En defensa del neoliberalismo

 

Entrevista al P. José Conrado Rodríguez

 

Jorge Salcedo, Cambridge

"Adondequiera que va el Papa, realiza actividades muy importantes.  Pero ninguna lo es tanto como la celebración de la misa. Yo también  quiero celebrar la misa con ustedes". Son las 9:15 p.m Sobre la mesa  de la sala, el padre José Conrado ha dispuesto el pan y el vino como  lo hará habitualmente en su parroquia santiaguera de Santa Teresita de  Jesús. La habitación está repleta y algunos han decidido tomar asiento  en el piso. Hay un senador a mis pies. También hay periodistas,  académicos, jueces, comerciantes, estudiantes y unos cuantos anónimos  parroquianos de Cambridge --católicos, protestantes, judíos,  agnósticos y ateos-- que hemos venido a esta cena que se celebra en su  honor. "Sea breve, padre", ruega la anfitriona. "La misa dura lo que  dura la misa", responde él.

 A las 11 de la noche consigo su atención. Su estilo llano y alegre  --"Alegre es mi segundo apellido"-- facilita el intercambio. Mañana, a  primera hora, tendrá lugar esta entrevista.

 Tras la visita del Papa en 1998, aumentó el número de cubanos que se  acercó a la Iglesia Católica. ¿Fue éste un fenómeno momentáneo o ha  sido un proceso sostenido?

 Inmediatamente después de la visita del Papa, sí se notó el aumento de  personas que iban a la iglesia. También hubo una mayor receptividad de  la gente a la labor realizada por la Iglesia en la preparación de la  visita, que fue realmente extraordinaria. Pero en el pueblo de Cuba  hay como un cansancio, un cansancio que alcanza inclusive a  comunidades de creyentes muy vivas, a personas muy comprometidas, muy  fieles, que han sido fieles en las circunstancias más difíciles. Y  todavía hay miedo. Y estos dos factores, más 45 años de ateísmo  militante, han creado en muchas personas una falta de fe, de no creer  en nada ni en nadie.

 A veces no es ausencia de fe religiosa, sino ausencia de fe. Ausencia  de esperanza, algo que afecta psicológicamente. Para muchos, la única  esperanza es irse del país; cosa que a mí me entristece mucho porque,  de hecho, Cuba está sufriendo una sangría enorme. La gente joven,  mucha gente valiosa, se va del país porque no encuentra futuro en  Cuba, piensa que en Cuba no hay futuro, y por lo tanto se va. No  encuentran solución para sus problemas económicos, no encuentran  solución para sus problemas espirituales, se sienten presionados, se  sienten frustrados. Cuba es un país que tiene un techo muy bajo.

 ¿Cuál es el papel social de la Iglesia en la Cuba de 2004?

 La Iglesia cada vez gana más conciencia de esa responsabilidad que  tiene de, en una situación de tanta miseria, de tanta carencia, ser un  canal para ayudar a la gente a resolver sus problemas. Te voy a hablar  de mi parroquia. En mi parroquia tenemos un grupo de atención a los  niños --siempre digo niños, aunque algunos tienen 30 ó 40 años-- con  síndrome de Down. Es un grupo de alrededor de 40 niños. Ayudamos a las  familias a entender cómo cuidar a sus hijos, a planear actividades,  como, por ejemplo, cantar, de modo que los niños puedan socializar.  También trabajamos con los niños incapacitados físicos.

 Tenemos un grupo de alcohólicos anónimos. Tenemos alrededor de 400  ancianos a los que ayudamos cuando podemos; a veces les llevamos  jabón, a veces les llevamos leche en polvo, o algo de ropa si la  conseguimos, porque tenemos también un grupo de señoras que se dedican  a hacer batas de casa y pijamas para los ancianos enfermos, sobre todo  aquellos que están en la mayor necesidad.

 Desde hace dos años, gracias también a la ayuda de nuestros hermanos  del exilio, hemos podido mantener un ajiaco. Tenemos una sola olla, un  sólo fogón. Tratamos de que ese ajiaco tenga carne de cerdo o carne de  ovejo, viandas, verduras, espinacas, en fin... tratamos de hacer un  ajiaco sustancioso, y se lo damos a unas 300 personas. Cada día lo  reciben 100 ancianos, de modo que cada uno lo recibe dos veces a la  semana

 Pero la Iglesia Católica es, prácticamente, la única organización  independiente de la sociedad civil cubana con una presencia  institucional. Más allá de su labor esencial evangelizadora y  asistencial, ¿cómo asume la Iglesia esta posición única en la sociedad  cubana?

