En defensa del neoliberalismo
 

Combatientes de la esperanza

 

Adolfo Rivero Caro

Recientemente los disidentes cubanos, activistas del Movimiento Cristiano Liberación que dirige Oswaldo Payá, presentaron oficialmente en la Asamblea Nacional una petición con más de 11,000 firmas solicitando un referendo nacional. No hay que saber mucho de política para comprender la hazaña que esto significa.

Uno se pregunta cómo es posible salir a la calle a buscar 11,000 firmas en medio de una dictadura totalitaria donde todo el poder económico y político está concentrado en las mismas manos, donde los medios de comunicación son un monopolio del gobierno, donde la seguridad del estado es omnipresente y donde discrepar del sistema es un delito sancionable con la cárcel o la muerte. ¿Cómo hacerlo en un país donde se puede mandar a fusilar impunemente a un famoso general o encarcelar durante cinco años al hijo de Blas Roca por redactar un simple documento? ¿Cómo es posible firmar esa petición --dando nombre, dirección y número de carné de identidad-- a sabiendas de que es imposible hacerlo y pasar inadvertido, que puede significar perder el trabajo y que la persecución no sólo va a estar dirigida contra uno, sino también contra sus familiares, su esposa, su marido, sus hijos?

Sin duda, estos firmantes son una verdadera vanguardia y cada uno representa a miles de personas. ¡Y qué heroísmo es el de esos activistas! Hay que recordar los nombres de estos combatientes de la esperanza. ¡Cuántas puertas tiradas en la cara por gente aterrada! ¡Cuántos insultos por muchos convencidos de que se trata de una trampa, de una provocación de la seguridad del estado! Por no hablar de los simpatizantes del régimen, ese grupo minoritario pero soberbio y arrogante. Y todo ese sacrificio no para lograr una conquista real y palpable, sino tan sólo una posibilidad de movilización, una esperanza de llegar a las masas.

En nuestro mismo exilio muchos anticastristas honestos y bien informados criticaron esta iniciativa porque ''aceptaba las reglas del juego de la dictadura'', ignorando la experiencia de la lucha en el campo socialista. No se puede vivir en ningún país pretendiendo ignorar su constitución y sus leyes. Salvo en la cárcel, que no es el mejor lugar para dirigir un movimiento político. Las demandas del famoso sindicato polaco Solidaridad, por ejemplo, siempre fueron estrictamente económicas y sindicales. La realidad histórica es que ningún movimiento disidente en ningún país del difunto campo socialista ha dado batallas políticas más audaces y tenaces que la disidencia cubana. Y podemos revisar sus historias una por una.

En Cuba hay una pujante sociedad civil que se ha abierto paso contra viento y marea. Entre otros logros increíbles, hay estructuras partidarias nacionales, periodistas y bibliotecas independientes, un fuerte movimiento campesino y hasta un incipiente movimiento sindical de oposición. El único sector que ha quedado por debajo de las expectativas ha sido la intelectualidad. Quizás haya sido sobornada por el gobierno. O, quizás, los dogmas antiimperialistas de los años 20, esa pertinaz gonorrea política, la han dejado impotente. Con todo, están a tiempo. Las batallas más importantes están por librar.

Es en este momento de singular prestigio para la oposición cubana cuando se produjo la visita de Jimmy Carter a Cuba. En el casi medio siglo de dictadura castrista, ninguna personalidad política norteamericana había tenido la posibilidad de dirigirse directamente al pueblo cubano.

Me gusta tanto Carter como la Sal de Epsom pero su discurso fue importante y útil. Criticó injustamente a Estados Unidos y elogió ''conquistas'' revolucionarias inexistentes. Pero golpeó donde hacía falta. Aunque llamó a levantar el embargo, defendió el Area de Libre Comercio de las Américas, que Castro detesta. Más importante aún, dejó bien aclarado que el embargo no era la causa de los problemas económicos de Cuba, quitándole a la izquierda mundial uno de sus argumentos favoritos. Pero, sobre todo, defendió la democracia, según está definida en la Declaración Universal, y criticó al gobierno por impedir el ejercicio de los derechos civiles y políticos. Y, como si fuera poco, se refirió concretamente al Proyecto Varela, lo elogió y lo consideró como una excelente oportunidad para el desmantelamiento pacífico del régimen.

Ante la presión internacional, la prensa cubana tuvo que publicar el breve discurso. Dos días después.

La oposición a la dictadura castrista es de masas, pero nunca ha tenido la posibilidad de demostrarlo. Recordemos que primero fue un puñado de disidentes, los llamados ''cuatro gatos''. Luego, centenares de organizaciones. Ahora, con el Proyecto Varela, resulta que cuentan con el apoyo militante y expreso de 11,000 personas que están reclamando un referendo nacional. (Si todos son agentes, en Cuba hay más personal de la CIA que en Langley.) Y, como si fuera poco, un líder de la izquierda americana acaba de plantear en televisión nacional la validez y conveniencia de hacer el referendo popular que esa oposición está proponiendo. Esto representa un importante cambio de la situación nacional. Porque ahora el pueblo de Cuba sí conoce el Proyecto Varela. Y ahora, si quisiera, Payá pudiera buscar no 10,000 sino 1,000,000 de firmas. Se ha hecho posible demostrar que la oposición es de masas.

Esto deja a Castro en una posición difícil. La supuesta popularidad de la revolución es la única justificación de su gobierno. Negarse al referendo, en violación de su propia constitución, es una prueba contundente de que está seguro de que lo pierde, y de que su régimen sólo se apoya en la fuerza. Nosotros lo sabemos, pero ahora está planteado desde la izquierda, ante el pueblo cubano y ante la comunidad internacional.