En defensa del neoliberalismo

Una campaña para desvirtuar la historia

ADOLFO RIVERO CARO


Es increíble que tantos comentaristas se hagan eco de la virulenta campaña izquierdista contra la Escuela de las Américas. La guerra fría, la confrontación entre las sociedades democráticas y el mundo comunista, hizo atravesar al continente una época de sangrientas luchas de las que todavía quedan terribles rezagos. Guerrillas urbanas y rurales, inspiradas en el ejemplo de la victoriosa Cuba comunista, combatieron en Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Brasil, Venezuela, Colombia, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Algunas provocaron verdaderas guerras civiles donde hubo decenas de miles de muertos. Desprovistas de su principal apoyo logístico gracias al colapso de la Unión Soviética y el campo socialista, la insurgencia fracasó en todas partes abriendo paso a sociedades relativamente pacíficas y democráticas. En todo caso, sin duda más pacíficas y democráticas que las dictaduras de Cuba, Corea de Norte, Vietnam y China.

Se tiende a olvidar, sin embargo, que los que salieron a combatir a esas guerrillas con las armas en la mano, a tiro limpio y dejando miles de muertos y mutilados en el camino, no fueron los periodistas ni los intelectuales ni los ingenieros ni los maestros, sino los soldados y oficiales de los ejércitos latinoamericanos. Y es bochornoso que se olvide. América Latina tiene ahora una segunda oportunidad para dejar atrás su herencia colonial de arbitrariedad, corrupción e intervencionismo estatal, para irrumpir en el mundo del estado de derecho y el libre mercado, para entrar en la modernidad. Pero si nuestro continente va a tener esa segunda oportunidad se lo debe, sobre todo, a los militares latinoamericanos, auxiliados y asesorados por el ejército de Estados Unidos. La Escuela de las Américas es un ejemplo de esa colaboracion vital, indispensable y exitosa.

Los revolucionarios no aceptan el estado de derecho. Lo repudian porque dicen que se trata del ``derecho burgués'' y que, por lo tanto, no los obliga. Eso es elemental marxismo. Pero ¿acaso es aceptable que alguien se considere a sí mismo por encima de las leyes? ¿Que pretenda vengarse de injusticias reales o ficticias por su propia mano? No aceptar las leyes es la definición misma de la barbarie y la delincuencia. Con el agravante de que los revolucionarios siempre han seguido las sugerencias de Lenin de aprovechar, al mismo tiempo, todos los recursos legales que ofrece un estado de derecho para destruirlo e instaurar su dictadura. ¿Guerra sucia? En realidad, son esos movimientos revolucionarios los que siempre han librado una guerra sucia.

La lucha contra ese enemigo oculto, que no respeta ningún prncipio, que asesina, secuestra, extorsiona y destruye las escasas riquezas nacionales de sus países, que posee armamento pesado y se apoya en una vasta red de espías y colaboracionistas tanto nacional como internacional, es una tarea excepcionalmente difícil. Se supone que los disturbios nacionales, surgidos en el seno de una población básicamente pacífica, amiga y respetuosa de la ley, sean manejados por la policía. De ahí su armamento ligero y su teórica cortesía. Pero cuando la subversión alcanza proporciones críticas, no hay otro remedio que llamar al ejército. Ahora bien, el ejército está concebido para luchar contra un enemigo externo al que hay que destruir. De ahí su armamento pesado y sus métodos rigurosos. Ningún ejército suele respetar la legalidad del país que invade. En el mejor de los casos se rige por ciertas convenciones internacionales.

En toda guerra, hay soldados que mueren víctimas del fuego de sus propios compañeros o que atacan objetivos equivocados o que matan inútilmente. Pero estas desgracias se contraponen con las que hubiera significado el triunfo del enemigo. Puestas en esa perspectiva, se consideran como un costo oneroso, pero no excesivo. La derrota de Estados Unidos en Vietnam, un triunfo de la izquierda americana, ha dejado sumido al pueblo vietnamita en la miseria y la opresión hasta el día de hoy. No sólo eso. Hizo posible el triunfo de los khemeres rojos en Cambodia, y el subsiguiente genocidio en ese país. Por otra parte, ¿qué no le ha costado al pueblo cubano la derrota de Bahía de Cochinos en 1992?

La Escuela de las Américas ha graduado a más de 60,000 alumnos. De ellos, unos 500 están acusados formalmente de crímenes diversos. ``Los acusados de violar los derechos humanos --y muchas de esas acusaciones son débiles-- son menos del 1 por ciento de nuestros graduados'', afirma el comandante de la SOA, el coronel Glenn Weidner. No se trata de excusar esos comportamientos sino de ponerlos en perspectiva y, sobre todo, de salirle al paso a los que pretenden conseguir una victoria moral tras haber sufrido una derrota militar y política. ¿Cerrar la Escuela de las Américas? ¿Con Fidel Castro en el poder? ¿Con su amigo Hugo Chávez al frente de Venezuela? ¿Con el ejemplo de Colombia frente a nuestros ojos? Eso quisieran algunos. Lo que habría que hacer es duplicarle el presupuesto.

Publicado el viernes, 29 de octubre de 1999 en El Nuevo Herald