En defensa del neoliberalismo

 

La interacción del dinero y los impuestos

 

Universidad de la economía de la oferta
Lección 8
Semestre de otoño de 2000
A: estudiantes de la Universidad de la economía de la oferta
De: Jude Wannisky


En la historia económica del mundo, nunca ha habido una época como la de los últimos 30 años. Poco después de conocernos en 1974, el profesor Robert Mundell me señaló que nunca antes había habido una conjunción de inflación monetaria internacional y tasas progresivas de impuestos. Los impuestos progresivos no se introdujeron hasta 1902, cuando los británicos abrieron el camino estableciendo tasas de impuestos más altas para los que tuvieran mayores ingresos. Las tasas progresivas se impusieron rápidamente en toda Europa para poder financiar la I Guerra Mudial, y los impuestos progresivos llegaron a Estados Unidos en 1913 con la 16ma Enmienda a la Constitución. Las tasas se fueron haciendo cada vez más progresivas durante la guerra y aunque fueron muy reducidas por los presidentes Harding y Coolidge en los años 20, volvieron a subir bajo los presidentes Hoover y Roosevelt durante la Gran Depresión y la II Guerra Mundial.

Las progresiones en los impuestos provocaron problemas relativamente menores en los dos primeros tercios del siglo porque se fijaban a niveles de ingresos muy altos, y la gente con esos niveles de ingresos siempre podían encontrar formas de evitar esas altas tasas a través de las “preferencias tributarias” (loopholes) en las leyes de impuestos. En cierto momento, la mayor tasa marginal de impuesto sobre los ingresos en Estados Unidos llegó ser de 91%  para los $100,000 o más. Eso significa que cualquier dólar que se ganara  por sobre los $100,000 tenía que pagar 91 centavos de impuestos, dejándole sólo 9 centavos a su dueño. Las “preferencias” le permitían a los ricos invertir parte del dinero que habían ganado en empresas que el Congreso consideraba meritorias y que, por serlo, pagaban menores tasas de impuestos. De esa forma, podían “proteger’’ sus ingresos. Algunas de estas áreas meritorias comprendían la exploración del petróleo y el gas natural, la cría de caballos y diversas preferencias en la agricultura.

En los países del Imperio Británico, donde las tasas de impuesto a los ingresos se dejaron absurdamente altas después de la I Guerra Mundial, fue posible el crecimiento económico porque no había impuestos sobre las ganancias del capital. Un granjero, por ejemplo, podía tomar todas las ganancias de la venta de sus cosechas e invertirlas en la misma granja, sin que hubiera ningún ingreso visible. Cuado vendía la granja, ésta valdría mucho más de lo que había pagado debido a sus inversiones – en nuevos graneros, irrigación y equipos. De esta forma, podía conseguir una ganancia de capital libre de impuestos. Esta era la única forma en que los ingresos ordinarios podían convertirse en una ganancia de capital, pero esta práctica era peligrosa porque la inversión se podía perder. Cuando el granjero o el propietario tenga necesidad de vender, puede que no tenga mercado y que se vea forzado a vender perdiendo dinero. Hay economistas que siguen insistiendo en que hay formas para convertir los ingresos en una ganancia de capital – pero no es posible hacerlo sin arriesgar esos ingresos.

Todo eso fue posible porque no había una inflación monetaria significativa. Anteriormente, hemos aclarado la diferencia entre una inflación monetaria – es decir, una disminución del valor del papel moneda en relación con el oro – y un aumento temporal en los precios provocado por una súbita demanda por bienes, como en la guerra. Si usted quisiera revisar este tema con uno de los economistas más grandes del siglo, Ludwig von Mises, puede consultar Human Action. Si consulta el concepto “deflación” encontrará tres enlaces con el tema de la deflación que son esenciales para comprender la economía mundial de hoy, y que no se enseña en ninguna de las grandes universidades.

Si hay un aumento temporal de los precios empujado por la demanda de determinadas mercancías, los productores que hayan sido cogidos desprevenidos reaccionarán aumentando la producción y, con el tiempo, esto hará bajar los precios. El mejor ejemplo es el aumento en los precios durante la I GM, cuando el precio del oro se mantuvo constante a $20.67 la onza. Inicialmente sorprendidos por la demanda de bienes del exterior y luego por la entrada de EU en la guerra  -- que alejó capital y trabajo de los bienes de tiempos de paz y los llevó a los bienes de tiempos de guerra -- el nivel de los precios para los bienes de tiempos de paz subió. Cuando terminó la guerra y se suspendieron los pedidos gubernamentales para bienes de guerra, los precios de los bienes de paz empezaron a bajar y en unos pocos años, estaban de regreso a donde habían estado. Esto no fue una inflación monetaria. Es por esto que no hubo ninguna conjunción seria de inflación monetaria e impuestos progresivos hasta los años 70 – cuando el presidente Nixon terminó con el patrón oro. El oro se había mantenido a $35 la onza gracias a una garantía del gobierno de EU a los bancos centrales extranjeros que eran miembros del sistema monetario internacional de Bretton Woods, fundado en  1944. Cuando se suspendió el vínculo en 1971, el oro subió rápidamente de $35 a $70 la onza. Una verdadera inflación monetaria estaba en marcha.

