En defensa del neoliberalismo
 

La lógica de la autocracia

 

Adolfo Rivero Caro

Cómo pueden sobrevivir los gobiernos que hunden a sus pueblos en la miseria? ¿En qué medida puede la ayuda económica exterior ayudar a promover desarrollo y democracia?

Un reciente estudio de dos distinguidos académicos americanos, Bruce Bueno de Mesquita y Hilton L. Root (The National Interest, No. 68), arroja nueva luz sobre estos fascinantes problemas. Según ellos, la respuesta hay que buscarla en la lógica económica de la autocracia. En efecto, es natural considerar exitosos a los dirigentes que promueven el desarrollo económico y la prosperidad para sus ciudadanos y, a su vez, consideramos fracasados los que producen hambre y miseria. Pero la experiencia muestra que los dirigentes que generan miseria se mantienen en el poder mucho más tiempo que los que hacen prosperar a sus países.

Naciones que se consideran entre las más corruptas del mundo como el Congo, Irak, Sudán, Siria, Indonesia, y Birmania (Myanmar) se cuentan entre las de una dirección política más estable. En realidad, con raras excepciones, los únicos que se mantienen en el poder durante largo tiempo son los autócratas: los dirigentes políticos indiferentes a la voluntad popular y que ejercen un poder absoluto y arbitrario. La razón es simple. Para mantenerse en el poder, los dirigentes tienen que contar con un cierto apoyo social. Pero en la gran mayoría de los países pobres, los electorados políticamente significativos no son representantivos del conjunto de la población. De ahí que tenga perfecta lógica política para los autócratas enriquecer a la clique de sus partidarios aunque esto signifique mantener en la pobreza a la mayoría de la población. En un país pobre, un autócrata confronta graves riesgos políticos si pone en práctica políticas que dispersen los escasos recursos fuera del grupo de sus partidarios. De aquí que también esté interesado en que este grupo se mantenga lo más pequeño posible.

Ahora bien, concluye el estudio, en estas condiciones, la ayuda exterior de los países desarrollados no va a ayudar a aliviar la pobreza. Lo más probable, por el contrario, es que sirva para el ulterior fortalecimiento de estructuras económico sociales deformes. Aunque el estudio no las toma en consideración, en este grupo habría que incluir a las dictaduras comunistas. La existencia de esta clique en las mismas es tan obvia que inclusive ha sido bautizada con el nombre específico de nomenklatura.

Es curioso cómo, sin proponérselo, este estudio académico viene a confirmar lo acertado de mantener el embargo económico sobre Cuba. Levantarlo sólo ayudaría a fortalecer el aparato represivo y enriquecer todavía más a la nomenklatura castrista. Es obvio que a Castro no le interesa la prosperidad del pueblo cubano. Si le interesara hubiera permitido la proliferación de los pequeños agricultores y los cuentapropistas desde hace muchos años. En realidad, la principal tarea de Castro es, precisamente, mantener en la pobreza a la mayoría de la población. Obedece en esto, como bien explica el estudio de los académicos americanos, a la lógica económica de la autocracia. La lucha contra el régimen no es sólo una lucha por la libertad sino también por el derecho a prosperar. La falta de propiedad, de recursos y, por consiguiente, de influencia, sin embargo, debilita extraordinariamente a la población. Su aparato represivo la mantiene atomizada y dispersa. Es sumamente difícil romper con este status quo sin la incidencia de algún fenómeno externo. Quizás esté más cerca de lo que pensamos.

Hoy el pueblo cubano observa consternado cómo la nomenklatura le jura fidelidad a la autocracia castrista mientras el pueblo se hunde en una creciente y desesperada miseria. Castro había puesto considerables esperanzas en el levantamiento del embargo. Los préstamos y el turismo eran su áncora de salvación. No dudaba que Carter iba a mencionar el tema de los derechos humanos. Pero ¿qué costo político podía significar cuando Cuba ya había sido condenada una y otra vez por Naciones Unidas en Ginebra? Lo importante es que iba a criticar el embargo y esto pudiera ser el empujón suplementario que acabara de decidir al dividido Congreso norteamericano. Era una jugada audaz pero calculada, típica de Castro. ¿Por qué fracasó?

Fracasó porque no tuvo en consideración el Proyecto Varela, porque no tuvo en consideración a la disidencia. Esto también es típico de Castro. Es un típico caudillo latinoamericano poseído de su propia importancia y lleno de un ilimitado desprecio por el resto de la humanidad. Si desdeña a líderes mundiales como Kennedy y Gorbachov, si se burla de gobernantes que controlan ejércitos y presupuestos multimillonarios, si no vacila en fusilar al general Arnaldo Ochoa y al coronel Antonio de la Guardia, ¿qué va a pensar de Osvaldo Payá y del Proyecto Varela? ¿Disidentes? ¿Quiénes son esos muertos de hambre a los que puede mandar a matar o sepultar en la cárcel eternamente cuando le dé la gana? Cometió un error parecido con Ricardo Bofill, y ahora tiene que confrontar una disidencia nacional.

Castro llevó a Cuba al comunismo en el apogeo de la Guerra Fría y se ha mantenido casi medio siglo en el poder. Se considera un genio cuya voluntad personal puede cambiar las circunstancias históricas. Ignora que las circunstancias de los años 69 fueron explosivamente revolucionarias y que ha disfrutado de un enorme y sostenido apoyo internacional. Un apoyo tan grande, que la política del embargo, tan popular contra Sudáfrica, ha sido impopular contra la dictadura cubana. Castro no ve su supervivencia en función de la popularidad del antiamericanismo y de la rebelión contra la modernidad. La ve en función del poder de su propia personalidad. Está profundamente equivocado. Sus ideas mantienen popularidad pero han perdido su antigua hegemonía. Y eso basta para acercar el momento, realmente histórico, en que sea barrido al basurero de la historia.