En defensa del neoliberalismo

 

Destino de servidumbre

 

Luis Balcarce

El fracaso de Argentina muestra de forma patente el destino que aguarda a aquellos países que eligieron en el pasado la senda del colectivismo y la planificación económica. En 1944, Argentina presenciaba el auge del régimen peronista que inauguraba las políticas de socialización económica al tiempo que se implementaba un férreo autoritarismo. En ese mismo año, preocupado por el equivocado diagnóstico que hacían los intelectuales progresistas británicos acerca del nazismo, el pensador liberal austríaco Friedrich von Hayek terminó de escribir un libro en el cual denunciaba que aquellos países que le otorguen al Estado poderes ilimitados y establezcan la planificación económica como la única vía hacia el progreso tendrán que pagar ese error en el futuro con la instalación de un poder despótico. El libro de Hayek se llamó Camino de Servidumbre y fue un éxito mundial de ventas. Sus ideas no corrieron con la misma fortuna y durante décadas fueron ignoradas gracias al triunfo del paradigma keynesiano.

La tesis de Hayek era que la dirección centralizada de toda la economía según un plan único y coercitivo que tenga como fin la distribución de la renta conducía ineluctablemente a terminar con la democracia, socavando las instituciones básicas en la que descansa el Estado de Derecho. En palabras de Hayek, el poder económico centralizado en manos de los planificadores estatales crea "un grado de dependencia que apenas se distingue de la esclavitud".

¿Cuáles fueron los valores que se instauraron en la Argentina a partir de esos años para llegar a la crisis profunda que vivimos actualmente? No cabe duda que el denominador común de las políticas instauradas tanto por peronistas, radicales y militares fue acabar con las libertades básicas de las personas en pos de perseguir los objetivos impuestos desde un Estado burocrático. Sin embargo, lo que hizo que el colectivismo se instaure en Argentina fue el hecho de que los propios argentinos acabaron por considerar las creencias estatistas como sus fines propios. Una vez instalado como credo generalmente aceptado, la nacionalización del pensamiento permitió que el Estado gradualmente se endeudara hasta límites insospechados, confiscara los depósitos bancarios de la gente, acabara con la moneda y vaciara las reservas del Tesoro. También aplaudió la cesación de las deudas con el Fondo Monetario Internacional y se dio el lujo de saquear los ahorros de las jubilaciones privadas canjeándolos por bonos basura. Con semejantes pergaminos en su haber, el Estado argentino demostró que así como en una economía abierta y en competencia la sanción última es la del juez, la sanción última en una economía planificada es la del verdugo.

Doloroso aprendizaje

En el futuro los argentinos deberemos entender que el único medio legítimo para generar riqueza es el capitalismo. Ese sistema que sus políticos desprecian profundamente no puede funcionar sin criterios básicos de organización institucional tales como el respeto por los derechos de propiedad, la independencia del Banco Central, un Poder Judicial que garantice la igualtad ante la ley –esto es protegiendo de la misma manera a los débiles y a los poderosos- y un Parlamento que deje de legislar para los lobbys. Como expresaba Hayek, "la posterior elaboración de unos argumentos consecuentes a favor de la libertad económica ha sido el resultado de un libre desarrollo de la actividad económica, subproducto espontáneo e imprevisible de la libertad política".

Los argentinos parecen haber aprendido que la planificación de la economía conduce a la dictadura porque, como enfatizó Hayek, la democracia es "un obstáculo para la supresión de la libertad". No deberíamos dejarnos engañar por ir a votar cada cuatro años o por gozar de una Constitución que nos garantiza más derechos de los que realmente puede proteger. La democracia argentina ha dejado de existir porque los derechos de propiedad han sido violados hasta el hartazgo por políticos inescrupulosos que, además, arrasaron con nuestras instituciones republicanas.

Aquél día caluroso de verano en que los argentinos corrieron a las cajas de seguridad de los bancos porque había un rumor de que el Estado iba a abrirlas con escribanos públicos fue el mismo día en que la sociedad argentina se dio cuenta de que ese "ogro filantrópico" que le había prometido un paraíso de prosperidad no era más que una banda de mafiosos que aunaba y dirigía los esfuerzos de la gente con fines casi totalitarios. Habían aprendido, como bien decía Hölderin, que lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso.

Luis Balcarce es Investigador Asociado de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre www.atlas.org.ar