En defensa del neoliberalismo
 


Antes de Iraq
 

 

 

   Victor Davis Hanson


Lo único que se escribe sobre Irak es amargo. Se cuenta sobre los suicidas que se hacen volar y los artefactos explosivos improvisados, pero nunca sobre los terroristas que hemos matado o como se les ha dado a tantos iraquíes una oportunidad o como un gobierno de alianzas ha contenido a

los enemigos en casi todos los frentes. Hace ya tiempo se olvidó la fulminante campaña que en tres semanas desplazó a un sanguinario dictador. Ni se le da mucho crédito a los esfuerzos idealistas de promover la democracia en vez de simplemente ignorar el caos que sigue a la guerra,

 como hicimos cuando los soviéticos fueron  derrotados en Afganistán, o lo que siguió a nuestra precipitada retirada de Líbano y Somalia. Y ya dejamos de apreciar que Siria fue forzada a

abandonar Líbano; que Libia abandonó su arsenal de armas de destrucción masiva, que Pakistán dio explicaciones sobre el Dr., Khan*; y que ha habido un tímido inicio de elecciones locales en las monarquías del Golfo.

Sí, el Medio Oriente es "inestable". Pero, por primera vez, los habituales crímenes y matanzas están ocurriendo en un escenario que ofrece alguna oportunidad de algo mejor. Mucho antes de que llegáramos a Irak, los Assad** estaban asesinando a miles en Hama***, los Hussein estaban gaseando a los kurdos, y las milicias libanesas estaban asesinando civiles. Lo que ha cambiado no es la violencia, sino la idea de que Estados Unidos no puede hacer nada sobre la misma. Estados Unidos ha demostrado estar decidido a arriesgar mucho para apoyar la libertad en esa región.    .

En lugar de recordar todo eso, sólo se ve a Irak retrospectivamente. Sólo se ve en relación a qué errores hemos cometido. Todo lo bueno que hemos logrado y los ideales que hemos sostenido son obliterados por la violencia insurgente y el escandaloso esfuerzo por convertir el actual caos en un Antietam o un río Yalú norteamericanos.  Nunca se le echa la culpa  a Al Qaeda, a los

delincuentes de Sadr, o a los ex-Baathistas, sino a Estados Unidos, que debió o pudo o debería

haberlo actuado mejor para detenerlos. Hubiera podido hacerlo si la dirigencia hubiera leído un determinado artículo, o cesanteado a una determinada persona, o escuchado a un general excepcional o estudiado un documento clave.

También olvidamos que Ira, contrario a la calumnia popular, no se "preparó" en Tejas o en un grupo intelectual neoconservador de Washington, D.C.  Más bien fue una reacción a dos hechos: a una década de apaciguamiento a tiranos y terroristas del Oriente Medio, y el desastre de Septiembre 11. Si se retrocediera en el tiempo para leer los relatos más populares de la primera guerra del Golfo,

o para investigar los argumentos bipartidistas que hacían furor en las páginas de opinión de los

1990s, después de la derrota y supervivencia de Saddam Hussein, algunos temas que aparecían constantemente explicarían con seguridad nuestra presencia actual en Irak.

Uno de ellos era el compartido pesar de que haber dejado a Saddam Hussein en el poder en 1991. Inmediatamente después de terminar la guerra, Bush padre apareció, no gozoso de nuestro éxito sino melancólico, y después consternado,  una vez  que aparecieron las imágenes de los masacrados y refugiados por nuestra "victoria" en Irak. La culpabilidad por los miles de muertos chiitas y kurdos , la necesidad de zonas de interdicción de vuelos, y la preocupación por la reconstrucción de armas de destrucción masiva fueron las acusaciones que por entonces se hicieron.

¿Los héroes? Un problemático antiguo funcionario del Pentágono, Paul Wolfowitz (lea "La Guerra de los Generales") que, casi solo, sintió que un éxito táctico no había conducido a una victoria estratégica,  y que habíamos sido amorales al permitir que permaneciera en el poder un dictador que se asesinaba a miles de valientes revolucionarios a unas pocas millas de nuestras fuerzas.