 La Iglesia, a lo largo de los últimos años, ha ido creciendo también  en la conciencia de su papel como maestra, en el sentido de fuente de  sensibilización, de formación humana, de formación cívica. Quizás el  caso paradigmático sea el del Centro Cívico Religioso de Pinar del  Río. Pero esto de alguna manera también está haciéndose en las otras  diócesis.

 La Iglesia realiza una labor de iluminación de las conciencias. Lo  hacemos, por supuesto, en las homilías de los domingos, pero también  se ha promovido la presencia de la Iglesia en el mundo de la prensa.  Una prensa realizada con medios muy humildes, revistas, algunas con la  calidad de Vitral,otras más modestas; pero, ciertamente, la Iglesia  está consciente de que en este sentido tiene una misión que realizar.

 Las semanas sociales, que se hacen todos los años; las semanas de  estudios históricos, que se hacen cada dos años; congresos que se  realizan con temas específicos, como el tema de Dios en la sociedad o  el tema de la familia. El congreso sobre la familia se celebró  recientemente en La Habana, anteriormente en Holguín. Todo esto nos  muestra que la Iglesia está preocupada por la situación del país y  está comprometida en ayudar a la gente a asumir sus responsabilidades  y a formarse para hacer frente a esas responsabilidades. Por lo tanto,  la Iglesia, cada vez más tiene una presencia en el mundo de la  cultura, en el mundo de la familia, en el mundo de la sociedad.

 ¿Cae la defensa de los derechos humanos dentro de la misión social de  la Iglesia?

 Por supuesto. La única voz que se ha levantado aquí para defender a  los prisioneros de conciencia, me decía la esposa de uno de los 75  encarcelados hace un año, ha sido la de la Iglesia Católica. Y no sólo  eso. Estas personas están recibiendo ayuda continua de la Iglesia.  Usted sabe que se ha puesto a los presos muy lejos de sus hogares. Las  familias tienen que trasladarse en viajes de mil kilómetros, a veces  más, desde Guantánamo a Pinar del Río, desde La Habana a Santiago de  Cuba, y la Iglesia ha dado alojamiento, apoyo, a veces para trasladar  a estas familias, ayudarlos con comida, en fin...

 Y la esposa de este prisionero, que para en mi casa cuando va a ver a  su esposo, que está en Guantánamo --ella vive en La Habana--, me  decía: 'la única institución en el país que nos ayuda es la Iglesia'.  Nosotros sentimos que tenemos esta responsabilidad. Pero la Iglesia no  sólo trabaja con los presos de conciencia. Tenemos un trabajo muy  fuerte con los presos comunes.

 En mi parroquia, por ejemplo, tenemos un programa de atención para las  ex presas, personas que salen de la cárcel con muchas heridas. Las  ayudamos psicológicamente. Tenemos un centro para que aprendan  computación, para que aprendan cómo defenderse en la vida. Y tenemos  un programa para que estas personas que no encuentran trabajo al salir  de la cárcel --en su mayoría madres de familia que no tienen cómo  mantener a sus hijos-- puedan hacer trabajos manuales, peluquería y  cosas así, en los locales de la Iglesia, tener un trabajo honrado,  rehacer sus vidas.

 La Iglesia Católica ha tenido una vocación mediadora en los conflictos  sociales. Usted, personalmente, solicitó al gobernante cubano un  diálogo nacional en 1994. ¿Quiere y puede la Iglesia jugar este papel  mediador entre las partes encontradas de la nación cubana?

 Esta voluntad de la Iglesia, en cuanto al diálogo nacional, está  expresada desde hace no menos de veinte años. Desde las primeras  cartas pastorales que se hicieron a raíz del año setenta, que fue la  primera, una y otra vez, sobre todo a medida que se ha ido agravando  la situación de la convivencia social, del respeto a las libertades, y  al mismo tiempo creciendo la conciencia --por lo menos en una parte de  la población cubana--, de que ellos necesitan un espacio social y  político, que ellos quieren ser protagonistas de sus vidas, como  dijera el Papa cuando estuvo en Cuba, que ellos quieren vivir siendo  ellos mismos, no que les digan lo que tienen que hacer, lo que tienen  que pensar...

