Desastre y hip hop

 



L
a reacción del presidente Bush ante el desastre del huracán Katrina fue lenta. Su Administración para el Manejo de Emergencias (FEMA) ha sido ácidamente criticada. No es de extrañar. Las emergencias exigen, por su propia naturaleza, una respuesta rápida. Michael D. Brown, el responsable de la FEMA es un profesor de derecho que había sido un experto en ética que trabajó para el Tribunal Supremo de Oklahoma. Aunque afrontó satisfactoriamente los múltiples ciclones que azotaron la Florida el año pasado, en esta ocasión su trabajo dejó que desear. Se sabía la inminencia de un gran huracán. Era su responsabilidad estar preparado para el mismo. No lo estuvo.

Fue la llegada del general Russel Honore, un natural de Luisiana jefe del 1er Ejército, basado en Georgia, lo que permitió establecer un centro dirigente en medio del caos. El inepto alcalde de Nueva Orleáns calificó al general de ''un tipo John Wayne'' que consigue resultados. Lo demostró eliminando a los delincuentes que estaban disparando contra los equipos de rescate. Después de la limpieza, el general les ordenó a sus fuerzas que mantuvieran sus armas apuntando a tierra. ''No estamos en Irak'', advirtió. Muy justo. Ya no hacía falta.

Para todos nosotros, uno de los fenómenos más traumatizantes de la tragedia de Nueva Orleáns ha sido ver la emergencia de la barbarie. Sin embargo, ¿por qué extrañarse? El índice de delincuencia de Nueva Orleáns es diez veces el promedio nacional. Según el Censo del 2000 la población de Nueva Orleáns era de 485,000 habitantes, de los cuales 326,000 eran negros, 136,000 blancos y 10,000 asiáticos o hispanos. Infortunadamente, sabemos que la cultura negra urbana está dominada por el hip hop, y su constante mensaje es que las autoridades son enemigas de los negros y que el comportamiento antisocial es signo de autenticidad. En Nueva Orleáns hemos visto la cosecha de esa siembra. En la ciudad había 26,000 hogares de madres solteras con hijos menores de 18 años. Más madres solteras que casadas y, por supuesto, dependientes en su casi totalidad de la asistencia social. Todo muy hip hop y, sin duda, muy auténtico.

Nueva Orleáns es famosa por su corrupción. Una de sus consecuencias es que nunca se ha podido organizar una policía que inspire confianza. Katrina destruyó lo poco que existía. Cuando se produjo la crisis, 500 policías, casi una tercera parte de la fuerza, simplemente desapareció. Los policías que se quedaron están siendo sustituidos por unidades de la guardia nacional. Increíblemente, la ciudad le preguntó a la FEMA si estaría dispuesta a pagar para que sus policías se fueran de vacaciones durante cinco días a Las Vegas o Atlanta. Cuando la FEMA rehusó, la ciudad dijo que pagaría los gastos.

Un policía, Brian French, dice que no podía imaginarse por qué no se les había pedido que reportaran para trabajo de emergencia antes de la llegada del ciclón. ''Nos dijeron que no viniéramos el domingo, el día del huracán, sino al otro día, para ahorrar dinero,'' le comentó al New York Times.

Como alcalde, el inepto Ray Nagin había aceptado que Nueva Orleáns era una ciudad donde no se podía imponer la ley y el orden. Nunca acometió una ofensiva contra la delincuencia, difícil pero no imposible, como lo demostró Rudy Giuliani en Nueva York. Como señalaba el Wall Street Journal, nadie puede imaginarse a cientos de policías de Nueva York renunciando a la primera señal de crisis. No es de extrañar que los delincuentes se apropiaran de Nueva Orleáns en cuanto empezó la evacuación. Las condiciones estaban dadas.

Negin se ha convertido en una triste celebridad. Fue el que no recurrió a los famosos 200 autobuses que se dejaron parqueados en medio de una urgente necesidad de evacuación. Fue el que designó al Superdome como principal centro de albergue sin haberlo equipado ni con servicios sanitarios ni con equipo de purificación de agua, ni con raciones alimentarias, ni con personal o equipos médicos, ni con generadores para mantener el aire acondicionado, ni con policías para proteger al público.

La gobernadora Kathleen Blanco no se quedó atrás. Ignoró solicitudes federales para empezar la evacuación más temprano y realizarla con mayor energía. Rehusó tajantemente poner bajo control del Pentágono las tropas de la guardia nacional de la ciudad. Sólo brilló por su ausencia. Jesse Jackson, por su parte, con la impudicia que lo caracteriza, corrió a la zona de desastre para proclamar que el gobierno federal no quería ayudar a los negros. Estos abogados del resentimiento son los padrinos espirituales de las turbas de vándalos que vimos por la TV.

Sabemos que, desde hace tiempo, los liberales se alegran de las malas noticias porque aspiran a capitalizarlas políticamente. En el caso de Katrina su reacción ha sido tan obvia como mezquina. Quizás sea bueno recordarles que desde 1900 hasta la fecha, Louisiana ha tenido 29 gobernadores de los que 26 han sido demócratas. Y que el pueblo americano es más perspicaz de lo que ellos se imaginan.