En defensa del neoliberalismo

 

Aznar y Thatcher

 

Tanto Thatcher como Aznar reñían demasiado a sus conciudadanos, amenazándoles con el dedo para que hicieran sus deberes. Arrastraron a sus países hacia la modernidad poco amablemente, y ahora la mitad
del país les detesta.

Pedro Schwartz*

José María Aznar esperaba retirarse con aplauso. Había traído la prosperidad económica a España, había apoyado a las dos democracias más antiguas en una renovada lucha por la libertad, había hecho frente a la matonería de Francia y Alemania en el seno de la Unión Europea, había intentado mantener los nacionalismos de campanario dentro de nuestra Constitución, y había renunciado después de dos legislaturas, como prometió. Pero estos logros han contado poco para una mayoría de votantes españoles, que no han podido aguantar la tensión de encontrarse en guerra contra dos terrorismos, el nacional de ETA y el mundial de Al Qaeda. En vez de eso, Aznar es ahora el “mentiroso” que utilizó la masacre de Atocha para ganar votos, el “asesino” responsable de muertes en Irak y en España, el “dictadorzuelo” que aplastó la libertad de expresión.

Me atrevo a trazar un paralelo entre los últimos días del mandato de Aznar en España y la salida de lady Thatcher de la escena política británica. En ambos casos, la izquierda ilustrada se sintió libre de cubrir de insultos a líderes que, cuando se escriba la historia, serán recordados por haber ayudado a encaminar a sus dos países hacia la prosperidad perdida. Recetaron amargas medicinas que hicieron su efecto. Tony Blair no ha tocado las reformas de Thatcher. Zapatero repite a quien quiera oírle que “no tocará la economía” y mantendrá el déficit cero y las rebajas de impuestos. Pero mientras la herencia de los dos gobernantes conservadores se mantiene de hecho, sus personas se denigran de palabra.

Aznar fue más suave que Thatcher, en consonancia con la mayor timidez española. Ella rompió el poder del sindicato minero, combatió contra los generales argentinos en las Malvinas, no se inmutó ante las huelgas de hambre hasta la muerte de los presos del IRA. Fue el primer gobernante europeo en suprimir los controles de cambios, privatizó empresas nacionales y viviendas municipales, combatió la inflación, redujo impuestos. Hoy la economía británica es mayor que la de Francia y crece a un ritmo que deben envidiar las grandes naciones del Continente – excepto España.

Los logros de Aznar también han sido notables.  Basó su política anti-inflacionista sobre la búsqueda de un presupuesto equilibrado. España consiguió participar en el proyecto del euro desde el principio y sorprendió así a quienes dudaron de la capacidad de España para cumplir las condiciones de Maastricht. Había congelado los sueldos de los funcionarios durante tres años y fue recortando el déficit público hasta conseguir un pequeño superávit. Privatizó 51 empresas públicas y trajo 31 mil millones de euros a las arcas del Estado. Una modesta reforma laboral condujo a un aumento del número de inscritos en la Seguridad Social de 13,5 millones a casi 17. Ayudó a crear 5 millones de nuevos puestos de trabajo. Redujo el tipo marginal del impuesto sobre la renta de las personas físicas del 56% al 44%. España sigue creciendo al doble que sus vecinos europeos.

Las ministras de Educación de sus Gobiernos iniciaron una reforma de la enseñanza para mejorar la calidad y la seriedad de los estudios en las escuelas públicas, reformas que ahora pueden estar en entredicho. Una timidísima reforma de las pensiones en el marco del Pacto de Toledo y la creación de un mínimo fondo de reserva al menos sirvió para crear la conciencia de un grave problema sin resolver. La ambiciosa política de obras públicas buscó mejorar las vías de comunicación y distribuir el agua de Autonomías hasta entonces mal atendidas.

 Los Gobiernos de Aznar lucharon con algún éxito contra el terrorismo de ETA: tolerancia cero de la “Kale borroka”, ilegalización de Batasuna, cumplimiento íntegro de las penas por los terroristas, apoyo de Francia para privarles del santuario francés. Cuando Marruecos dio un pequeño golpe para relanzar sus reivindicaciones territoriales por la fuerza, una operación de policía cerró el incidente, por cierto, con el apoyo de EEUU y no de Francia. Como Thatcher, Aznar fue un firme atlantista, colocándose al lado de los americanos para defender la libertad en el mundo. A Aznar le quedaron cosas por hacer, la liberación del suelo, el bono escolar, una verdadera reforma de las pensiones públicas, mayor inversión en defensa, pero el saldo es positivo.

Tanto lady Thatcher como José María Aznar cometieron errores. La Dama de Hierro sintió poco entusiasmo por la reunificación alemana, no supo mantener con suficiente firmeza su visión de una Europa de Estados, creó un impuesto de capitación municipal que los británicos consideraron injusto. El desastre de este impuesto fue una muestra de su incapacidad para comunicarse con el electorado, sobre todo durante sus últimos años de gobierno. Aznar también falló en este punto. Hizo mucho por Cataluña pero dio la impresión de que se tiraba al cuello de los nacionalistas. Fue a las Azores a ponerse al lado del presidente Bush y del primer ministro Blair pero no explicó bien la necesidad de apoyarles a fondo en la lucha contra el terrorismo internacional.

Tanto Thatcher como Aznar reñían demasiado a sus conciudadanos como unos preceptores, amenazándoles con el dedo para que hicieran sus deberes. Arrastraron a sus países hacia la modernidad poco amablemente – y ahora la mitad del país les detesta. Pero pueden estar seguros de un lugar honroso en la historia de sus países y del mundo occidental.

* Profesor de la Universidad San Pablo CEU y académico asociado del Cato Institute.