 La Iglesia ha expresado su voluntad muy clara de ayudar y de mediar en  un diálogo nacional. Pudiera parecer un poco arrogante decirlo, pero  creo que para todo el mundo está claro que la Iglesia Católica es la  institución más preparada para ayudar en este sentido. El problema en  Cuba es que una parte de los grupos implicados en la situación, y me  refiero claramente al gobierno, no quiere el diálogo, no acepta el  diálogo.

 En Cuba vivimos bajo el signo del monólogo. Por lo tanto, la Iglesia,  aunque tiene esta voluntad e insistentemente ha invitado al diálogo,  ha encontrado la callada por respuesta. Hay un dicho que dice que dos  no se fajan si uno no quiere. Lo mismo sirve para el diálogo. Dos no  dialogan si uno no quiere. Yo diría que hay un paso más allá de este  diálogo nacional, y es: ¿qué pasaría si la Iglesia iniciara un diálogo  entre los grupos políticos, religiosos, culturales, fraternales, que  no pasara por el gobierno?

 Y cuando digo grupos, no sólo hablo de cubanos que están dentro de la  Isla, sino también de cubanos que están en el exilio. Esto sería un  reto para la Iglesia. Porque el gobierno lo podría interpretar como  una agresión a su poder absoluto. En realidad, cuando uno va al  diálogo, precisamente porque va al diálogo, renuncia a la fuerza, no  agrede. Los que agreden son aquellos que no permiten que los problemas  se solucionen con el concurso de todas las partes.

 La reacción oficial a ese diálogo vendría, me parece, en forma de  acusación: "La Iglesia se está metiendo en política".

 La Iglesia es una parte de la sociedad, porque somos parte de la  sociedad cubana, una parte cualificada de la sociedad, porque está  estructuralmente organizada dentro y fuera del país, una parte que  tiene una larga presencia en la vida nacional, desde hace cinco  siglos, los cinco siglos de historia del pueblo cubano, y con una  participación en ella muy concreta.

 Cuando uno piensa, por ejemplo, en la labor que realizó Enrique Pérez  Serantes a raíz del asalto al cuartel Moncada, cuando con su  intervención salvó la vida de los sobrevivientes del asalto, uno dice,  bueno, ciertamente, esto es algo muy en la esencia misma de lo que es  la labor social de la Iglesia. Y esto no significa que la Iglesia se  meta en política, porque lo que está en juego aquí es más que la  política, que es sólo un sector de la vida social; lo que está en  juego aquí es la vida misma, la vida en dignidad.

 Pero enfoquemos el diálogo nacional desde la oficialidad. Si yo tengo  el poder absoluto, si me afectan poco las medidas de presión externa y  los moderados actos de rebeldía interna, ¿qué incentivo tengo para  dialogar? Concretamente, ¿qué puedo ganar yo en ese diálogo?

 Esta pregunta es importante, pero parte de premisas equivocadas. Si  planteas el diálogo, su conveniencia o condiciones de posibilidad,  desde un poder absoluto, desde los intereses de un poder que sólo  pretende auto-perpetuarse, no puedes comprender su exigencia. El  diálogo parte de premisas éticas a las que no podemos renunciar. Esas  premisas son las de una vida digna, plenamente humana. Es la vida en  libertad.

 Si algo define la "humanitas", la esencia de lo humano, es la  libertad, la capacidad de autodeterminación, de ser responsable de tus  actos y de poder hacer con tu vida lo que tú mismo determines. Ese  respeto a la libertad propia y ajena es una condición para la paz,  como intuyó Benito Juárez al decir "el respeto al derecho ajeno es la  paz".

 Por eso, el diálogo forma parte esencial de la "vida justa", de la  vida que deseo vivir porque es buena. Es una cuestión ética. Cuando el  gobierno cubano se niega a dialogar, está traicionando la esencia  misma del poder que ostenta, que es servir al bien común de todo el  pueblo cubano. Un gobierno que no sirve a los intereses del bien  común, que no sirve a los intereses de los ciudadanos que representa y  a cuyo servicio está, es un gobierno ilegítimo y deslegitimizado.  Porque el gobierno no es un fin en sí mismo, es un medio. Él tiene un  fin, servir a la libertad y al bienestar de todos los ciudadanos. Si  no lo hace, traiciona su razón de ser.

