Contenga su entusiasmo por Brasil
El magnate brasileño Eike Batista ocupó el octavo lugar en
la lista de los individuos más acaudalados del mundo
elaborada este año por la revista Forbes, un ascenso
meteórico respecto del puesto 61 del año pasado. Ahora,
abundan los rumores de que pronto saltará al primer puesto.
El motor de la creciente fortuna de Batista es el oro negro.
Su empresa de petróleo y gas, OGX, se adjudicó los derechos
de extracción en la cuenca de aguas poco profundas ubicada
frente a la costa del estado de Rio de Janeiro y estima que
sus reservas alcanzan los 6.700 millones de barriles.
Un multimillonario de Rio que se forjó a pulso su propio
imperio tendría que ser osado, carismático y visionario, y
Batista no decepciona. Me encontré con él la semana pasada
en NuevaYork, con motivo de su participación en la
conferencia "Invest in Rio" organizada por The Wall Street
Journal y el diario brasileño de negocios Valor Econômico.
En un almuerzo realizado el miércoles, hipnotizó a los
asistentes con su entusiasmo, no sólo acerca de sus
proyectos de desarrollo de petróleo, puertos y construcción
naval, sino también sobre su país. A pesar de los numerosos
errores del pasado, señaló, Brasil ha cambiado y está
preparado para tomar el lugar que le pertenece entre los
países industrializados.
No cabe duda de que Batista es un tomador de riesgos
sensacional y disciplinado con un gran manejo político. No
obstante, ¿acaso sus nuevas oportunidades en el sector de
petróleo y gas en Brasil también implican una mejora para el
resto del país? Confieso que soy escéptica. De hecho,
mientras más la élite del país habla de sus asociaciones
público-privadas para reinventar a Brasil con su riqueza
recién descubierta, más suena como el viejo corporativismo
latinoamericano.
Es verdad que la vida de los brasileños es infinitamente
mejor que a principios de los años 90, cuando la
hiperinflación provocó caos en el país. El reconocimiento
por controlar los precios le corresponde al presidente
Fernando Henrique Cardoso, cuyo gobierno implementó el Plan
Real, que ancló la divisa brasileña al dólar. Aunque el
vínculo fue abandonado en 1999, Cardoso se aferró a su sueño
antiinflacionario, al designar a Armínio Fraga, un exitoso
gestor de fondos de cobertura, en la presidencia del banco
central. Fraga hizo de la transparencia bancaria una
prioridad y ahora el mercado disciplina a Brasil en asuntos
monetarios. Cardoso también encabezó el esfuerzo para hacer
que los estados fueran fiscalmente responsables.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva recibe elogios de
empresarios como Batista, pero un repaso de su gestión
revela que lo mejor que ha hecho como presidente ejecutivo
de su país es nada. Es decir, no deshizo los logros de
Cardoso en materia de política monetaria y fiscal. En cambio,
continuó respaldando una postura antiinflacionaria al
nombrar a Henrique Meirelles, un ex presidente de Bank of
Boston, para reemplazar a Fraga. Sin embargo, más allá de
una reforma del código de bancarrota y mejoras a la
legislación de seguros, no ha hecho mucho más.
La escuela del gradualismo argumenta que Brasil no puede dar
un giro de la noche a la mañana y, por lo tanto, un progreso
incremental es todo lo que se puede esperar. El problema es
que desde que Brasil descubrió abundantes reservas de
petróleo cerca de su costa en 2007, parece haber abandonado
incluso las reformas modestas.
Considere como ejemplo el desafío de reformar la estructura
regulatoria e impositiva, que es tan sofocante que las
pequeñas y medianas empresas han tenido que pasar al mercado
negro para sobrevivir. Al operar en la oscuridad, no pueden
sacar provecho de métodos de eficiencia modernos que las
ayudarían a aumentar la productividad. Como resultado, están
sentenciadas a vivir como equivalentes urbanos de los
agricultores de subsistencia.
Batista sostuvo que la economía informal se ha reducido en
los últimos años en Brasil. Esa afirmación es difícil de
probar, pero aun si es verídica, se debería más al control
de agentes de estados que a la reforma.
En el informe de "Facilidad para hacer negocios" del Banco
Mundial de 2010, que mide la carga tributaria y regulatoria
impuesta por el Estado, Brasil ocupa el puesto 129 entre 183
países, frente al puesto 127 en 2009. Está muy por detrás de
Chile (49), México (51) y China (89). El país recibe
calificaciones especialmente magras en áreas como la
facilidad para iniciar una empresa, pago de impuestos,
empleo de trabajadores y conseguir permisos de construcción.
Existen otras señales preocupantes. En una entrevista con
periodistas de The Wall Street Journal el día anterior a la
conferencia de la semana pasada, Batista celebró un aumento
de proteccionismo al elogiar una nueva "ley de contenido
brasileño" para los buques de carga que construye. "Solíamos
tener la segunda mayor capacidad astillera del mundo y fue
totalmente desechada bajo la actitud liberal de 'compremos
donde es más barato'", dice. "Solíamos transportar montañas
de mineral de hierro, montañas de alimentos al mundo. Ahora
está volviendo debido al petróleo y debido a la regla de
contenido brasileño".
Esto podría ser positivo para Batista, pero no es tan bueno
para los brasileños que pagarán el precio de una mala
asignación de capital.
Gracias a los grandes descubrimientos en alta mar y los
ingresos que implican para el gobierno, los políticos
brasileños ahora esperan amasar dinero. Eso no es un buen
augurio para la posibilidad de contener su poder. Tampoco
sugiere que los empresarios brasileños que han sufrido por
mucho tiempo —pese al éxito de Batista como magnate
petrolero— estén por ser liberados.
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