En defensa del neoliberalismo

 

El valor de Bolton

 

Ion Mihai Pacepa

Conozco Naciones Unidas como la palma de mi mano. Y tengo buenas razones para creer que nos hace falta un tipo duro como John Bolton para manejar esa burocracia desbocada que se ha vuelto contra el país que redactó el logo de su Carta: “Nosotros, el Pueblo de las Naciones Unidas.”

Pasé 20 años de mi antigua vida como jefe del espionaje comunista, luchando por transformar  la ONU en una especie de república socialista internacional. El bloque comunista dedicó millones de dólares y miles de personas a este gigantesco proyecto. Según la Comisión de Inteligencia del Senado de EEUU, todos los empleados de las naciones del bloque del Este de Europa estaban implicados en espionaje. La tarea de este ejército de espías no era robar secretos sino usar Naciones Unidas para convertir el ancestral odio islámico contra los judíos en un nuevo odio para contra el principal sostén del estado de Israel: los Estados Unidos. La ONU se convirtió en un disco Petri en el que cultivamos una virulenta cepa de odio antiamericano, cultivado a partir de las bacterias del comunismo, el anti-semitismo, el nacionalismo, el jingoísmo y la victimología.

Durante los años en que fui  el Asesor de Seguridad Nacional de Nicolae Ceaucescu, aprendí que no se puede manejar pequeños tiranos con guantes de seda. Hace falta un puño de hierro.

John Bolton no solo actúa enérgicamente sino que consigue resultados.

Prácticamente solo consiguió la revocación de la Resolución 3379 de Naciones Unidas de 1975, que estigmatizaba el sionismo como “una forma de racismo y  discriminación racial”. Esa resolución fue la primera gran “victoria” del bloque soviético en Naciones Unidas. Poco después de su adopción, los comunistas desataron una vitriólica campaña de desinformación presentando a EEUU como un rapaz país sionista dirigido por un ávido “Consejo de Sabios de Sión” (un epíteto insultante contra el Congreso de EEUU) que estaba conspirando para transformar el resto del mundo en un vasallo de los judíos.

La Resolución 3379 de Naciones Unidas duró 16 años, hasta que llegó  Bolton. En diciembre de 1991, este desconocido subsecretario de Estado tuvo el valor de decirle a la Asamblea General de la ONU que había sido manipulada por los comunistas, y pedirles a sus miembros que despertaran. Bolton estaba tan documentado, fue tan audaz y tan  directo que obligó a la ONU a revocar su propia resolución por el cómodo margen de 111 a 25. Hasta mi nativa Rumania, hasta entonces el epitome del comunismo, votó junto con Bolton.

El éxito de Bolton no duró mucho. Aunque la Guerra Fría fue pronunciada “kaput”, no terminó con un acta formal de rendición, como otras guerras, ni con el desarme de los vencidos.

Diez años después del colapso del comunismo, una operación idéntica a la que los comunistas habían planeado en 1975, reapareció en Naciones Unidas. El 31 de agosto de 2001, se inauguraba en Durban, África del Sur, la Conferencia Mundial de Naciones Unidas contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y la Intolerancia para aprobar una ostensiblemente pre-formulada declaración de la Liga Árabe en la que se afirmaba que el sionismo era un  brutal forma de racismo, y que Estados Unidos era su principal defensor.

Los ataques terroristas del 11 de septiembre se produjeron ocho días después de que Estados Unidos hubiera retirado su delegación de Durban, afirmando que esta conferencia de Naciones Unidas “está auto-condenada por haber cedido ante los extremistas”.

Es significativo que el horrible terrorismo de hoy haya dinamizado a los antiguos agitadores pro-soviéticos alrededor del mundo. El caso de   Antonio Negri, un  profesor de la Universidad de Padua que es considerado el cerebro de las Brigadas Rojas de Italia (un grupo terrorista financiado por los comunistas) y que cumplió tiempo en la cárcel por su participación en el secuestro y asesinato del Primer Ministro Aldo Moro, es sólo un ejemplo. Negri fue el co-autor de un libro virulentamente antiamericano llamado Empire, en el que justifica el terrorismo islámico como la punta de lanza de “la revolución posmoderna”  contra la globalización americana, el nuevo “imperio” que según dice, está quebrando naciones estados y provocando un enorme desempleo. El New York Times calificó este Manifiesto Comunista contemporáneo como “el libro popular e ingenioso del momento”.

Es un tema familiar. Durante 27 años de mi antigua vida, participé en la creación de varios Antonio Negris por toda Europa Occidental. Los utilicé para difundir la seductora teoría del determinismo económico, que todavía define la mentalidad de la izquierda europea. Ayudé a escribir la letra de esa canción de sirenas según la cual EEUU, simbolizando a los ricos del mundo, es el responsable de todos los males de la humanidad Conozco bien esa retórica. En la actualidad, estos agitadores de la Guerra Fría resucitados por la ONU de Kofi Annan, me preocupan más que las Kalashnikovs con que nos apuntan los terroristas.