 El gobierno de Cuba debe mirar el diálogo con la sociedad cubana como  un imperativo moral. Los distintos grupos, iglesias, asociaciones,  individuos, de dentro y de fuera, cuando exigen el diálogo, deben  hacerlo como un imperativo moral: al reclamar el diálogo, reivindican  su propia dignidad, rescatan su humanidad no respetada y crecen en  libertad y responsabilidad.

 Con el diálogo, todos ganamos. Incluido el gobierno, aunque pierda ese  poder absoluto que lo invalida para servir, porque ese poder que  aplasta, que se tiene que imponer no por las razones sino por las  acciones, es un poder destructivo. Cuando yo quiero ilustrar la maldad  de ese poder, retomo el cuento del rey Midas. El rey Midas todo lo que  tocaba lo convertía en oro: una flor, su perro, hasta su propia  hija... El oro es valioso, pero no más que una hija que te ama, que te  acaricia y puede besarte, hablarte... la maldad de ese poder absoluto  está en que destruye la vida, afecta a las conciencias, entristece al  ser humano, lo llena de frustración y desesperanza.

 Si el gobierno cubano fuera capaz de cambiar hacia una actitud  abierta, más respetuosa de sus propios ciudadanos y sus intereses  diversos, ganaría en autoridad lo que perdería en poder. Autoridad es  poder espiritual, tiene que ver con el respeto y la aceptación libre y  voluntaria, tiene que ver con la verdad, con la justicia, con la  igualdad, con una sociedad capaz, de fraternidad y libertad, sin  miedos y con mayores posibilidades de ser feliz y de hacer felices a  las personas.

 Dentro de la comunidad exiliada, la Iglesia ha puesto un énfasis  particular en la prédica de la reconciliación. ¿Cuál ha sido su  experiencia con los cubanos que vivimos fuera de Cuba?

 Hablar de reconciliación a los cubanos del exilio puede ser visto de  dos maneras, cuando la que habla de reconciliación es la Iglesia. Una,  como una pretensión inútil, porque muchos cubanos se sienten en plena  comunión con el pueblo cubano en la Isla, y entonces se ofenden si uno  les dice que tienen que reconciliarse. 'Estamos reconciliados,  ayudamos a nuestras familias, mandamos remesas, ¿cómo nos pide usted  reconciliación...?'.

 Otra parte dice, 'es imposible reconciliarnos con el gobierno de Cuba,  porque ese gobierno ha sido la causa de que nosotros hayamos perdido  nuestra patria, nuestros bienes, nuestras vidas, tal y como las  queríamos vivir'. Sin embargo, es una realidad que hay una ruptura,  hay una situación de división, de oposición, de lucha, de parte de los  comunistas cubanos y de parte del exilio.

 Por eso el problema pudiéramos plantearlo de esta manera. En Cuba hay  una inmensa mayoría silente --yo escribí esto ya hace varios años-- y  dos minorías vociferantes. La inmensa mayoría silente es el pueblo  cubano, la inmensa mayoría del pueblo cubano en la Isla y en el  exilio, que quiere encontrar el camino del futuro, que quiere  normalizar la situación del país, que quiere lograr una Cuba con todos  y para el bien de todos.

 Hay dos minorías vociferantes, que son el gobierno de Cuba, y ciertos  elementos de Miami que se dedican a sembrar una actitud que ellos  piensan que es patrióticamente combativa, pero no se dan cuenta de que  en el fondo excitan los peores sentimientos que pueda haber en el  corazón del ser humano. Llega el momento en que tiene que surgir una  voz diferente, y poco a poco va surgiendo, poco a poco se va  manifestando y se va organizando, una voz diferente que realmente  logre la aceptación del otro como distinto y diferente.

 En el ámbito de las relaciones Cuba-Estados Unidos, la Iglesia ha  abogado repetidamente por el levantamiento del embargo. Los críticos  de la Iglesia han caracterizado esta posición como un quid pro quo con  el gobierno cubano para facilitar la labor de la Iglesia en la Isla...

