En defensa del neoliberalismo
 

Las botas de Jesse Helms

 

Adolfo Rivero


Fidel Castro ha manifestado su júbilo por el retiro del senador Jesse Helms. No es para menos. Los gobiernos pasaban pero, desde hace 30 años, Helms siempre estaba ahí: hostil, feroz, implacable. Ahora, el viejo senador se retira y los liberales americanos no ocultan su regocijo. Con el triunfo de Estados Unidos en la Guerra Fría, la prensa liberal americana quiere convencernos de que, en este país, todo el mundo siempre tuvo una firme oposición al comunismo. Eso simplemente es mentira. El anti-anti-comunismo era una posición sumamente popular entre los intelectuales de izquierda --muy influyentes, hasta el día de hoy, en la gran prensa, Hollywood y los medios académicos.

Y esa posición también era popular entre muchos políticos demócratas. En 1977, Jimmy Carter, convocaba al pueblo americano a no ser víctima de ``un excesivo miedo del comunismo''. De aquí el resentimiento de los liberal-fascistas americanos contra Ronald Reagan y Margaret Thatcher, los principales campeones de la lucha anticomunista. Resentimiento de una acritud y una ferocidad casi incomprensibles. Hace pocos meses, por ejemplo, el Congreso quiso enviar un mensaje de felicitación a un inválido Ronald Reagan en ocasión de su 90 cumpleaños. Pues bien, ¡siete legisladores demócratas se negaron a firmarlo! Entre ellos, los californianos Maxine Waters y Loretta Sánchez.

Las batallas políticas más importantes del siglo XX han sido contra el fascismo y el comunismo. Sin embargo, dado su esencia ultranacionalista, el carácter internacional del fascismo era necesariamente limitado. El comunismo, con su llamado a la ``justicia social'', tenía un atractivo mucho más amplio y peligroso. Ahora bien, en este combate, el más importante del siglo XX, Jesse Helms jugó un papel de primera línea. Los liberal-fascistas americanos lo acusan por su posición antisegregacionista. Esto es cierto y, sin duda, lamentable. Pero tras la aprobación de la ley de los derechos civiles de 1964, Helms aceptó el nuevo status quo y, a diferencia de otros, nunca llamó a ofrecerle resistencia. En realidad, su supuesta oposición a los ``derechos civiles'' no ha sido sino oposición a la acción afirmativa, esa especie de racismo al revés.

Por otra parte, es deshonesto ocultar que, en aquella época, todos los políticos del sur (y muchos del norte), tanto republicanos como demócratas, eran segregacionistas. Y la verdad histórica es que el apoyo a la legislación de los derechos civiles de 1964 fue mayor entre los republicanos que entre los demócratas. Concretamente, 82 contra 69 por ciento en el Senado y 80 contra 63 por ciento en la Cámara. ¿Le sorprende? No es para menos. Como dice el cuento, si Napoleón hubiera tenido la gran prensa como la tienen los demócratas, ¿quién se hubiera enterado de Waterloo?

Para los liberales americanos, Jesse Helms es la encarnación del mal. Pero no porque se opusiera a la desegregación hace 30 años. Después de todo no hace 30 años, sino sólo 15, Mijaíl Gorbachov era el jefe del imperio soviético, baluarte de todos los movimientos terroristas y subversivos del mundo, y Boris Yeltsin era el comisario de Moscú. Por no hablar de Vladimir Putin, que era un espía comunista en activo. Sin embargo, hoy todo demócrata los mira con benevolencia porque jugaron un papel importante (al menos los dos primeros), en el quebrantamiento y disolución del imperio comunista. ¿Por qué se puede olvidar los errores de su pasado y no los de Helms?

No, el odio de los liberal-fascistas americanos no es por el pasado de Helms, sino por su presente: porque rechaza el aborto, el matrimonio homosexual y, en general, la lamentable revolución moral de los años 60. Y porque les irrita que gran parte del pueblo americano esté de acuerdo. Lo odian porque no disimula su ambigüedad moral sino que se las echa en cara, con desprecio. Su simple presencia les recuerda su pasado de tibiezas y compromisos con las tiranías.

Cierto que se pueda discrepar de Helms sobre muchos temas pero, por favor, que hablen los nicaragüenses. ¿Quién hizo más que él en favor de su lucha contra la dictadura sandinista? ¿Y los salvadoreños? ¿No apoyó Helms a la derecha salvadoreña cuando hasta el mismo gobierno de Reagan apoyaba a los democratacristianos? ¿Y no hubo que esperar hasta el triunfo de ARENA, respaldado por Helms, para restaurar la democracia? ¿Quién tuvo la razón? Es cierto que Helms luchó por impedir que Robert Mugabe tomara el poder en Zimbawe. ¿Era racismo? ¿Acaso no ha instaurado éste una dictadura sangrienta? ¿Quién criticó más agriamente el control izquierdista en Naciones Unidas? ¿Y quién logró imponer las pocas reformas que ha hecho su hipertrofiada burocracia? ¿Quién luchó más que él por equilibrar el presupuesto de este país? ¿Es justo olvidar todo esto para no ofender a los liberales-fascistas americanos, a su prensa y a sus profesores?

Al presenciar el lamentable espectáculo de la ``Conferencia contra el Racismo, la Xenofobia y Otras Intolerancias'' de Durban, donde los Fidel Castro y los Jesse Jackson se abrazan y cuyo verdadero objetivo es enfrentar a Estados Unidos y al mundo occidental en general con el radicalismo izquierdista, uno tiene que lamentar que Jesse Helms no esté en la presidencia de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Y tampoco puede dejar de preguntarse, con cierta melancolía, si algún nuevo dirigente político podrá calzarse la grandes y duras botas del viejo senador por Carolina de Norte.