En defensa del neoliberalismo

 

La arrogancia fatal
Los orígenes de la ética

 

Robert Taylor


En este libro, una colección de ensayos que Hayek escribió a los 90 años, se analiza, entre otros temas, el origen y la naturaleza de la ética. Hayek ve una contradicción inherente en las sociedades capitalistas de Occidente. Esta contradicción es un dualismo ético que él considera necesario y benéfico aunque problemático.

Hayek enfoca la ética desde un ángulo muy diferente al de la mayoría de los filósofos. Mientras que la ética generalmente implica la construcción racionalista de un sistema a partir de ciertas premisas sobre la naturaleza humana o de ciertos datos empíricos, la ética de Hayek es no racionalista y se basa en en el proceso histórico. Hayek rechaza la construcción racionalista, explícita en la mayoría de los sistemas éticos porque semejantes construcciones están basadas en la “arrogancia fatal’’ de la razón humana. La razón, afirma Hayek, es incapaz de dominar la información ncesaria para diseñar un sistema ético.

Hayek estima que la ética se encuentra entre el instinto y la razón. La ética – como el lenguaje, el mercado o el dinero – es un orden espontáneo que, en  palabras de Adam Ferguson, es el producto de “la acción humana pero no del diseño humano.”

Nuestro sistema ético no fue diseñado por nadie; es tradicional, se transmite de generación en generación, y se aprende por imitación. Su desarrollo es el resultado de un proceso de evolución social; las culturas que adoptaron “buenos” sistemas éticos sobrevivieron y florecieron, mientras que las que dearrollaron “malos” sistemas desaparecieron o tuvieron que adoptar otros más exitosos. Este sutil proceso de ensayo y error ha producido la ética occidental, un sistema enormemente exitoso.

¿En qué sentido contiene la ética occidental una “contradicción”?  Para comprender esta afirmación, uno tiene que examinar la teoría de Hayek sobre el desarrollo histórica de la ética. Hayek sostiene que el sistema original de la ética humana fue el del pequeño grupo – la tribu cazadora/recolectora. Esta ética de “pequeño grupo” era solidaria y altruista. En el amanecer de la historia, las tribus primitivas estaba unidas por un propósito común – la simple supervivencia en un medio ambiente hostil e incontrolable – que se sobreponía a los diferentes propósitos de los miembros individuales de la tribu. En este sentido, compartir el mismo sistema de creencias era considerado una virtud, enérgicamente estimulada, que ayudaba a la cohesión interna del grupo.

Con el pasar del tiempo, se desarrollaron técnica agrícolas y se construyeron ciudades. Estos eventos proporcionaron una base para dos progresos que hicieron insostenible la ética del “pequeño grupo”: el comercio y el crecimiento de la población. El comercio puso en estrecho contacto a los miembros de comunidades cerradas con “extranjeros” que generalmente no compartían las creencias y objetivos del grupo. El crecimiento de la población, estimulado por una relativa seguridad económica, hizo crecer mucho al pequeño grupo. Esto hizo que los miembros del mismo grupo fueran frecuentemente extraños entre sí y tuvieron, con frecuencia, fines diferentes.

Estos cambios sociales fueron acompañados de cambios en la esfera ética. La ética del “pequeño grupo” no era aplicable a comunidades diversas y cosmopolitas; los grupos que no conseguían adaptarse se aislaban y se estancaban económicamente. En el proceso de la evolución social, la ética del “pequeño grupo” fue gradualmente reemplazada por lo que Hayek llama la ética “del orden extendido.” Es la ética del mercado, del mundo de los negocios y los contratos, la ética de la sociedad civil. La ética del “orden extendido” abandonaba  los mandamientos que enseñaban fines colectivos a favor de reglas abstractas, de aplicacion general, que facilitaban los diversos fines individuales. Esa ética servía de mecanismo impersonal para la coordinación de acciones y planes individuales. Dentro de la ética “del orden extendido,” la ética del mercado, es  perfectamente correcto comprar el producto de mejor calidad a más bajo precio. El proceso de intercambio se rigue por reglas impersonales.

