En defensa del neoliberalismo

                                         

 
                                              
                                      
                                         

El equilibrio imposible
 

 

 

ADOLFO RIVERO CARO

La democracia está bajo ataque en América Latina. Encabezados por Hugo Chávez y seducidos por la dictadura aparentemente eterna de Fidel Castro, un grupo de ambiciosos está decidido a imitarlo. No importa que el dictador cubano haya arruinado a su país. No importa que la experiencia del comunismo haya sido rechazada en todo el planeta, provocando el hundimiento del campo socialista en la revolución más espectacular del siglo XX. A estos demagogos no les importa el país, lo único que les importa es el poder.

Durante décadas, los revolucionarios pretendieron imitar la forma en que Castro conquistó el poder: con la guerra de guerrillas y la destrucción del ejército nacional. Eso sólo los llevó a una derrota tras otra. Nunca pudieron poner en crisis a los ejércitos nacionales de América Latina. Infortunadamente, la enorme frustración popular con el tipo de capitalismo, oligárquico y estéril, al sur del Río Grande, les ha abierto nuevas oportunidades. Y ahora están ensayando una estrategia diferente. Se trata de llegar al poder mediante elecciones democráticas y, una vez en el mismo, aprovechar su momentánea popularidad para cambiar las constituciones --puesto que son éstas las que establecen los principios mismos del gobierno democrático-- y destruir la democracia desde dentro.

La democracia, por supuesto, es el sistema de gobierno en el que el pueblo elige a sus gobernantes. Esta definición, aunque correcta, es excesivamente sintética. Deja implícitas muchas cosas. En primer lugar, supone que estamos hablando de verdaderas elecciones, de elecciones libres. Es decir, los grupos que compiten por el voto popular tienen que tener todos los derechos para hacerse oír y propagar su mensaje. La mayoría y las minorías. Todos tienen que tener pleno ejercicio de sus derechos civiles. No se puede desvincular el derecho a elegir a los gobernantes de los demás derechos. Todos están íntimamente vinculados. La democracia es un todo orgánico.

A los padres fundadores de la democracia moderna les preocupaba que los gobernantes no fueran a aprovechar sus vastos poderes para eternizarse en el gobierno. Era esencial, por consiguiente, que nadie tuviera demasiado poder. De aquí la existencia de lo que los americanos llaman ''frenos y contrapesos'' (checks and balances). De aquí la división de los poderes y la existencia de las ramas ejecutiva, legislativa y judicial. Es esencial a una democracia hacer imposible la dictadura. Es por eso que siempre se ha evitado la politización de las fuerzas armadas. El papel de las fuerzas armadas es, precisamente, garantizar las reglas del juego democrático, salvaguardar la libre competencia entre los partidos políticos.

La existencia de prolongadas dictaduras totalitarias durante el siglo XX hizo que, naturalmente, se concentrara la atención en la celebración de elecciones. Las elecciones, por su parte, son eventos puntuales, visibles y fáciles de reportar. Mucho más importante pero mucho menos visible (y mucho más complejo de informar) es el ambiente de respeto a los derechos civiles que esas elecciones requieren para ser reales y significativas. Un gobierno no es democrático simplemente porque haya llegado al poder mediante elecciones. Un gobierno es democrático en la medida en que respeta los derechos civiles de sus ciudadanos. La restricción de esos derechos no es más que un golpe de estado a cámara lenta. Y hay que impedir que ese golpe se consume.

Recientemente Gustavo Cisneros, el influyente propietario de Venevisión, declaró ''en el espacio cada vez más disminuido permitido a los medios independientes, en la Venezuela que sigue enfrentada, ¿cuál es el papel de un canal de televisión?'' Y se responde diciendo que, entre otras cosas, debe de informar y reportar las noticias de la manera más equilibrada y objetiva posible. Cisneros observa que, al hacerlo, el canal corre el riesgo de verse atacado por los extremos. Y se pregunta: ¿con quién está Venevisión, y responde ''con toda Venezuela''. E insiste: ``nos situamos en un centro de compromiso [...] Venevisión busca ser un medio para la resolución del conflicto y no un protagonista que tenga la intención de eliminar a uno de los dos lados del conflicto nacional''.

La posición de Cisneros es comprensible. En primer lugar, se siente coaccionado. El mismo lo admite al mencionar que ''... el espacio cada vez más disminuido permitido a los medios independientes...'' Justamente por eso, su intento de buscar ''un centro de compromiso'' entre gobierno y oposición carece de sentido. No hay ninguna situación de igualdad entre el gobierno, que tiene todo el poder político y económico, y controla todos los organismos represivos, y la oposición, que no tiene ningún poder. Debía de ser obvio que, para realmente tratar de ''buscar un equilibrio'', la prensa tiene que ser particularmente crítica del gobierno. Y no es de extrañar que, en los países democráticos, siempre haya sido así.

Por otra parte, no puede haber ''equilibrio'' entre los que defienden la democracia y los que pretenden destruirla. Cisneros dice que Venezuela no es solamente una nación, sino que es también una familia. La imagen es conmovedora, pero si nuestros familiares nos van a fusilar, o mandar a la cárcel o al exilio, es mejor ser huérfano.

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