Esta fue la cuarta verdadera inflación monetaria en la historia de EU. La primera ocurrió temprano en la historia de la nación, durante la guerra de 1812, cuando se rompió el vínculo dólar-oro, aunque éste se restableció rápidamente. La segunda ocurrió durante la Guerra Civil, cuando el gobierno de Lincoln suspendió el cambio del oro por sus reservas de dólares en papel emitidos por el Tesoro. El precio del oro subió de $20.76 a $40 y el nivel general de los precios se duplicó. Como no había ningún impuesto progresivo significativo, no podía haber un aumento automático en la tasa de impuestos  debido a un cambio en el valor monetario del dólar. La tercera inflación monetario ocurrió en 1934 cuando los economistas persuadieron al presidente Roosevelt para que devaluara el dólar en relación con el oro. Durante un breve periódo, Roosevelt cambió la promesa de oro a $20.67 la onza y la hizo de $35. Los acreedores del gobierno pusieron el grito en el cielo porque les pagarían con dólares que comprarían menos oro, dólares que pronto comprarían menos de todo como resultado de la inflación. El dólar no sólo es usado por el gobierno para que el público pueda comprar las cosas que quiere. En un sentido más amplio, el público lo usa como unidad de cuenta para producir e intercambiar bienes y servicios.

Roosevelt había esperado que la devaluación terminara la Depresión. En realidad, sólo la empeoró. Por aquella época, ni los economistas ni los políticos establecieron la relación porque la devaluación de 59% del dólar contra el oro no fue seguida por un inmediato aumento del 59% en el nivel general de precios. El aumento se produjo, por supuesto, pero tomó más de una docena de años para que el nivel general de precios subiera en esa proporción. El gobierno le hizo trampa a sus propios acreedores con la devaluación y las demandas en su contra fueron desestimadas en las cortes federales. Por supuesto, los deudores privados se vieron beneficiados con la devaluación del dólar, fueron sus acreedores los que se fastidiaron. Si usted tenía una hipoteca a 30 años sobre su casa, el banco privado que la había financiado tenía que aceptar los pagos que se habían acordado antes de la devaluación -- y que ahora tenían mucho menos valor adquisitivo. Luego vinieron la II GM y los controles de los precios, que mantuvieron frenados los ajustes en los arrendamientos así como los aumentos de precios y salarios. Cuando terminó la guerra, los economistas explicaron la inflación de postguerra diciendo que reflejaba  “una demanda comprimida’’ de bienes. En realidad, era el ajuste final de la devaluación de 59%. Aunque, hasta el día de hoy, en ninguna universidad se explica así.

Fue la cuarta inflación monetaria – que se produjo cuando Nixon abandonó el patrón oro o la “ventana de oro” (gold window) el 15 de agosto de 1971 --  lo que provocó una inflación internacional. La “ventana de oro” es una forma pintoresca de describir el lugar en que los bancos centrales extranjeros podían demandar oro por sus dólares depositados. En la práctica, en 1971, todo esto ya sucedía por telégrafo. Este es el acontecimiento que Mundell califica como único en la historia del mundo. Mundell explicaba que, aunque Suiza trató brevemente de mantener su patrón oro, su economía era demasiado pequeña para ser la única vinculada al oro en un mundo de divisas flotantes. Súbitamente, todas las divisas estaban flotando sin vinculación con nada real y palpable. Y casi no había ningún lugar en el mundo donde no hubiera un impuesto progresivo a los ingresos. Los keynesianos que dominaban el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mudial (producto de los acuerdos de Bretton Woods de 1944) le vendieron a todos los países pobres la idea de que, si querían ser modernos, tenían que tener un impuesto progresivo a los ingresos.

Desde Adán y Eva, nunca había habido semejante combinación de fuerzas económicas. Nunca antes una generalizada inflación monetaria había provocado que las tasas de impuestos subieran automáticamente mientras los salarios y los ingresos subían para alcanzar el aumento del precio del oro. Un aumento que precedió al aumento del precio de todas las demás mercancías. El petróleo fue la primera en subir. Como me dijo Arthur Laffer, un protegido de Mundell, en 1972: “No se pueden cambiar los términos del intercambio comercial cambiando el valor de la unidad de cuenta’’. Es decir, si una onza de oro se cambia por 12 barriles de petróleo cuando la unidad cuenta es “1” (un dólar), van a seguir intercambiando una onza por 12 barriles cuando se cambie la unidad cuenta a ½. Si la onza de oro estaba a $35, ese cambio en la unidad de cuenta determinará que ahora esté a $70.