Ahora elogiamos la Guerra del Golfo. Pero, casi inmediatamente después de la misma, los críticos nos acusaron de una matanza excesiva, de usar demasiados soldados para derrotar a unos pocos pobres iraquíes. La acusación de entonces no era que teníamos muchas tropas sino que eran demasiadas.

No era que el Pentágono había subestimado la necesidad de tropas, sino que la había sobrestimado.

No era que teníamos muy pocos aliados sino que era una coalición poco manejable que estorbaba

las opciones norteamericanas. No era que el esfuerzo había sido muy costoso sino de que habíamos obligado a nuestros aliados a contribuir con dinero, como si la guerra debiera ser una empresa lucrativa.

La crítica más generalizada a Estados Unidos en los 1990s, aquí y en el extranjero, era que EEUU bombardeaba desde gran altura, y a veces, como en Belgrado y Africa, indiscriminadamente y que su única preocupación era el temor a las pérdidas y no preocuparse por los daños civiles colaterales o por terminar decisivamente la guerra en el terreno. En verdad, en Europa se expresó un cierto cinismo de que, cobardemente, estábamos convirtiendo la guerra en una empresa antiséptica  debido a nuestra preocupación por no enfrentar al enemigo en tierra firme.

Existieron otros temas ahora olvidados. Después de la amargura del debate sobre Irak en 1990, seguido de la exitosa remoción de Saddam Hussein, los demócratas estaban decididos a nunca más estar en el lado erróneo del debate sobre la seguridad nacional. Por tanto apoyaron la guerra actual porque estaban convencidos de que, después de Panamá, la primera Guerra del Golfo, Bosnia,

Kosovo y Afganistán, ellos sólo podían recobrar credibilidad apoyando una acción de fuerza que suponían presentaba poco riesgo de fracaso. De ahí que sólo recientemente los demócratas que apoyaron la guerra hayan abandonado ese campo - y sólo después que las encuestas sugirieron que cualquier temor por actuar cobardemente sería superado si  la insatisfacción popular con Irak era lo suficientemente grande.

El realismo está muy en boga en estos tiempos. Los demócratas están exigiendo conversaciones directas con horribles dictadores en Irán y Corea del Norte. Esa no fue la palabra mágica de los 1990s. El reaganismo que rechazó la política “realista” de la Guerra Fría corriendo el riesgo de una guerra suicida para abatir el podrido imperio soviético fue considerada la posición más sabia y más ética, y hasta los demócratas reformularon su crítica oportunista después de la caída del muro de Berlín. La Destrucción Mutua Asegurada, la tolerancia kissingeriana por el status quo, y la simple contención - de todo eso se burlaron cuando Reagan, hizo estallar la burbuja soviética.

No hace mucho, la retirada -de Rwanda  de Haití- o de los Balcanes, por una década, era considerada un pecado. Existieron docenas de Darfures en los 1990s, donde se repetían acusaciones de indiferencia moral. Se suponía entonces -como ahora- que los que pedían poner tropas en el terreno para detener un genocidio probablemente fueran  los primeros en abdicar su responsabilidad una vez que llegaran los ataúdes, y los militares serían abandonados y que los dejarían peleando una guerra de la que nadie se responsabilizaba.

Aparentemente todas los altruistas argumentos sobre reformas -Aristóteles se burlaba al afirmar que es fácil ser moral cuando uno duerme- estaban basados en una guerra libre de riesgos, a 30,000 pies de altura. La voz de Colin Powell - supuestamente la única sana de la presente administración-  fue ahogada por los estridentes halconcillos neoconservadores. Pero ese no era el consenso en los 1990s. Tanto en libros como en periodismo, el consenso era una figura a lo Hamlet, que hacía una pausa antes de dar el necesario golpe. Lo que criticaban Michael Gordon o Madeline Albright era no usar toda la fuerza militar norteamericana para intervenir con fines morales. Así fue entonces, y así es ahora. Y mientras tanto tenemos una guerra costosa en Irak que ha cobrado la vida de cerca de 3,000 norteamericanos.

