En defensa del neoliberalismo

                                         

 

 

Una derrota irreversible

 

 

La derrota de Hugo Chávez el pasado 3 de diciembre es un evento de profundas implicaciones políticas. El teniente coronel golpista no se ha dado cuenta, pero lo que ha sucedido es fundamental e irreversible. Se ha destruido el mito de su abrumadora popularidad. Es un mito esencial para los aspirantes a dictadores y que tiene viejas raíces ideológicas. Como sabemos, las modernas ideas socialistas tienen su origen en Carlos Marx y éste veía la sociedad capitalista como esencialmente polarizada: los dueños de los medios de producción, los burgueses, los explotadores enfrentados a la gran masa de los que trabajaban para ellos, los proletarios, los explotados. Para Marx era evidente que en el caso de una revolución comunista triunfante, los trabajadores comprobarían que los empresarios eran innecesarios. Al eliminarlos, al poder trabajar para sí y no para otros, la productividad del que trabajara crecería enormemente y la sociedad se haría tan rica que todos podrían recibir todo lo que necesitaran gratuitamente. De aquí que, para él, la abrumadora popularidad de la revolución estuviera por descontado. Habría, por supuesto, una desesperada resistencia de los explotadores y, para derrotarla, habría que establecer una ''dictadura del proletariado''. Pero ésta sería breve, sólo sería necesaria hasta la instauración del nuevo régimen. Una vez establecido, una vez que las masas pudieran comprobar sus beneficios por su propia experiencia, su abrumadora popularidad haría superflua la represión. En realidad, todo el aparato del estado se volvería superfluo. Hasta aquí la teoría.

Que nadie descarte esto como simples especulaciones abstractas. Ha sido, desde hace siglo y medio, la orientación básica de la izquierda revolucionaria. Y no ha desaparecido pese a la terrible experiencia del siglo XX, cuando se trató de llevar a la práctica a costa de millones de muertos y vastos gulags. Uno de sus atractivos es su utilidad. Pemite identificar una mayoría momentánea, la que vote a favor de cualquier líder populista, con una mayoría permanente, la de los simples trabajadores, los que no son empresarios. He aquí el fundamento de la retórica populista del pueblo versus las oligarquías. Es por esto que los que se consideran representantes de esa mayoría permanente pretenden ser gobernantes permanentes. Según ellos, no son dictadores, es que representan una mayoría inalterable.

El único problema, por supuesto, es que el pueblo comprueba, por su propia experiencia, que la eliminación del capitalismo no los beneficia, sino que lo empobrece y, por consiguiente, más o menos rápidamente les retire su apoyo a los líderes revolucionarios. De aquí que para permanecer en el poder sea indispensable la dictadura, pero no aquella breve dictadura sobre una exigua minoría que pensó Marx, sino una dictadura permanente sobre una mayoría insatisfecha y descontenta.

Expresa o tácitamente, la teoría marxista se ha utilizado para justificar la liquidación de la democracia y la instauración de una dictadura, justificándola porque es popular. Se ha afirmado, inclusive, que su popularidad la convierte automáticamente en una democracia. ¿Acaso la democracia no es el gobierno del pueblo? No es por gusto que, durante medio siglo, las dictaduras comunistas de la Europa del Este se autotitularon ''democracias populares''. Lo que sucede, por supuesto, es que se está manipulando el concepto de democracia. Se pretende ignorar que la opinión popular es esencialmente cambiante. Es parte de la naturaleza humana. Uno cambia de opinión. Por consiguiente, nada más natural que las mayorías se transformen en minorías y viceversa. Por consiguiente, respetar la voluntad del pueblo es respetar su derecho a cambiar de opinión. Quien no puede cambiar de opinión no es libre.

Los gobernantes, sin embargo, tienen un enorme poder, controlan, entre otras muchas cosas, a la policía y el ejército. ¿Cómo impedir que lo aprovechen para ignorar la voluntad popular y perpetuarse en el poder? De ahí la división de los poderes, la importancia de una prensa libre y el respeto a los derechos de los individuos. La democracia es esencialmente suspicaz de los gobernantes. No es nada personal. Es una cuestión de principios.

Los dirigentes estudiantiles venezolanos --Yon Goichochea, Freddy Guevara, Ricardo Sánchez, Stalin González y otros igualmente brillantes aunque menos conocidos-- han fundamentado su llamamiento al pueblo venezolano en una radical oposición al concepto chavista de la polarización (que no es más que el viejo concepto marxista de la lucha de clases) y han encapsulado esa oposición en la llamada ''reconciliación nacional''. Ha sido un acierto y hay que seguir hablándoles a las masas chavistas. Chávez insiste en su admiración del modelo cubano. Aquí los estudiantes venezolanos tienen una gran oportunidad: puede mostrarles la realidad de Cuba a los venezolanos que la ignoran. Es mucho el trabajo de divulgación por hacer. En este sentido, es necesario que establezcan y fortalezcan lazos con los disidentes cubanos. Esos cubanos reprimidos y silenciados, son sus interlocutores privilegiados.

Aquí, en Estados Unidos, nada más importante que fortalecer al gobierno de Alvaro Uribe, el principal opositor de Chávez en América Latina. Uno de los grandes objetivos de Chávez es, precisamente, controlar Colombia. Sería un verdadero desastre que las mal encubiertas simpatías demócratas con los regímenes de izquierda y un estrecho partidismo político los llevara a debilitar a Uribe bloqueando el tratado de libre comercio con Colombia. Sería una puñalada por la espalda a la lucha de nuestros pueblos por la libertad y la democracia. Esperemos que no lo hagan. Todo el continente los está observando.

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