En defensa del neoliberalismo

 

Los que siempre le echan la culpa de todo a Estados Unidos

 

Michael Barone
Lunes
, Marzo 19, 2007

"Siempre le echan la culpa de todo a Estados Unidos." Eso dijo Jeane Kirkpatrick, describiendo a los "demócratas de San Francisco" in 1984. Pero lo mismo se pudiera decir de muchos americanos de hoy, especialmente de los que tienen un alto nivel educativo.  

Al evaluar los problemas que hay en el mundo, parecen partir de la suposición de que nuestra posición siempre es errónea. Esa “nuestra posición” puede tomar diferentes formas: puede ser la del gobierno de Estados Unidos, la de la enorme clase media americana, la de los blancos, la de los que tienen dinero, la de los que van a la iglesia o la de los países de habla inglesa. Como quiera que sea, esos grupos son vistos como privilegiados y egoístas, prejuiciados, intolerantes y violentos. Si algo malo sucede, antes de ningún análisis concreto, se da por descontado que la culpa es suya. Estados Unidos siempre es el culpable.

¿De dónde sale esta suposición? Y ¿por qué es tan prevaleciente entre nuestras clases ricas y educadas?  A mi juicio, esto surge de nuestras escuelas y, especialmente, de nuestros colleges y universidades. Las escuelas están llenas de “liberales” acostumbrados, desde hace mucho tiempo, a considerar a Estados Unidos como una sociedad llena de problemas que hay que resolver. Los colleges y universidades está controladas por los que Roger Kimball llamó “lo radicales inamovibles” (1), gente que ve a este país y a su pueblo como la fuente de todo lo malo que hay en el mundo. 

En las universidades, los estudiantes son bombardeados con feroces críticas contra los “hombres blancos muertos” (dead white males) y exhortados a participar en la deconstrucción de todo el conocimiento del pasado (2).

No lo consiguen plenamente, por supuesto. La mayoría de los estudiantes tienen suficiente sentido común como para comprender que la descripción del mundo que hacen los radicales está totalmente desvinculada de la realidad. Pero esta constante embestida con las ideas de lo verdadero y lo bueno consigue algún efecto. Muchos salen de nuestras universidades con un fuerte prejuicio, sólidamente implantado, contra la sociedad americana. Y, al parecer, lo arrastran durante toda la vida. 

Ese prejuicio los hace creer que ei hay una matanza en Dafur, la culpa es nuestra; si hay ataques terroristas en irak, la culpa es nuestra; si los campesinos en América Latina viven en condiciones deplorables, la culpa es nuestra; si hay cambios climáticos que puedan tener consecuencias adversas, la culpa es nuestra. 

Lo que les ha negado su educación superior es una perspectiva justa de la historia y del papel de Estados Unidos en la misma. Muchos adultos buscan ansiosamente lo que les han negado. Vean, por ejemplo, lo populares que son los libros sobre los Padres Fundadores de Estados Unidos. O lo popular que ha sido el espléndido libro de historiador británico Andrew Roberts, "History of the English-Speaking Peoples Since 1900."

Roberts observa que casi todo los avances de la libertad en el siglo XX han sido hechos por los países de hablan inglesa. Especialmente los americanos pero también los británicos, los canadienses, los australianos y los nuevo zelandeses. Y recuerda lo que los mantuvo y mantiene unidos citando el discurso de Winston Churchill en Harvard, en 1943: "La ley, el idioma, la literatura, todos estos son factores considerables. Los conceptos comunes sobre lo que es correcto y decente, una gran preocupación con reglas justas (“fair play”), especialmente para los débiles y los pobres, un estricta adherencia a la justicia imparcial y, sobre todo, un gran amor por la libertad personal… estas con concepciones comunes a ambos lados del océano entre los pueblos de habla inglesa.’’    

Churchill registró esto en su historia en cuatro volúmenes de los pueblos de habla inglesa hasta 1900: el desarrollo del derecho consetudinario (common law), las garantías de la libertad, el gobierno representativo, los tribunales independientes.

Más recientemente, Adam Hochschild, en su excelente "Breaking the Chains," (Rompiendo las Cadenas) cuenta la historia de los extraordinarios ingleses que, motivados por profundos sentimientos religiosos, persuadieron a Gran Bretaña a que aboliera el tráfico de esclavos y luego la esclavitud misma. Tras una sangrienta lucha, su ejemplo fue seguido por los americanos. Sin embargo, el prejuicio central, la suposición básica de la izquierda, presenta la esclavitud americana como excepcionalmente malvada (que no lo era) e ignora el hecho de que la primera campaña para abolir la esclavitud se hizo en inglés.

El prejuicio central interpreta la historia prácticamente al revés. Sí, es cierto que hay defectos en nuestro pasado. Pero, en lo fundamental, los americanos y los pueblos de habla inglesa han sido luchadores contra la opresión, no explotadores.  

"Hay algo profundamente erróneo cuando la oposición a la guerra de Irak parece inspirar más pasión que la oposición al extremismo islámico" dijo el senador Joseph Lieberman en un reciente discurso. Lo que es profundamente erróneo es que tantos estén partiendo de un prejuicio básico y hayan perdido de vista quienes son nuestros verdaderos enemigos.

Michael Barone es el principal co-autor de The Almanac of American Politics, publicado en el National Journal cada dos años. También es el autor de Our Country: The Shaping of America from Roosevelt to Reagan, The New Americans: How the Melting Pot Can Work Again, el recién publicado Hard America, Soft America: Competition vs. Coddling and the Competition for the Nation's Future.

 

(1) “Tenured radicals”, se refiere a los profesores que son inamovibles, que no pueden ser despedidos, y que están en sus cátedras hasta la muerte.

(2)  Los radicales que dominan en las universidades de Estados, dicen que nuestra cultura está absolutamente prejuiciada porque está dominada por europeos muertos desde hace siglos (dead white males). Estos, por supuesto, incluyen desde Platon y Shakespeare hasta Mozart y Renoir. Segun ellos, la prueba del prejucio es que casi no hay ni mujeres ni negros. Por consiguiente, hay que luchar contra estos prejuicios. destruyendo el prestigio o simplemente ignorando a todas las grandes figuras de la civilización occidental.