Pero, ¿debemos de dejar de comprar al fabricante que conocemos personalmente, que  nos ha estado abasteciendo durante muchos años y que ahora no puede competir con productores más modernos? ¿Debe el estado subvencionar, a costa de los contribuyentes, a productores nacionales inefectivos que no pueden competir en el mercado mundial? Ayudar específicamente a una persona o un grupo no tiene nada que ver con las reglas impersonales del mercado y requiere la intervención personal de alguien, de alguna autoridad. La ética del “pequeño grupo,” en efecto, depende de la dirección altamente personal del líder tribal, que dirige el grupo hacia un objetivo común.

La tolerancia, que no implica abandono de las creencias propias, por ejemplo, pasó a ser una virtud que había que estimular en el “grupo extendido.” Hubo de pasar mucho tiempo y correr mucha sangre antes de alcanzar el difícil equlibrio entre las creencias propias y la tolerancia por las creencias ajenas. 

Aunque la ética del “grupo extendido” reemplazó la ética del “pequeño grupo” como sistema dominante, la ética del pequeño grupo siguió existiendo junto con su más exitosa contraparte. Familias, amistades y grupos de afinidades siguieron operando de acuerdo a los principios solidarios de la ética del pequeño grupo por razones obvias. El amor, la camaradería, y los objetivos compartidos – indispensables para la felicidad humana – sólo son posibles dentro del pequeño grupo. Es por esto que la ética occidental contemporánea es una mezcla heterogénea” la ética del “orden extendido” le dice a los individuos y a los grupos cómo actuar dentro del gran orden social, mientras que la ética del “pequeño grupo” instruye a los individuos cómo comportarse dentro de los confines de las diversas organizaciones voluntarias a las que pertenece.

Pero, como observa Hayek, los individuos sólo tienen “una capacidad limitada para vivir simultáneamente dentro de dos órdenes de reglas.”  La línea divisoria entre las dos estructuras éticas frecuentemente se vuelve borrosa en su aplicación, dejando a los individuos confundidos en relación con sus obligaciones. Por ejemplo, claramente uno tiene una obligación de ayudar a un amigo o familiar en dificultades económicas.  Pero, ¿y en relación con un extraño necesitado que se nos acerca en la calle? ¿O de un colega empresario con quien uno está compitiendo en el mercado del orden extendido y que está al borde de la bancarrota?

Hayek advierte que, por fuertes que sean las tensiones, hay que mantener el equilibrio entre los dos sistemas éticos. Ambos sirven funciones de vital importancia dentro de sus propias esferas: la ética del “pequeño grupo” brinda el calor y la compasión esenciales para el hombre como animal social, mientras que la ética del “orden extendido” brinda la función coodinadora necesaria para mantener la seguridad económica y el ulterior crecimiento tanto de la población como de la riqueza.

Aunque nadie (con la posible excepción de los seguidores de Ayn Rand) quiere ampliar la ética del “orden extendido” al área del “pequeño grupo” hay un influyente grupo, los socialistas, que aspira a justamente lo contrario: la reconquista de Occidente para la ética del “pequeño grupo.” Obviamente, Hayek considera esta pretensión como negativa.

Hayk admite que inicialmente esto pudiera satisfacer nuestros instintos pero señala las consecuencias a largo plazo: pobreza, estancamiento y decadencia. La ética del “orden extendido,” nos recuerda Hayek, es la principal responsable del actual elevado nivel de vida en las sociedades occidentales. Los socialistas, sin embargo, pueden influir en personas sin convicciones propias o ideas claras. Un puñado de personas, fanáticamente dedicadas a una idea, pueden llevar naciones enteras por caminos equivocados que conduzcan al desastre. Sobre todo, si es a nombre de convicciones éticas profundamente enraizadas en la psique humana.

Traducción: Adolfo Rivero Caro