En la actualidad, se considera de mal gusto señalar las fuentes comunistas del antiamericanismo pero la verdad es que el viejo saco de trucos del bloque soviético en Naciones Unidas sigue siendo fructífero. En 2003, la ONU expulsó a EEUU de la Comisión de Derechos Humanos por una cómoda votación de 33 a 3. Para esa época, la Asamblea General de Naciones Unidas ya había aprobado 408 resoluciones condenando a Israel, el único miembro de la ONU que tiene prohibido tener un  puesto en el Consejo de Seguridad. ¿El número acumulativo de votaciones contra Israel desde 1967?  Adivinen. 55,642.

Ahora Annan quiere “reformar” esta Naciones Unidas con la ayuda de los mismos comunistas que la deformaron. El 2 de diciembre de 2004, por ejemplo, Annan  apoyó  vigorosamente las 101 proposiciones del “Panel de Alto Nivel sobre Amenazas, Desafíos y Cambio.” Uno de los principales miembros de este selecto panel era un viejo amigo mío, Yevgeny Primakov, antiguo asesor soviético de inteligencia de Saddam Hussein. Este es el mismo Primakov que durante un tiempo llegó a encabezar el servicio de espionaje de Rusia, y cantar junto a la Secretaria de Estado Madeleine Albrihgt mientras dirigía secretamente, a sus espaldas, el célebre caso de espionaje de Aldrich Ames. Otro destacado miembro es Qian Qichen, un antiguo espía de la China Roja, que trabajó  con cobertura diplomática en el exterior que pertenecía al Comité Central del Partido Comunista cuando éste ordenó la sangrienta represión de la Plaza de Tienamen en 1989, luego llegó al Politburó y a vicepresidente del Consejo de Estado de China. Y luego está Amre Moussa, el secretario general de la Liga Árabe (y un antiguo títere de la KGB), que extraña el balance de poder que proveía la URSS y todavía es incapaz de condenar, por no decir prevenir, el terrorismo.

Este panel recomendó que la ONU se transformara en una organización bienestar social tipo comunista para erradicar la pobreza del mundo y sus principales enfermedades. Para eso, el panel llegó a la conclusión de que había que aumentar significativamente la burocracia de Naciones Unidas y, a esos efectos,  exprimir aún más el tesoro de sus estados miembros. En 1946, el presupuesto de Naciones Unidas era de $21.5 millones. Este año está cerca de los $10,000 millones. Si Annan se sale con la suya, se elevará a más de $30,000 millones el año que viene, puesto que la comisión quiere que los estados miembros  “donen” unos $10,000 millones adicionales para luchar contra el sida y den el 0.7 por ciento de su PNB para reducir la deuda de los países pobres.

La Carta de Naciones Unidas, firmada en 1945, declara que el propósito de la organización es “mantener la paz internacional,” alentar “el respeto a los derechos humanos” y promover “libertad para todos.” 60 años más tarde, el mundo luce muy diferente pero, según Freedom House, unos 2,400 millones de personas “carecen de los más elementales  derechos políticos y libertades civiles.”

El nazismo, el Holocausto  y el Comunismo no fueron derrotados por organizaciones internacionales ni por supuestas comisiones de alto nivel. Fueron derrotados por las acciones militares de Estados Unidos, que ahora están aplastando el terrorismo islámico. Los EEUU, y no Naciones Unidas, inició el actual efecto de domino en el Medio Oriente, un movimiento que ahora está llegando a Ucrania, Georgia y otras antiguas repúblicas soviéticas, mientras que Naciones Unidas está muy ocupado alentando el antiamericanismo.

Estados Unidos es la única fuerza en el mundo que tiene la autoridad moral, la experiencia y la capacidad para reformar Naciones Unidas. Es hora de que Washington vuelva a tomar la iniciativa, como lo hizo al final de la II Guerra Mundial.

El presidente Bush ha dejado bien claro que está interesado en la reforma de NNUU. En septiembre  de 2003, le dijo al Asamblea General de la ONU, “Como signatario original de la Carta de las Naciones Unidas, los EEUU de América están comprometidos con esta organización. Y mostramos ese compromiso trabajando para cumplir con los objetivos declarados de Naciones Unidas, y darle significado a sus ideales.” La  designación de John Bolton como embajador de EEUU ante Naciones Unidas es un paso hacia la realización de ese objetivo. Bolton es un hombre de acción y un impaciente. Si hubiera estado en Naciones Unidas más temprano, seguramente no hubiéramos visto a la dictadura libia presidiendo la Comisión de Derechos Humanos.

Bolton ha dicho que “si el edificio de NNUU perdiera 10 pisos, eso no significaría nada.” Algunos dicen que esta observación lo incapacita para ser embajador ante la NNUU. No estoy de acuerdo. Es todo lo contrario: Bolton comprende la realidad, y Naciones Unidas estarían mucho mejor teniéndolo de embajador allí.

Ion Mihai Pacepa es el oficial de inteligencia de más alto rango que haya desertado del bloque soviético. Su libro Red Horizons se ha publicado en 27 países.