Eso fue exactamente lo que sucedió en 1971, cuando el oro subió de $35 a $70 la onza. Los economistas keynesianos le aseguraron a Nixon que el cambio (devaluar el dólar a la mitad) lo haría más barato en relación con el yen japonés. Supuestamente, esto haría que los americanos encontraran más caro comprar mercancías japonesas y que los japoneses encontraran más barato comprar mercancías americanas. Nixon pensaba que, de esa forma, los términos del intercambio comercial podían alterarse fácilmente en una forma que crearía más puestos de trabajo en Estados Unidos. Si los carros japoneses eran más caros de importar, los carros nacionales tendrían una mayor demanda doméstica, y habría que contratar más obreros americanos para fabricarlos. A Detroit y los ejecutivos de la industria del automóvil la idea les pareció estupenda y apoyaron la devaluación del dólar con todas sus fuerzas.

Debido a que los que tenían bonos del gobierno americano habían sido estafados por la devaluación, los acreedores que le estaban prestando al gobierno exigieron más a cambio de los bonos – y subieron las tasas de interés para compensar el riesgo de una nueva estafa. El costo de hacer negocios en dólares creció. En lugar de un aumento en los puestos de trabajo, como Nixon había prometido, lo único que aumentó fue el costo de la vida. Los trabajadores descubrieron que su trabajo compraba menos en el mercado porque que precios subían con el costo del capital. Cuando sus contratos expiraron, sus demandas salariales aumentaron mucho más de lo que nadie había pedido cuando no había inflación – y cuando los aumentos de la productividad eran compartidos entre el capital y el trabajo.

Mundell había pronosticado en enero de 1972 que tras el aumento en el precio del oro iba a venir un aumento en el precio del petróleo, y luego de todas las demás mercancías. El sabía que los términos del intercambio entre el oro y el petróleo no iban a cambiar porque hubiera habido un cambio en la unidad de cuenta. Los países productores de petróleo estaban vendiendo a $3 el barril con el oro a $35 la onza. Estados Unidos había prometido restaurar el patrón oro a $43 la onza cuando se produjeran todos los cambios prometidos en el comercio con Japón. En la primavera de 1973, sin embargo, en vez de estabilizarse el oro al precio oficial de $43, lo que hizo fue subir a $140.

Finalmente la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC)

perdió la paciencia. Estaba recibiendo dólares que habían perdido una cuarta parte de su valor en relación con el oro y, como las otras mercancías también habían aumentado, el petróleo podía comprar cada vez menos de todo lo que se vendiera en dólares. En el verano de 1973, la OPEC anunció que estaba cuadruplicando el precio del petróleo y que ajustaría su producción para mantener el precio del barril a $12. Por supuesto, los economistas de la demanda que habían asegurado a Nixon que la devaluación tendría consecuencias maravillosas no podían decir: “Caramba, nos equivocamos Sr. Presidente”. Simplemente repitieron lo que estaban diciendo los  ecologistas: que el precio había subido porque se estaba agotando el petróleo del mundo. Demasiados autos, demasiadas fábricas, demasiados aparatos que consumían petróleo y sus derivados.

La inflación mundial estaba en desarrollo y en todas partes los trabajadores encontraron que los aumentos de salarios que estaban reclamando y obteniendo los estaban empujando a grupos impositivos más altos – debido a los impuestos progresivos popularizados por los economistas americanos y británicos, enamorados con la idea de que los ricos tuvieran que pagar mayores impuestos que los pobres.

Ahora, sin embargo, los obreros industriales, las dependientas de tiendas y hasta los aprendices estaban entrando en esos grupos de impuestos diseñados para los ricos. La palabra usada para designar estas condiciones económicas fue “estaninflación” (staginflation), la combinación de estancamiento e inflación, algo que no podía suceder de acuerdo a los textos keynesianos. Fue algo que los economistas keynesianos, que controlaban todos los departamentos de Economía de todas las universidades, no habían previsto que sucediera nunca. James Tobin, de la Universidad de Yale, gran defensor de la devaluación, estuvo diciendo durante años que las devaluaciones no habían sido lo suficientemente grandes. Finalmente, renunció a comprender lo que había pasado. A pesar de todo, le dieron el Premio Nobel.

Próximamente, seguiremos discutiendo la interacción entre el dinero y los impuestos desde los años de Reagan hasta el presente.

Traducción: Adolfo Rivero