taimados del orden.  Le han declarado nada menos que una guerra implacable a la presencia norteamericana en el mundo árabe islámico, y hay que enfrentarlos por constituir una amenaza.

No se les puede ceder la región que impugnan —el centro árabe y persa del mundo islámico— debido a la evidente importancia que tiene para la economía global. Un desafío de esta magnitud tiene que ser derrotado totalmente.  Es un lugar común —aunque “flojo” en lo fundamental— decir que esta es una guerra de ideas cuyo objetivo es ganar los corazones y las mentes de las poblaciones de la región.  Lo que ocurra en el campo de batalla resolverá este gran enfrentamiento.  Los corazones y las mentes serán un reflejo del desenlace militar y seguirán a los vencedores.

El debate sobre los orígenes y la legitimidad de la guerra de Irak no tiene fin.  En mi opinión, se trata de una guerra justa y noble que libra un líder norteamericano predestinado a enfrentarse a los problemas y las malignidades del mundo árabe islámico. En el año 2003, cuando apretamos el gatillo, Irak se convirtió en el frente central de la guerra contra el terror.  De haber fallado allí, nuestros enemigos se habrían envalentonado desmesuradamente, y el mundo habría considerado nuestro fracaso como una prueba de que la marea de la historia se había vuelto contra nosotros.

Irak nos ha costado caro, pero defendimos las posiciones norteamericanas en la región y dimos prueba de que no nos escondíamos y de que creíamos que hay cosas por las que vale la pena combatir.  Los déspotas de la región fingieron que no les interesaba la suerte de los brutales hijos de Sadam ni la ejecución de este.  Pero no cabe duda de que estos regímenes personalistas recibieron el mensaje.  Los sacrificios en Irak pagan dividendos en los países vecinos suyos.

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 Hemos actuado razonablemente bien a partir del 11 de septiembre.   Estados Unidos  es flaco de memoria, y los recuerdos de esa fecha se desvanecen sin cesar.  Existe la convicción creciente de que este día no fue más que un solo día luctuoso, y que la licencia que el más liberal de los liberales dio entonces a nuestro gobierno debe retirársele.  La vigilancia que nuestro país autorizó después del 11/9 se califica ahora de intromisión excesiva propensa a la paranoia.

Mucho desearía ver una valoración más crítica del papel de Egipto y de los egipcios en los antecedentes del 11/9. Se trata de un país que está en la nómina de Estados Unidos, de un régimen que se encuentra en la órbita del poder norteamericano.  Pero Egipto nos ha estado engañando.  Cobra las monedas de Estados Unidos, pero marcha con sus enemigos. Estamos necesitados de un análisis más sustancioso de la profundidad del radicalismo egipcio y de la habilidad de ese régimen despótico para dirigir la ira de su población frustrada contra Estados Unidos.  Además, es necesario responder debidamente al régimen de Hosni Mubarak

Reconozcamos los méritos de Bush: rompió con el realismo de Scowcroft y con la gente de James Baker.  Su discurso del 6 de noviembre al National Endowment for Democracy seguirá siendo, durante décadas, una noble declaración norteamericana.  Contiene un asombroso mea culpa:

Sesenta años durante los cuales las naciones occidentales justificaron y fueron complacientes con la falta de libertades en el Oriente  no lograron hacernos más seguros, ya que, a la larga, la estabilidad no puede comprarse a costa de la libertad.  En la medida en que el Oriente Medio siga siendo un lugar donde no florece la libertad, no dejará de ser una zona de estancamiento, resentimiento y de exportación de la violencia. 

Fue esta declaración, además de la extensa campaña de Bush en defensa de la democracia, la que inspiró la Revolución de los Cedros en el Líbano, que libró al país del cautiverio largo y cruel a que lo sometió Siria; fue este empuje el que otorgó continuada justificación a la guerra de Irak después que la búsqueda de armas de destrucción masiva fracasó. La verdad histórica de la declaración de Bush es indiscutible.

Natan Sharansky quizás está en lo cierto cuando señala que Bush, al perseverar en lo que cree, es un hombre solitario incluso dentro de su propio círculo de poder.  Para llegar a esa creencia Bush no necesitó grandes conocimientos de teoría política.  Captó intuitivamente el nexo entre autocracia y terror.  Los argumentos de Norman Podhoretz en favor de la libertad nos permiten ver con claridad ese panorama.  La política de la democracia puede ser  complicada y la de las nuevas democracias más complicada aún.  Pero debemos tener valor para correr los riesgos de la libertad.

Supongo que será en Irak, un terreno áspero y difícil, donde la proposición [de Bush] en defensa de la libertad se pondrá a prueba.  Pero Bush lanzó los dados de la historia.  Envió a los árabes un mensaje respetuoso: no necesariamente el despotismo es algo “escrito” al que ustedes están predestinados para siempre.


 Fouad Ajami es director de los Estudios del Oriente Medio en la Nitze School of Advanced International Studies perteneciente a la Universidad Johns Hopkins.  Es autor del libro The Foreigner’s Gift: The Americans, the Arabs, and de Iraqis in Iraq (Free Press)

Traducción: Félix de la Uz