En defensa del neoliberalismo

¿Un Zelaya mexicano?
Leopoldo Escobar

“Estamos a casi un año de nuestra cita con el destino. Si pierde el PRD y el PAN, ¿nos habremos salvado ya, al menos por seis años, de la pesadilla del “socialismo del siglo XXI?”

A la memoria de Adolfo Rivero Caro

En febrero de 2011 en Punta Mita, Nayarit, el Presidente Calderón se reunió con 34 altos directivos de Televisa así como de Univisión, Disney y Hewlett-Packard.

Joaquín López Dóriga le preguntó a Calderón respecto al 2012. Después algunos lugares comunes y circunloquios el Presidente se sinceró y la soltó: Cada día que pasa me vuelvo más de izquierda; ahí está Marcelo (Ebrard), sería un buen candidato de unidad para impedir que el PRI regrese, pues el regreso del PRI sería un gran retroceso para el país.

No tengo la menor duda de la veracidad de lo dicho por la fuente, testigo presencial de lo descrito y que se quedó “frío” como los demás asistentes, al oír semejante despropósito.

Pero además esto es perfectamente verosímil. No hay secreto, no hay lugar a teorías de la conspiración. Es pública la alianza que Calderón y su partido han mantenido con el PRD. Es público también el cortejo que Hugo Chávez ha sostenido con el mandatario mexicano mediante sus secuaces Rafael Correa y Cristina Kirchner.

Correa vino en abril de 2008 a tratar de convencer a Calderón de romper relaciones diplomáticas con Colombia, por el ataque contra un campamento de las FARC en territorio de Ecuador, donde cayeron el número 2 de las FARC y 23 terroristas más, entre ellos 4 mexicanos, ataque que ocurrió el 1 de marzo de 2008. Pero la jugada central no era esa, sino atraer a Calderón a la causa “bolivariana”.

Por eso en público Correa le espetó a Calderón: “Ser derecha ya no está de moda ¡véngase a la izquierda, Presidente!”.

En la misma labor ha estado empeñada la terrorista en receso que desgobierna Argentina ¿Quién puede creer el cuento que cruzó el continente para firmar un tratado de extradición con el inquilino de Los Pinos? Vino a promover la candidatura de Marcelo Ebrard, en quien Hugo Chávez y sus contlapaches que asolan Sudamérica han colocado sus apuestas para el avance “bolivariano” en ni más ni menos que las puertas del “imperio”.

Chávez no descarta a Andrés López, pero ve más posibilidades en Ebrard dada su astucia y su mayor carencia de escrúpulos, pero sobre todo le gusta el abyecto servilismo que Marcelo le profesa, a diferencia de López que es más independiente y menos obsecuente.

¿Cual sería la mejor manera de llevar a Ebrard a la Presidencia de la República? Mediante una alianza electoral clara y desde el principio entre el PAN y el PRD.

Pero ante la posibilidad de que este plan no funcione, por resistencias dentro de los partidos (y el factor López, por supuesto), pues queda el plan B. Éste consistiría en que el PAN presente un candidato débil y partidario a ultranza de la alianza con la izquierda. Si semanas antes de los comicios presidenciales del 1 de julio de 2012, el candidato panista va en tercer lugar, entonces renunciaría a su candidatura y llamaría a votar por Ebrard, quien iría en segundo lugar de las preferencias, en cerrada competencia con Enrique Peña Nieto.

Pero si los escenarios prospectivos del plan A y del plan B son ominosos, hay otros igualmente aborrecibles.

Para referirlos valga una digresión a partir de la pregunta ¿por qué todos los políticos de izquierda y derecha de América Latina admiran tanto a Fidel Castro y ahora a Hugo Chávez? La respuesta es que Castro (y hacia eso se perfila Chávez) ha sido el tirano más exitoso de la historia continental, dada su tiempo récord de permanencia en el poder. Casi todos los políticos quisieran como Castro o Chávez ser dueños de sus países y perpetuarse en el poder por siempre.

Y esto tiene relación con la expansión de la revolución “bolivariana” por todo el continente. Cuando la ideología no es suficiente atractivo para imponer el “socialismo del siglo XXI”, siempre queda el recurso de la seducción, de apelar a la megalomanía de los políticos profesionales.

En Honduras no había ningún Evo Morales o Hugo Chávez a quien los “bolivarianos” pudiera llevar al poder. Pero se encontraron a Manuel Zelaya, integrante de la oligarquía que ha mantenido al país centroamericano en la pobreza y el subdesarrollo. El ofrecimiento no pudo ser más tentador: ¿no te gustaría ser rey de tu país como Castro o Chávez?

Con el apoyo de Chávez, Zelaya se puso manos a la obra para buscar la reelección y posteriormente perpetuarse eternamente en el poder. Lo que ocurrió después es bien conocido: el 28 de junio de 2009 fue echado del poder, a unos meses de concluir su mandato, no mediante un “golpe de Estado” como dijeron Chávez, Lula o la canciller Patricia Castañeda, sino una remoción en estricto apego a la constitución hondureña, que no sólo prohíbe la reelección presidencial, sino promoverla.

¿Qué tiene que ver esto con México? Mucho. Supongamos que fracasa el Plan A de la alianza PAN-PRD en apoyo de Ebrard y supongamos también que fracasa el Plan B del voto útil y que Enrique Peña gana la Presidencia de la República ¿Nos habremos salvado ya, al menos por seis años, de la pesadilla del “socialismo del siglo XXI”?

No estemos tan seguros. Desde el primer día en que Peña empezara a gobernar, sino es que desde antes y si no es que eso ya ha empezado, las sirenas bolivarianas le cantarán al oído para que se convierta en el Zelaya mexicano.

Estamos a casi un año de, para decirlo en palabras de Ronald Reagan, nuestra cita con el destino. Los partidarios de la libertad en México enfrentaremos otra vez el dilema que corresponde con nuestra condición de debilidad: elegir entre males.

Y más vale que vayamos pensado que hacer, para no incurrir en errores garrafales como el que acaba de cometer Mario Vargas Llosa con relación a la elección en Perú: tras décadas de luchar por la libertad, en el momento culminante de su vida decide arrojarlo todo por el caño, anteponer sus rencores personales a sus principios y ayudar a que el totalitarismo termine de apoderarse de América Latina.

 

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