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El inútil diálogo que el islam rechaza desde hace 1400 años |
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Oriana Fallaci
NUEVA YORK.- Continúa el discurso sobre el diálogo entre las
dos civilizaciones. Y que me trague la tierra si me preguntan
cuál es la otra civilización, qué hay de civilizado en una
civilización que no conoce siquiera la palabra libertad. Que por
libertad entiende la "emancipación de la esclavitud". Que acuñó
la palabra libertad recién a fines del siglo XIX para poder
firmar un tratado comercial. Que en la democracia ve a satanás y
la combate con explosivos, cortando cabezas. Que de los derechos
del hombre, tan escrupulosamente aplicados por nosotros con los
musulmanes, no quiere ni hablar. De hecho rechaza suscribir la
Carta de Derechos Humanos redactada por la ONU y la sustituye
con la Carta de Derechos Humanos realizada por la Conferencia
Arabe.
Que me trague la tierra también si preguntan qué hay de
civilizado en una cultura que trata a las mujeres como las
trata.
El islam es el Corán, queridos míos. De cualquier manera y en
todas partes. Y el Corán es incompatible con la libertad, es
incompatible con la democracia, es incompatible con los derechos
humanos. Es incompatible con el concepto de civilización.
Y ya que he tocado este tema, escúcheme bien, señor juez de
Bérgamo, que me ha querido incriminar por vilipendiar al islam,
pero que jamás ha culpado a mi perseguidor por vilipendiar al
cristianismo. Ni siquiera por instigación al homicidio (el mío).
Me escucha y sin embargo me condena. Me da tres años de
reclusión que los magistrados italianos no dan ni a los
terroristas que son apresados con explosivos en una cantina. Su
proceso es inútil. Mientras tenga un hilo de aliento yo repetiré
lo que he escrito en mis libros y que vuelvo a escribir aquí.
Nunca me he dejado intimidar, no me dejo intimidar por las
amenazas de muerte ni por las persecuciones, por las
denigraciones, por los insultos de los cuales usted se ha
cuidado bien de protegerme.
Jesús y Mahoma
Continúa también la indulgencia que la Iglesia Católica (por
otra parte la mayor partidaria del diálogo) profesa en todo lo
relacionado con el islam. Continúa por lo tanto su irreducible
voluntad de subrayar el "patrimonio espiritual común transmitido
a nosotros por las tres grandes religiones monoteístas": la
cristiana, la judía, la islámica. Las tres basadas en el
concepto del Dios único, las tres inspiradas en Abraham. El
bueno de Abraham, que para obedecer a Dios estuvo por degollar a
su hijo como a un cordero.
¿Pero qué patrimonio común? Alá no tiene nada en común con el
Dios del cristianismo. Con Dios Padre, el Dios bueno, el Dios
afectuoso que predica el amor y el perdón. El Dios que en los
hombres ve a sus hijos. Alá es un dios patrón, un dios tirano.
Un dios que en los hombres ve a sus súbditos y hasta a sus
esclavos. Un dios que en lugar del amor, predica el odio, que a
través del Corán llama perros infieles a aquellos que creen en
otro dios y ordena castigarlos. Sojuzgarlos, matarlos.
Entonces ¿cómo se pueden poner en el mismo plano el cristianismo
y el islamismo? ¿Cómo se hace para honrar de igual modo a Jesús
y a Mahoma? ¿Alcanza de verdad la cuestión del Dios único para
establecer una concordancia de principios, de valores?
Este quizás es el punto que en la realidad posterior al ataque
de Londres me molesta más. Me altera también porque expone, es
decir, refuerza lo que considero un error del papa Wojtyla: no
luchar todo lo necesario contra la esencia antiliberal y
antidemocrática del islam. En estos cuatro años no he hecho más
que preguntarme por qué un guerrero como Wojtyla, que contribuyó
a la caída del imperio soviético y, por lo tanto, del comunismo,
se mostró tan débil ante una desgracia peor que el imperio
soviético y que el comunismo.
Mandamiento
Naturalmente comprendo que la filosofía de la Iglesia Católica
se basa en el ecumenismo y en el mandamiento de "amarás a tu
enemigo como a ti mismo". Que uno de sus principios
fundamentales es, al menos en teoría, el perdón, el sacrificio
de poner la otra mejilla (sacrificio que rechazo no sólo por
orgullo, sino porque lo considero un incentivo del mal, para
quien hace mal).
Sin embargo, existen también el principio de la autodefensa y el
de la defensa legítima, y si no me equivoco la Iglesia Católica
recurrió a ellos muchas veces. Carlos Martel venció a los
invasores musulmanes alzando el crucifijo. Isabel de Castilla
los echó de España haciendo lo mismo. Y en Lepanto había incluso
tropas pontificias.
Y si esos católicos no hubieran aplicado el principio de
autodefensa, de legítima defensa, hoy también nosotros
llevaríamos la burka. También nosotros llamaríamos a los pocos
sobrevivientes perros infieles. Y la basílica de San Pedro sería
una mezquita como la iglesia de Santa Sofía, en Estambul. Peor:
en el Vaticano estarían Osama ben Laden y Mussab al-Zarqawi.
Así, cuando tres días después del nuevo ataque el papa Ratzinger
volvió a hablar de diálogo, me quedé petrificada. Su Santidad,
le habla una persona que lo quiere, que le da la razón en muchas
cosas. Que debido a ello es escarnecida con motes de
atea-devota, laica-chupacirios. Una persona que comprende la
política y sus necesidades. Que comprende los dramas del
liderazgo y sus compromisos. Que admira la intransigencia de la
fe y respeta las renuncias o las concesiones a las que obliga.
Sin embargo, la siguiente pregunta debo exponerla igual: ¿cree
de verdad que los musulmanes aceptan un diálogo con los
cristianos y con las otras religiones o con los ateos como yo?
¿Cree de verdad que pueden cambiar, enmendarse, parar de sembrar
bombas? Usted es un hombre erudito, Su Santidad. Y los conoce
bien. Me explica, entonces,: ¿cuándo en el curso de su historia,
una historia que ya lleva 1400 años, han cambiado o se han
enmendado?
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Traducción: María Elena
Rey
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