En defensa del neoliberalismo

El veredicto contra Holder
Editorial Wall Street Journal 

Cómo estropear un juicio por terrorismo y dañar la reputación de Estados Unidos de defensor de la justicia.

Hace unos días, el terrorista Ahmed Khalfan Ghailani fue absuelto de 284 de los 285 cargos relacionados con el asesinato de 212 inocentes, pero el veredicto contra el  fiscal general Eric Holder fue de culpable.  Su estrategia de llevar a los terroristas a tribunales civiles se tradujo en un fiasco jurídico y de seguridad.

Ghailani fue encausado en el 2001 por su papel en los bombardeos de las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania en 1998.  Soldados paquistaníes lo habían capturado en julio del 2004 después de un combate, y la CIA lo mantuvo en un lugar secreto hasta que lo transfirieron a Guantánamo en el 2006 junto con otros 13 detenidos muy importantes.  Durante los interrogatorios,  Ghailani admitió su participación y en el 2007 los fiscales militares lo acusaron de crímenes de guerra.  Pero el año pasado el Gobierno de Obama lo trasladó a Manhattan para juzgarlo por lo civil.

Las insensateces no demoraron en aparecer.  El juez Lewis Kaplan determinó que los fiscales no podían presentar a un testigo clave, Hussein Abebe.  Este iba a testificar que había vendido a Ghailani la dinamita con la que voló la embajada en Dar es Salaam que segó las vidas de 11 personas.  Las autoridades supieron de Abebe porque Ghailani lo mencionó cuando fue interrogado por la CIA, pero los abogados defensores reclamaron que durante los interrogatorios se habían cometido abusos.

 “El Gobierno decidió no litigar los detalles del tratamiento dado a Ghailani mientras la CIA lo custodió”, dictaminó el juez Kaplan en su fallo.  “Quiso hacer esto innecesario pidiendo al tribunal que al decidir esta moción asumiera que todo lo que Ghailani dijo mientras estuvo detenido por la CIA fue bajo coacción”.  Debido a que el Gobierno no había demostrado que el testimonio de Abebe  estaba “suficientemente atenuado o alejado” de la supuesta coerción de Ghailani, el juez Kaplan consideró inadmisible el testimonio.  Los fiscales decidieron no apelar así como tampoco utilizar la confesión de Ghailani, que este repudió posteriormente.

La respuesta de Holder no fue seria.  “Estamos hablando de un fallo, en un caso, emitido por un juez”, dijo a los periodistas.  “Me parece que aún es demasiado temprano para decir  que el asunto Ghailani no ha de ser exitoso”.

Pero ahora no es demasiado temprano.  La docena de jurados civiles emitieron uno de los veredictos más desconcertantes de la historia reciente al condenarlo por un cargo de conspiración para destruir propiedades del Gobierno, al tiempo que lo absolvían de conspirar para asesinar a estadounidenses.  Un reporte de prensa sugiere que el veredicto fue un compromiso para aplacar a un miembro del jurado que sostenía debía ser absuelto de todos los cargos.  Es posible que en  los próximos días obtengamos más información, pero el error no lo cometió el jurado ni el juez Kaplan.  Ellos jugaban con naipes malos y siguiendo las reglas del debido proceso penal destinadas a proteger al inocente y no a combatientes enemigos confesos.

La decisión de Holder de juzgar a Ghailani por lo civil fue un error craso, ya que hubiera sido perfectamente adecuado haberlo presentado ante un tribunal militar.  Pese a las interminables recusaciones jurídicas de bufetes de abogados y de la izquierda política, la Corte Suprema dictaminó que las comisiones militares son legales y forman parte de una dilatada tradición norteamericana desde los días de la revolución hasta Franklin Delano Roosevelt.  Gozan de la ventaja de que los tribunales militares se rigen por reglas de pruebas algo más amplias y que están concebidas para manejar los materiales clasificados de modo que protejan la seguridad nacional sin descalificar los hechos pertinentes.

La decisión de Holder fue estrictamente política.  La tomó para apaciguar a la izquierda que está en contra del antiterrorismo, la misma que ayudó a elegir a Obama presidente.  En una mala decisión histórica, llegó a proponer el pasado noviembre que juzgaran a Khalid Sheikh Mohammed (KSM), el cerebro del 11 de septiembre, cerca de la Zona Cero.

El plan fue sacado de la ciudad por los demócratas y el senador por Nueva York Chuck Schumer dijo en abril que el Gobierno nunca iba a conseguir un juicio en Nueva York, y que “ellos deben decirlo ya de una vez”.  No obstante, el departamento de Holder esperó hasta las elecciones recientes para revelar al Washington Post la semana pasada que no se realizarían juicios a KSM y otros terroristas en Guantánamo hasta después de las elecciones del 2012.  ¿Dónde está el candor y la competencia de Alberto Gonzalez cuando uno realmente los necesita?

Es indudable que los jurados hicieron un favor a Holder al condenar a Ghailani por un cargo.  Si lo hubieran absuelto de todos los cargos, a Holder no le habría quedado más remedio que dejar libre a un terrorista para que siguiera asesinando norteamericanos o ignorar el veredicto y mantener indefinidamente al terrorista en Guantánamo en calidad de combatiente enemigo.  El juez Kaplan  señaló durante el juicio que  “el estatus [de Ghailani] como ‘combatiente enemigo’ probablemente hubiera permitido su detención como algo semejante a un prisionero de guerra hasta que terminaran las hostilidades entre Estados Unidos y Al Qaeda y los talibanes, incluso si en este caso no hubiera sido hallado culpable”.

Saboreen esa ironía.  Se supone que juzgar a los terroristas en cortes civiles es una muestra de la justicia norteamericana, pero incluso de ser absueltos serían encarcelados indefinidamente.  Por otro lado, los terroristas ya saben que si son capturados no serán sometidos a interrogatorios rigurosos, sino a los que se hacen habitualmente a los delincuentes comunes y, además, que ellos pueden utilizar los juicios civiles para hacer propaganda.  Holder y su jefe, el presidente Obama, en su terquedad ideológica, se las han arreglado para dañar tanto la reputación de la justicia civil de Estados Unidos, como la seguridad nacional.

La política acertada estriba en separar las leyes de la guerra de las de la sociedad civil.  A los ladrones y atracadores se les debe juzgar en tribunales civiles.  Los combatientes enemigos ilegales capturados en los campos de batalla merecen se encarcelados en Guantánamo y juzgados en comisiones militares.  Y si Holder no es capaz de establecer esa diferencia debe buscarse un nuevo empleo.

Editorial del Opinion Journal del WSJ

 

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