En defensa del neoliberalismo
 

El bochorno de Miami

 

Adolfo Rivero


Hace unos días leía una substanciosa columna del profesor Jorge Salazar-Carrillo sobre Miami y la cuenca del Caribe, publicada en Perspectiva el 4 de agosto. Explicaba que si la Florida fuera un país independiente sería el número 12 del mundo en cuanto a potencia económica. Dentro de la Florida, a su vez, nuestro Miami-Dade es el condado de mayor importancia económica con un producto bruto mayor que el de 22 estados de Estados Unidos. ``Cada vez existe una mayor conciencia de que Miami es la capital extraoficial de la región'', dice Salazar-Carrillo, ``aunque hay muchos en Miami que parecen ignorarlo''.

No me extraña que muchos parezcan ignorar que nuestro condado es un emporio de riqueza. Y la razón es sencilla: esa riqueza simplemente no llega a ellos. El mismo profesor termina su columna señalando que ``nuestra generación de empleos palidece en relación con otras ciudades de la Florida y su desempleo es casi el doble''. Sin duda, como menciona, un factor de tremenda presión sobre nuestra economía es la continua inmigración de la cuenca del Caribe. No creo, sin embargo, que ésa sea la raíz de nuestros problemas.

Tomemos un ejemplo de nuestra vida cotidiana. ¿Quién puede negar (salvo los burócratas, por supuesto) que el transporte público de Miami es un desastre? ¿Y quién puede negar que un buen transporte es una necesidad básica? Invito a mis lectores a reflexionar sobre lo siguiente. Nosotros contamos con una masa y un flujo continuo de inmigrantes en desesperada necesidad de ganarse la vida. Ahora bien, los vehículos, de todo tipo, son más baratos en Estados Unidos que en ninguna parte del mundo. Y lo mismo sucede con la gasolina. ¿Cómo es posible entonces --pregunto yo-- que esos inmigrantes no hayan salido a ganarse la vida resolviendo esa obvia y urgente necesidad popular? Hay dos respuestas posibles. Una es que sean los inmigrantes más incapaces y faltos de iniciativa del mundo. La otra es que los obstáculos que les pone el gobierno para montar sus pequeños negocios tengan que ser prácticamente insuperables. ¿Qué respuesta les parece a ustedes la más razonable?

¿Se tratará acaso de una política del condado limitada exclusivamente al transporte? Sería extraño, ¿verdad? Me pregunto si mis lectores no conocerán de alguien que haya querido montar un pequeño negocio y se haya visto asfixiado por los impuestos y las regulaciones? ¡Sí! ¡Qué sorpresa! Pero, ¿cómo es posible que en una ciudad que es una de las mayores puertas de entrada de inmigrantes del mundo tenga, en la práctica, una política tan extraordinariamente hostil contra los mismos?

Increíblemente, Miami-Dade ha estado y sigue estando gobernado por políticas socialistas. Sus dirigentes, por supuesto, se indignarían si alguien se lo dijera. Son hombre prácticos. Pero, como decía Keynes, los hombres prácticos que menosprecian las ideas no son sino esclavos de las ideas de algún economista muerto hace 200 años.

Existen dos filosofías políticas radicalmente distintas. Los liberales americanos (socialistas) no creen en la libre empresa. Piensan que todos los problemas tienen que ser resueltos por el estado. El centro del desarrollo está en el gobierno. La filosofía opuesta, la de los Padres Fundadores de esta nación, es que el centro está en garantizar el máximo de libertad a los individuos para que éstos puedan conseguir sus aspiraciones. Eso, por supuesto, sólo puede conseguirse en un estado de derecho. Pero el estado existe, por sobre todas las cosas, para garantizar la libertad de los hombres.

En la América hispana, en los primeros siglos después de la conquista, el contrabando tenía mucha fuerza porque la corona española no permitía el libre comercio. La corona lo regulaba todo. Que el gobierno lo regule todo es tan viejo como los faraones. Lo radicalmente nuevo es la libertad del individuo. De aquí que el socialismo sea profundamente reaccionario. La idea de que el gobierno es el que tiene que resolver todos los problemas es prácticamente atávica. Sobrevive porque la libertad, aunque enormemente productiva, siempre es riesgosa. Y siempre habrá quien prefiera la pobreza segura a la prosperidad arriesgada.

Todo el mundo está escandalizado con los problemas del Aeropuerto Internacional de Miami, pero tuvo que ser Carlos Ball, nuestro brillante columnista venezolano, el que sugiriera privatizar el aeropuerto. Ball señaló lo obvio: el gobierno local se volvería multimillonario, se cerraría la más importante fuente de corrupción de la ciudad y se garantizaría la eficiencia de la instalación. La respuesta fue un silencio ensordecedor. Nadie quiere vender la vaca lechera. No es una vaca cualquiera. No es por gusto que llevamos 40 años en el exilio.

Las agobiantes regulaciones que nos imponen los gobernantes locales no son ninguna fatalidad. Pero hay que tomar conciencia y prepararse para una batalla larga y tenaz. Aunque los políticos no respondan, siempre hay en qué apoyarse. La prensa, por ejemplo. Si a la sección de opiniones llegaran suficientes historias de horror sobre cómo los impuestos y las regulaciones han matado pequeños negocios, el periódico se vería prácticamente obligado a recogerlas. Y eso crearía una tremenda presión sobre el gobierno local.

Es un bochorno que en una ciudad de inmigrantes, la principal preocupación del gobierno sea impedirles poner un pequeño negocio y no ayudarlos. Y, por favor, no se trata de crear otra agencia estatal, con carros, dietas y secretarias, para ayudar a los inmigrantes. No. Lo que hay que hacer es eliminar regulaciones y quitar impuestos. No critiquen tanto a Fidel Castro e imítenlo menos.