En defensa del neoliberalismo

                                     

 

La visita

 

La visita del Papa Benedicto XVI a Estados Unidos es un evento extraordinariamente positivo. Durante algunos días vamos a estar junto a una figura cuya sola presencia es una denuncia del relativismo cultural, la idea de que no existen verdades morales, sino sólo opiniones. El Papa encuentra en Estados Unidos un país donde, a diferencia de la agonizante Europa, existe una fe dinámica y vital. Infortunadamente, también ha sido el centro de la crisis de los sacerdotes pederastas, que ha dejado a la Iglesia americana con más de $2,000 millones de deuda en los pagos por abusos sexuales, lo que ha obligado a cerrar numerosas parroquias y colegios, con el consiguiente detrimento de su labor evangélica. Es una crisis que será superada y de la que la Iglesia saldrá saneada y fortalecida.

En Estados Unidos el Papa tendrá que enfrentarse a los numerosos católicos liberales que quieren que la iglesia se ''modernice''. Es explicable. Vivimos en una sociedad postindustrial donde, por definición, el cambio es bueno. El automóvil del 2008 debe ser mejor que el del 2007. Y lo mismo puede decirse prácticamente de todos los objetos de consumo que nos rodean. No es extraño que ello tienda a crear una mentalidad antitradicionalista. Esto, sin embargo, es muy peligroso. No se pueden cambiar criterios morales milenarios como si fueran simples objetos de consumo. Mucha gente puede pensar que cambiar el carro todos los años y cambiar la mujer es más o menos lo mismo. Esto es una trágica frivolidad que puede ensombrecer la vida de innumerables hijos de padres divorciados.

Desgraciadamente, por complejas razones históricas, la sociedad americana, la más inclusiva y generosa del mundo, fue, en gran medida, hasta hace medio siglo, una sociedad racista. Esto ha ayudado a legitimar la profunda hostilidad de la izquierda hacia las tradiciones. Esta mentalidad antitradicionalista es aprovechada por los enemigos de nuestra sociedad para tratar de destruirla. La intelectualidad occidental, dominada por la izquierda desde hace décadas, es esencialmente hostil a la sociedad capitalista y a los valores que la sustentan. No importa que las sociedades capitalistas sean las más libres, creadoras y prósperas de la historia. No la comparan con otras sociedades reales, sino con el esquema abstracto y, por consiguiente, siempre la consideran deficiente. Esa intelectualidad que controla nuestras universidades y posee una vasta influencia es abiertamente marxista. Confrontarla requiere poderosos recursos intelectuales. Nadie con más recursos que el Papa Benedicto XVI , un profundo y brillante teólogo.

En su discurso en la Casa Blanca, Benedicto XVI nos recordó que la fe religiosa está en los fundamentos mismos de la nación americana. Nuestra Declaración de Independencia dice: ''Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad''. Carlos Marx, por su parte, decía que la religión era el opio del pueblo. Son dos concepciones radicalmente diferentes y en una lucha desesperada. No estoy exagerando. Hace años que una tradición tan bella, tan querida y tan inmensamente popular como las Navidades está bajo ataque en Estados Unidos. Por favor, ya no se puede decir ''felices Pascuas'', hay que decir ''felices fiestas''. ¿De dónde salió eso? ¿A quién ofende la celebración de las Pascuas cristianas? Y, suponiendo que hubiera algunos musulmanes fundamentalistas, judíos intransigentes o ateos recalcitr antes, ¿desde cuándo la gran mayoría de la población tiene que adaptarse a las minorías? ¿No es mucho más lógico que sea al revés? Obviamente, fuerzas muy influyentes quieren oponerse no a las celebraciones que, entre otras cosas son un gran negocio, sino a sus raíces religiosas y cristianas. Hay que llegar a la conclusión de que, nos guste o no, vivimos en medio de una solapada y feroz guerra cultural.

Aunque Benedicto XVI critique acerbamente muchas manifestaciones de la sociedad americana, nunca pierde de vista su precioso e insólito carácter. Dicho esto, hay varios aspectos de las intervenciones de Benedicto XVI con las que tenemos serias discrepancias. No me voy a referir a la guerra de Irak, aunque ciertamente que no faltan formidables justificaciones teológicas para una guerra justa. Más doloroso para muchos de nosotros es la actitud acomodaticia y complaciente del Vaticano ante la dictadura castrista. Los mejores cubanos están sufriendo y muriendo en las cárceles comunistas. ¿Cómo confraternizar con sus verdugos? ¿Dónde está la justa ira de la Iglesia?

No sería justo descargar esta responsabilidad sobre Benedicto XVI. La promoción de Jaime Ortega y de toda una jerarquía eclesial colaboracionista no es responsabilidad de Ratzinger. Es obvio que, desde hace tiempo, la Iglesia ve con enorme escepticismo el deseo de libertad del pueblo cubano. En una organización tan centralizada como la Iglesia católica, la posición de la Iglesia cubana tiene que representar la posición del Vaticano. Es un pesimismo injusto y desolador que va a comprometer durante generaciones el futuro de la Iglesia en la isla. Nada de esto, sin embargo, debe opacar el hecho de que la visita de Benedicto XVI ha sido extraordinariamente positiva e importante. La Iglesia sigue siendo una esperanza.

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