En defensa del neoliberalismo

 

El arma secreta de Saddam Hussein

 

Adolfo Rivero Caro

Algunos se preguntan por qué no se ha rendido Saddam Hussein. Pregunta muy simple sobre la que merece la pena reflexionar. Saddam no es tonto, sabe que es imposible resistir el poderío militar americano y que hubiera sido fácil conseguir un dorado exilio en algún bello y discreto lugar de Francia. Esto sugiere que el dictador iraquí se siente razonablemente seguro de que puede ganar esta guerra. Esto no es tan disparatado como parece. Al final de la primera Guerra del Golfo Pérsico, Saddam realizó grandes paradas militares para festejar su victoria. ¡Qué cinismo!, decían por entonces los comentaristas políticos. ¿Cómo calificar de victoria una derrota tan rápida y aplastante?

Esto, sin embargo, reflejaba una profunda incomprensión de la psicología del dictador iraquí. Saddam Hussein lo consideraba una victoria porque tras una guerra con Estados Unidos había conseguido mantenerse en el poder. Este era el éxito, inesperado y maravilloso, que festejaban sus jubilosas paradas militares. Para Saddam, la pérdida de Kuwait, la muerte de numerosos soldados iraquíes y las sanciones internacionales eran problemas menores. La apariencia de popularidad se conseguía a palos, los muertos no le importaban y las sanciones podían sortearse. Lo fundamental era permanecer en el poder. Había perdido una batalla, pero no la guerra. Su supervivencia garantizaba que ésta continuaba y ahora podía aprovechar la tregua para recuperarse y esperar una ocasión conveniente para la revancha.

Para Saddam Hussein, una victoria militar en esta Segunda Guerra del Golfo es tan imposible como en la Primera. Tenemos que comprender, sin embargo, que ése nunca ha sido su objetivo estratégico. Su objetivo siempre ha sido una victoria política, un cese al fuego que lo deje en el poder. Y esto, aunque difícil, no es imposible. Saddam sabe que el mundo occidental está dividido. Sabe que, por muy diversas razones, Alemania, Rusia, Francia y otros países se han unido a la mayoría del mundo árabe en su defensa de la dictadura iraquí. Sabe que, aun dentro de los países que encabezan la coalición para liberar a Irak, hay una fuerte quinta columna cuyo enemigo fundamental no es la dictadura iraquí, ni la sangrienta tiranía de Corea del Norte, ni la teocracia iraní, sino la democracia americana. Saddam confía en que esa coalición de viejos pastores marxistas, vasto rebaño de tontos útiles y musulmanes reaccionarios pueda conseguirle la victoria que no puede alcanzar por las armas. ¿Acaso no hay grandes movilizaciones antiamericanas en el mundo entero? Saddam puede decirle al pueblo iraquí que el mundo está con él y contra el imperialismo americano. Y los mismos medios de comunicación occidentales parecerán confirmarlo. Esta es el arma fundamental del dictador iraquí y no las químicas o bacteriológicas. Esto es lo que apuntala la confianza de sus cuerpos represivos y sostiene la leyenda de su invencibilidad dentro del pueblo iraquí, brutalmente reprimido desde hace décadas.

Saddam menosprecia al pueblo americano. Está seguro de que, si resiste lo suficiente, podrá quebrar su voluntad de lucha y la de sus aliados. Algo semejante sucedió en Vietnam. ¿Por qué no podría suceder otra vez? Su maquinaria de propaganda repite incansablemente que los americanos son un pueblo decadente incapaz de realizar ningún esfuerzo sostenido o de soportar bajas significativas. Sin duda se equivoca, pero la gran prensa liberal americana, de patriotismo residual y hostil a la guerra, le hace el juego. Basta observar la forma en que regatea los triunfos aliados y enfatiza y subraya su costo y sus momentáneos tropiezos. ¿Es éste un comportamiento normal en tiempos de guerra? Uno se pregunta cómo se hubiera desarrollado la Segunda Guerra Mundial si una hipotética CNN hubiera estado proyectado constantemente las imágenes de la sufriente población civil alemana y concediendo frecuentes entrevistas con el Dr. Goebbels. Uno se pregunta si la ''objetividad'' periodística de la época hubiera significado mitad del tiempo para los discursos de Roosevelt y mitad para los de Hitler, mitad del tiempo para la opinión de los judíos en los campos de concentración y mitad para los SS que los masacraban.

La quinta columna que opera en Occidente esgrime un derecho a la libertad de opinión --que sólo existe en las democracias liberales-- para justificar su sabotaje de esa democracia. Es cierto, sus argumentos son atractivos y convincentes. También los son los anuncios de el Aguila Vidente, la Gitana del Amor o las consultas espirituales de la Machetona. Pero no cabe duda de que estos últimos son mucho más racionales y verídicos. Los agitadores elogian las virtudes de la paz. Por supuesto, se refieren a la paz que ellos mismos disfrutan en Occidente, a la paz en un país libre y democrático. Pero debía ser evidente que hay otro tipo de paz. La paz que hubo en la Unión Soviética de Stalin, en la China de Mao, en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini. La paz que ha habido en Cuba desde hace 44 años. La única paz que ha conocido Irak bajo Saddam Hussein. La paz del garrote y la horca. ¿Es esa la paz a que nos invitan los pacifistas? Nosotros no queremos esa paz ni para Irak ni para nadie.

Algunos temen que la guerra de Irak desestabilice el Medio Oriente, pero esta parte del mundo vive sumido en la pobreza y el atraso, gobernado fundamentalmente por despotismos reaccionarios, generando más organizaciones terroristas que ninguna otra parte del mundo y en un estado de guerra permanente con Israel. ¿Es ésta la situación que quieren mantener y conservar? ¿Es ésa la estabilidad que defienden? No es de extrañar que el americano promedio parezca inmune a esta propaganda de pacotilla.

Es una señal alentadora que justifica y fortalece nuestra confianza en este gran pueblo y en sus gloriosas tradiciones.