La inesperada carnicería de Septiembre 11 explica mucho de la actual situación. Ha hecho del  realista, neo-aislacionista, George W. Bush, un promotor de las ideas de Wilson en el exterior, pero solo en cuanto a calcular que las raíces del fascismo islámico descansaban en el nexo entre dictadura y autocracia. La primera destruye prosperidad y libertad, y la segunda usa el terrorismo para desviar hacia Estados Unidos la insatisfacción popular.

E l senado y la cámara estadounidenses votaron por la guerra en Irak, no
solamente porque estaban engañados por la inteligencia sobre las armas de
destrucción masiva partida (aunque lo estaban) sino también por los 22 casus belli que añadieron, por  si acaso. Y a pesar de los recientes mea culpa, esas acusaciones permanecen tan válidas hoy como cuando fueron aprobadas: Saddam en verdad trató de matar a un expresidente
estadounidense, el embargo de la ONU fue violado, lo mismo que sus protocolos de inteligencia; los acuerdos de 1991 fueron frecuentemente ignorados; el genocidio de los valientes kurdos ocurrió; a los porta-bombas suicidas se les estaban dando recompensas¸ a terroristas, incluyendo los
involucrados en la bomba de 1993 en el  World Trade Center, Saddam les dio santuario; y así sucesivamente.

Así que no son las acusaciones, sino los que las hicimos, lo que ha
cambiado. El problema norteamericano con la guerra no es que es no fuera
moral, sino que ha sido estimada demasiado costosa para los beneficios que
se cree puedan llegar.

La sabiduría convencional era que, después de Afganistán (7 semanas de
batallas) y su estabilidad de posguerra (gobierno dentro de un año), un
Irak más secular (3 semanas de batallas) seguiría una cronología igual. En
Septiembre de 2002, bastante después del "milagro" en Afganistán, escuché a
un almirante de gran rango dictaminar que la guerra en tierra había
esencialmente terminado en esta nueva edad de Boinas Verdes y computadores
portátiles, que después de Bosnia y Afganistán, poder aéreo y fuerzas
especiales era todo lo que se necesitaba.

Esto no vino de los seguidores de Rumsfeld, sino que fue un reflejo bastante
justo de la desenfrenada intoxicación antes de Irak - que una supuesta
"revolución en asuntos militares"  había cambiado las antiguas reglas de la
guerra, como si nuestra nueva tecnología nos hiciera inmunes al daño. Muchos
de los que ahora más estridentemente condenan la guerra habían estado a favor de guerras "morales" para eliminar dictadores -basados solo en esta idea tonta de que el bombardeo de precisión
y los misiles guiados por láser nos han dado al fin las herramientas
necesarias para remover los tumores con precisión y a bajo costo mientras
realizamos cirugía moral en naciones enfermas.

No, nada ha cambiado en Irak, excepto su trágico costo. El cambio de
opiniones está bien, con tal de que los ahora critican el esfuerzo
reconozcan, al menos, que el clima prevaleciente cuando empezó la lucha en Irak, y
las condiciones reales en que ellos mismos una vez apoyaron la guerra era muy distinto .

- Victor Davis Hanson es antiguo miembro de la Institución Hoover. Es autor
de los muy  recientes A War Like No Other (Una Guerra como ninguna otra) y
How the Athenians and Spartans Fought the Peloponnesian War (Como los
atenienses y espartanos libraron la guerra del Peloponeso)
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Notas del traductor:

*Dr. Abdul Qadeer Khan, científico paquistaní, reconocido impulsor de los
programas nucleares y de misiles de su país, y a quien se atribuye haber
pasado información nuclear a Corea del Norte, Libia e Irán.

**Familia gobernante en Siria.

***Pueblo sirio, baluarte sunita, donde el gobierno del país llevó a cabo
una matanza en febrero de 1982.