En defensa del neoliberalismo

 

 

Congreso en Madrid

 

 

 

Adolfo Rivero

En un Madrid nublado y bajo cero se desarrolló, del 29 de enero al 1 de febrero, el Congreso Cultural Cubano promovido por la Asociación española Cuba en Transición. Su objetivo fundamental fue respaldar a la oposición democrática cubana, mostrar solidaridad con los demócratas perseguidos y sensibilizar a la opinión pública sobre la tragedia cubana. Otro, más interno, era examinar distintos aspectos de la compleja realidad de la isla e intercambiar reflexiones sobre los mismos. ''Esto va a ser importante para nosotros'', me insistía antes del viaje mi amigo José de la Hoz, ese exitoso empresario y activista de los derechos humanos tan estrechamente vinculado a los españoles. Me parece que, una vez más, tenía razón. El Congreso fue un logro excepcional y aunque un esfuerzo de esta envergadura requiera del trabajo de muchos, el mérito principal es de Carlos Alberto Montaner, ese personaje poliédrico tan universalmente admirado y cuyo elogio no pienso emprender porque no quiero perjudicarlo.

Creo que, para sus participantes, el Congreso Cultural Cubano fue tanto un placer intelectual como un refinada tortura. Siempre había tres comisiones funcionando simultáneamente y había que escoger entre ellas. Yo quería asistir a la de los partidos políticos en el posttotalitarismo --de la que luego oí comentar sobre las intervenciones de Orlando Gutiérrez, José Ignacio Rasco y otros panelistas--, pero increíblemente fui literalmente arrastrado por Roberto Fandiño para participar en el panel sobre cine junto con otras figuras del cine cubano como Orlando Jiménez Leal y Eduardo Manet. Me pareció delirante que yo estuviera en la mesa y Eduardo Palmer estuviera en el público, pero de alguna forma vivimos estas situaciones absurdas con perfecta naturalidad. Palmer, por supuesto, participó de lleno en la apasionada discusión. Jiménez Leal acusó agriamente a los cineastas de la isla. Yo me referí, con bastante respaldo de Fandiño y Manet, al desgarramiento de los creadores, forzados a escoger entre la ambigüedad y el exilio, y la posibilidad, siempre real (y de la que hay ejemplos concretos) de combatir efectivamente en las condiciones más difíciles.

Por la tarde estuve en la comisión sobre los medios de comunicación. Participaban Lissette Bustamenta, Rafael Solano, Julio San Francisco y Juan Manuel Cao. Lissette, la autora de Jineteras, hizo una exposición desgarradoramente sincera sobre sus tiempos de productora estrella de la televisión cubana en estrecho contacto con Fidel Castro. Aunque algunos asistentes le hicieron observaciones vitriólicas, la discusión sirvió, entre otras cosas, para dar ejemplos de la lucha que se libra dentro de los medios de comunicación de la dictadura cubana.

El otro panel de aquella tarde fue sobre las cárceles políticas en Cuba, que tuvo de moderador a Rolando Behar. Para mí, la intervención de Alberto Müller fue un momento culminante del Congreso. Müller narró sus experiencias en ese infierno que fue el presidio político de Isla de Pinos durante los primeros años de la revolución. Habló con el dolor de una vida destrozada y la tremenda indignación del testigo. Porque sobre Müller, como sobre los otros del panel, recayó la responsabilidad de hablar por los que Castro quiso silenciar pero que, después de muertos, siempre encuentran voz. Luego hablaron Behar, también enormemente conmovedor, y otros amigos. Es muy difícil trasmitir a mis lectores lo que significa escuchar a estos hombres, que han escupido el rostro de verdugos, que han pasado años en confinamiento solitario, que son la imagen misma del estoicismo, interrumpir sus intervenciones durante largos minutos para poder seguir hablando de sus compañeros asesinados. La joven española que tenía la tarea de recoger las intervenciones, se enjugaba constantemente las lágrimas y, en más de una ocasión, la vi esconder el rostro entre las manos incapaz de seguir escribiendo.

Posteriormente, tampoco asistí a un panel de mi natural interés, el de la lucha de los disidentes en Cuba --donde estaban Bofill, Bragado, Carlos Payá, nuestra incansable Laida Carro y Lino Fernández, entre otros-- porque me interesaba conocer sobre esa incógnita que era para mí, desde hace muchos años, la Universidad de La Habana. Mi interés por ese último panel mereció la pena. Aunque llegué un poco tarde, pude escuchar intervenciones fascinantes de Fabio Murrieta e Iván González Cruz en una mesa moderada por Alexis Gaínza. Pedí la palabra y les pregunte por qué yo oía hablar de las acciones de los disidentes en todas partes de Cuba y nunca había oído hablar de la Universidad de La Habana, cuya participación en la historia de la Cuba republicana había sido legendariamente combativa. Iván, que es profesor de la Universidad de Valencia, saltó irritado, explicó los muchos peligros corridos, mostró algunos ejemplos concretos y me preguntó por qué yo no había ido a la universidad para investigar la realidad en vez de estar opinando sobre lo que no sabía. Su intervención fue certera, justa, aleccionadora y, seguramente para su sorpresa, me llenó de optimismo. Fabio, director de la editorial Aduana Vieja y nacido para moderador, trató de sosegar con algunas agudas reflexiones, irritaciones inexistentes. Luego conversamos y, para mí, resultó una de las experiencias políticas más agradables y enriquecedoras. ¡Qué cantidad de talento tenemos disperso por el mundo! ¿Cómo no sentirse estratégicamente optimista?

Al otro día por la mañana, estuve en el panel sobre las religiones en Cuba. Allí tuve, al fin, el placer de conocer y escuchar a nuestro erudito Vicente Echerri, así como a Antonio Guedes, Rafael Rubio, uno de los sonrientes y efectivos organizadores del evento que resultó ser un brillante profesor de la Universidad Complutense, Ignacio Uría y Orlando Ojeda. Aunque se aceptó que el papel de la Iglesia no es político, creo que también quedó claro que la Iglesia cubana tiene que jugar un papel más activo en la liberación del pueblo cubano.

En una próxima columna, me referiré a Marta Frayde, a varias intervenciones medulares y a mi conclusión general sobre este gran evento, tan promisorio como lleno de acechanzas y de peligros.