En defensa del neoliberalismo
 

           

Guerra y elecciones

 

 
ADOLFO RIVERO CARO

Las guerras dividen profundamente a las naciones. La historia de Estados Unidos lo atestigua. Durante la revolución americana, una buena parte de los colonos se sentían ingleses. La guerra civil fue excepcionalmente sangrienta y, antes de ser asesinado, Lincon fue uno de los presidentes más cruelmente criticados en la historia de la nación. Tuvo que haber muchas provocaciones alemanas para que Woodrow Wilson pudiera hacer entrar al país, bien tardíamente, en la I Guerra Mundial. Franklin Delano Roosevelt le prometió al pueblo americano no entrar en la II Guerra Mundial. Hizo falta el ataque de Pearl Harbour y la declaración de guerra de Alemania para conseguirlo. El primer presidente de la Guerra Fría, el demócrata Harry Truman, que llevó tropas americanas a la lejana Corea, terminó su período siendo extraordinariamente impopular. En las elecciones de 1950, su partido perdió 5 escaños en el Senado y 28 en la Cámara. Por no hablar de la Guerra de Vietnam, que los jóvenes izquierdistas americanos describían como una cruel guerra imperialista contra el gobierno supuestamente nacionalista y popular de Ho Chi Min, el querido ``Tío Ho''.

Hoy, una guerra vuelve a dividir a la nación. Es uno de los grandes temas de las elecciones de la semana que viene. Y, sin embargo, es imperativo ganar la guerra contra los terroristas en el exterior, o resignarnos a tenerla que librar aquí. ¿Cómo es posible ignorar que en cualquier momento podemos ser víctimas de un ataque nuclear o bacteriológico? La realidad es que, hasta ahora, estamos ganando la guerra contra el terrorismo. Durante cinco años, los terroristas no han podido repetir un ataque contra nuestro territorio. Por nuestra parte, hemos diezmado sus fuerzas. Debemos seguir con una política que, en lo fundamental, ha demostrado ser exitosa.

¿Cómo es posible que estemos tan divididos? Las razones esenciales hay que buscarlas en la ideología. Republicanos y demócratas son grandes asociaciones de grupos diversos. La izquierda, la socialdemocracia, se agrupa en el Partido Demócrata. Y no sólo la izquierda sino la extrema izquierda han ido ganando creciente influencia dentro del partido. Algunos amigos insisten en que izquierda y derecha son términos que han perdido su significación. No estoy de acuerdo. La izquierda y la derecha se definen esencialmente por su actitud ante el capitalismo. Las raíces de la izquierda, del movimiento socialista, son anticapitalistas. El colapso de las alternativas no capitalistas, el catastrófico hundimiento de la Unión Soviética, han hecho pasar de moda las críticas directas al capitalismo. Ya nadie llama a derrocar el capitalismo e instaurar la revolución socialista. Sin embargo, para la izquierda, el capitalismo sigue siendo un sistema esencialmente negativo. Genera explo tación, imperialismo y colonialismo. Para justificar esto se apoya en una injusta afirmación de superioridad cultural sobre otras culturas y civilizaciones. (De aquí el multiculturalismo cuya función esencial es criticar la cultura occidental). En su afán de explotación, el capitalismo destruye la naturaleza. (De aquí el movimiento ecologista). Produce una sociedad desigual que, para perpetuarse, genera instituciones explotadoras e injustas como el matrimonio y la familia monogámica (De aquí el feminismo). Es por eso que, ante cualquier problema internacional, de alguna forma, Estados Unidos debe de tener la culpa (Blame America First). Esto es lo que se enseña en las universidades americanas, y la imagen que reproduce Hollywood. Y yo les pregunto a mis lectores, en esas condiciones, ¿es de extrañar la popularidad del antiamericanismo? Los principales enemigos de nuestra sociedad no están fuera, están dentro.

Ahora, en medio de la guerra, vamos a unas elecciones. Son, que nadie lo dude, muy cerradas. No es por gusto. El Congreso de mayoría republicana ha dejado mucho que desear. El partido del Presidente pudiera perder el Congreso o parte de él. Nuestros enemigos, singularmente conocedores de nuestra política interna, lo interpretarían como una debilidad interna. No sólo eso. Un triunfo demócrata pudiera debilitar sustancialmente las medidas que hemos tomado para enfrentar el terrorismo. En su afán por criticar al gobierno, ellos han presentado esas medidas como ataques contra las libertades del pueblo americano. ¿Qué no harían con el control del Congreso? Nadie duda que un triunfo demócrata paralizaría todos los esfuerzos por establecer tratados de libre comercio con los países de América Latina. Los demócratas son proteccionistas. Esto es muy negativo para América Latina. Significaría también que las rebajas de impuestos de Bush estarían condenadas a muerte. Pese a la positiva experiencia de estos años, los demócratas subirán los impuestos. Esto frenaría la prosperidad conseguida pese a las consecuencias del 9/11, la guerra y los desastres naturales. Como si fuera poco, nuestra dependencia petrolera quedaría firmemente establecida. Los demócratas han sido los principales enemigos de buscar petróleo en Alaska y en casi toda la plataforma continental de Estados Unidos. Y en cuanto al caso de corrupción republicana en la Cámara de Representantes, 70 diferentes miembros de la Cámara han sido investigados por serias ofensas en los últimos 30 años, incluyendo muchas que implicaron delitos y condenas a la cárcel. De estos, sólo 15 implicaron republicanos mientras que los 55 restantes implicaron a demócratas. Basta con ir al website de la Comisión de Etica para comprobarlo.

Es mucho lo que está en juego en estas elecciones. Veremos qué sucede.

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