En defensa del neoliberalismo

 

Poder y Debilidad

 

Robert Kagan

La moderna cultura europea representa un rechazo consciente del pasado europeo, un rechazo de los males de la machtpolitik europea. Es un reflejo del ardiente y comprensible deseo de los europeos de no regresar nunca a ese pasado. ¿Quién mejor que los europeos sabe de los peligros que se derivan de una ilimitada política de fuerza, de una excesiva confianza en el poderío military y, de las  políticas generadas por el egoismo nacional y la ambición, incluyendo el balance del poder y la raison d’état? Como dijera el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania Joschka Fischer en un discurso donde esbozaba su visión del futuro de Europa en la Universidad Humboldt en Berlín (mayo 12, 2000), “El centro del concepto de Europa después de 1945 ha sido y sigue siendo un rechazo del principio europeo del balance del poder y de las  ambiciones hegemónicas de estados individuales que emergieron tras la Paz de Westfalia en 1648.” La Unión Europea es en si misma el producto de un terrible siglo de guerras europeas. 

Por supuesto, fueron las “ambiciones hegemónicas” de una nación en particular lo que la integración europea ha querido contener. Y la integración y la domesticación de Alemania es la mayor conquista de Europa. Visto históricamente, quizás sea la mayor hazaña de la política internacional que se haya conseguido nunca. Algunos europeos recuerdan, al igual que Fischer, el papel central jugado por Estados Unidos en la solución del  “problema alemán.” A pocos les gusta reconocer que la destrucción de la Alemania nazi fue el prerrequisito de la paz europea que vino después. La mayoría de los europeos cree que fue la transformación de la política europea, el deliberado rechazo y la renuncia a siglos de machtpolitik, lo  que hizo posible el “nuevo orden.” Los europeos, que inventaron la política de fuerza, han vuelto a nacer como idealistas por un acto de voluntad, dejando atrás lo que Fischer llamó “el viejo sistema de balance con su contínua orientación nacional, sus limitaciones de coalición, su tradición de política de intereses y el permanente peligro de ideologías nacionalistas y de confrontaciones.”

Fischer está cerca de un extremo del espectro del idealismo europeo.  Pero esto no es realmente un tema derecha-izquierda en Europa. La principal alegación de Fischer - que Europa se ha movido más allá del viejo sistema de la política del poder y ha descubierto un nuevo sistema para preserver la paz en las relaciones internacionales — es ampliamente compartida en toda Europa. Como escribiera recientemente el veterano diplomático británico Robert Cooper en el Observer (april 7, 2002), la Europa de hoy vive en un “sistema postmoderno” que no descansa sobre el balance del poder sino en “el rechazo de la fuerza” y en “normas de comportamiento auto-impuestas.” En el “mundo postmoderno,” escribe Cooper, “raison d’état y la amoralidad de las teorías sobre el gobierno de Maquiavelo . . . han sido reemplazedas por una conciencia moral” en asuntos internacionales.

La evolución de Europa a su presente estado ocurrió bajo el manto de la garantía de seguridad de EEUU, y no hubiera podido existir sin ella. No sólo Estados Unidos suministró un escudo durante casi medio siglo, un escudo contra amenazas externas como la Unión Soviética y contra amenazas internas como las que hubieran planteado conflctos étnicos en lugares como los Balcanes.  Más importante aún, los Estados Unidos fueron  la clave para la solución del problema alemán y quizás lo sigan siendo.  En el discurso de la Universidad de Humboldt, Fischer observó dos “decisions históricas” que hicieron possible la nueva Europa: “la decisión de EEUU de permanecer en Europa” y “el compromiso de Francia y de Alemania con el principio de la integración, empezando por los vínculos económicos.” Pero por supuesto,  lo segundo no hubiera podido  haber ocurrido sin lo primero. La disposición de Francia para arriesgarse a la reintegración de Alemania en Europa — y Francia, estaba, por decirlo así, extremadamente dubitativa — dependió de la promesa de continua participación americana en Europa como una garantía contra cualquier resurgimiento del militarismo alemán. Ni la Alemania de la posguerra ignoraba que su propio futuro en Europa dependía de la tranquilizante presencia de las tropas americanas.