 La Iglesia se ha comprometido tan claramente con la defensa de los  derechos humanos en Cuba, que acusarla de querer manipular estas cosas  para lograr privilegios no sólo es injusto, sino totalmente falso. La  Iglesia se opone al embargo desde el principio de la legalidad. Ningún  gobierno debe usar ese acto de fuerza contra un pueblo, porque los que  sufren realmente no son los gobernantes, son los pueblos.

 Los gobernantes, los que tienen el poder, siguen comiendo, siguen  vistiendo, siguen viajando, tienen todas las posibilidades, mientras  que la gente vive bajo un sufrimiento realmente espantoso, como es la  situación de Cuba. El principio fundamental es no utilizar medidas de  fuerza. Sin embargo, no es menos cierto que cuando un pueblo es rehén  de un gobierno, de algún modo hay que presionar a ese gobierno. No lo  debe hacer una sola nación. Eso debe ser obra de muchas naciones, y  siempre con el propósito de buscar una salida, una solución al  problema.

 En documento de trabajo de 1997, los presbíteros de Oriente  diagnosticaron a la sociedad cubana con el síndrome de la indefensión  aprendida, un caso extremo de postración social en la que la gente  deja de sentirse dueña de su destino. Siete años después, ¿cómo ha  evolucionado el paciente?

 Las medidas coercitivas, tanto en el plano económico como en el plano  político y en el plano del derecho a la información, el clima de  represión que se vive dentro de la Isla, es mayor hoy. Por lo tanto,  la indefensión se ha agudizado. A mí a veces me da la impresión de que  en Cuba vivimos en un estado catatónico. El enfermo catatónico está  paralizado, pero en un momento determinado entra en una fase de  agitación totalmente descontrolada. Yo creo que ése es el caso de Cuba  en estos momentos.

 Hay una parálisis social, y esto tiene que ver con la indefensión, con  la desesperanza. Porque hay dos maneras de calificar este estado: la  indefensión aprendida o la desesperanza inducida. Los dos términos  iluminan nuestra realidad desde distintas perspectivas. La situación  es de desesperanza inducida porque tiene un propósito, logra un  objetivo...

 Su prédica de la reconciliación no parece estar reñida con un  reconocimiento de la falta de derechos fundamentales en Cuba. ¿Es la  suya una posición marginal dentro de la Iglesia?

 Si repasaras las humildes páginas de las revistas que mantiene la  Iglesia hoy, en prácticamente todas las diócesis, ibas a descubrir que  no hay una sola de estas revistas que no haya salido a defender los  derechos humanos y a criticar su violación, a veces haciendo  referencias muy concretas, otras veces en un lenguaje más abstracto.

 Yo nunca me he sentido un francotirador. He estado predicando por años  las mismas cosas. Y lo mismo pasa con todos los curas de Cuba. No creo  que el mío sea un caso aislado. Tal vez sea un caso que, por  circunstancias coyunturales, ha salido a la palestra pública; y quizás  ha pesado en esto una cierta conciencia que tengo de la  responsabilidad que tenemos como Iglesia con la verdad de lo que está  pasando en Cuba.

 Hay una propaganda que presenta la vida del cubano como si fuera el  ideal de una vida justa, de una sociedad que realiza o está realizando  todos los sueños que puede tener una persona. Eso no es verdad. Y el  no decirlo, el no hacerlo saber a otros países, a otros pueblos que  puedan caer en la misma situación en la que nosotros estamos y no  queremos estar, a mí me parece que es una responsabilidad.

 ¿Cómo se vive la doctrina de Jesús fuera del ámbito de la Iglesia? ¿Se  puede llevar una vida cristiana en Cuba fuera de los recintos de la  Iglesia?

 La vida cristiana no se realiza dentro de los recintos de la Iglesia,  porque la vida cristiana es toda la vida. Es el compromiso con el  pobre, es la solidaridad con el que sufre, es crear el ambiente de  amor en la familia, es el respeto por el otro. Es decir, que uno va a  la Iglesia a escuchar la palabra de Dios, a compartir la fe con los  hermanos, a recibir de los demás y a dar a los demás las experiencias  que uno tiene de la presencia de Dios en su vida. Pero la vida  cristiana es la vida.

 No hay vida cristiana y vida profana para un cristiano. No hay vida  cristiana cuando estoy en la iglesia y vida profana cuando estoy en la  calle, o en la casa, en el trabajo, en la escuela. La vida cristiana  es vivir de manera diferente a como puede vivir una persona que no  tiene fe. Todo eso es la vida cristiana. Y es para eso que Jesucristo  vino al mundo, para transformar la existencia de las personas. La vida  cristiana se puede vivir en cualquier situación.

 Por tres siglos, al comienzo del cristianismo, los cristianos fueron  echados a los leones. La legión más grande de mártires y de santos que  tiene la Iglesia la hizo bajo la opresión y la persecución del imperio  más poderoso de la antigüedad. Por lo tanto, la vida cristiana se  puede vivir en cualquier circunstancia. Y en Cuba se está viviendo. Y  se está viviendo no sólo en la Iglesia Católica, sino también en otras  comunidades hermanas, porque los hermanos de otras comunidades y otras  congregaciones cristianas, y también de comunidades judías, están  viviendo un compromiso de fe, y están teniendo presente en sus vidas  al Dios en que tú y yo creemos.

 En abril de 2003 fueron condenados 75 disidentes en Cuba. A usted  parece haberle afectado mucho este evento y se ha referido al mismo en  dos homilías de mi conocimiento. También realizó un ayuno a favor de  estos activistas e intentó estar presente en sus juicios. ¿A qué se  debió su reacción?

 Conozco personalmente a seis de estos prisioneros de conciencia. Tres  de ellos fueron feligreses míos cuando fui párroco de Palma Soriano. A  dos de ellos los conocí desde adolescentes, de jóvenes --son jóvenes  todavía, por supuesto--; es decir que, por ocho años, el tiempo que  fui párroco de Palma Soriano, pude conocerlos profundamente. A los  tres de Palmarito, igual, los conocí siendo párroco en Palma Soriano,  y hemos mantenido un profundo vínculo de amistad, de cariño, de  admiración profunda de parte mía, porque estos jóvenes, para mí, son  una gloria de la patria.

 En el Evangelio, cuando se nos habla de la resurrección de Cristo, y  en particular en el relato de los discípulos de Emaús, hay una frase  que siempre me ha impresionado mucho. Y es cuando Cristo, presente en  aquel misterioso compañero de camino, explica las escrituras a los dos  discípulos que salieron huyendo de Jerusalén entristecidos,  defraudados por la muerte de Jesús, y les dice como resumen de la  palabra de Dios: "el Mesías tenía que padecer para entrar a la  gloria". Y esto es como un principio de la vida. Hay personas que  tienen que entregar su vida para que otros tengan vida.

 Y, para mí, estos hombres, estos amigos míos, estos antiguos  feligreses, lo que han hecho es eso. Han arriesgado su tranquilidad y  la de sus familias, han comprometido su libertad, yo diría que aun sus  vidas, para defender un ideal de justicia, de libertad, de paz, de  reconciliación. Porque son hombres pacíficos, que jamás utilizaron las  armas, que jamás se lanzaron por el camino de la violencia. En este  sentido, yo creo que son un ejemplo de la obligación que tenemos  todos, jóvenes y adultos, de defender nuestros derechos y el derecho  de los demás.  José Conrado: La libertad desde el púlpito  - "Hemos vivido en la mentira, engañando y engañándonos. Hemos hecho  el mal y ese mal se ha volcado contra nosotros, sobre nosotros. Todos  somos responsables, pero nadie lo es en mayor proporción que usted"  (Carta a Fidel Castro, 25 de marzo de 1995).  - "Tengo fe en que la larga noche de la Patria terminará en un  amanecer de libertad, justicia y paz, y que ya desde ahora, el  espíritu evangélico del perdón y la reconciliación hará posible el  mañana que hoy nos parece lejano y difícil" (Carta de despedida de  Palma Soriano, octubre de 1996).  - "..a lo largo y ancho de la Isla, se ha estado juzgando a pacíficos  defensores de los derechos humanos (...) No podemos permanecer  indiferentes ante esta nueva 'pasión del Señor' (...) Cada cual que  ocupe su puesto, al pie de la cruz, acompañando a Cristo, ayudándolo a  cargar la cruz, o en el bando de los vociferantes y acusadores,  siempre dispuestos a emplear sus violentas espadas. No hay opción. No  nos han dejado opción. O con Cristo o contra él" (Homilía Quinto  Domingo de Cuaresma, marzo de 2003).