En defensa del neoliberalismo

 

La Furia, el Orgullo y la Duda

 

Pensamientos en la víspera de la Batalla en Irak

Oriana Fallaci
Marzo 15, 2003

Para evitar el dilema de si esta guerra debe sucederse o no, para sobreponerme a las reservas, el rechazo y las dudas que todavía me laceran, con frecuencia me digo a mi misa:  "Que bueno sería que los iraquíes se liberaran de Saddam Hussein ellos mismos.  Que bueno sería que lo ejecutaran y colgaran su cuerpo por los pies, como en 1945 nosotros los italianos hicimos con Mussolini." Pero eso no ayuda.  O ayuda en un solo sentido. Los italianos, en realidad, pudieron liberarse de Mussolini porque en 1945 los aliados habían conquistado casi cuatro quintas partes de Italia. En otras palabras, porque la Segunda Guerra Mundial había tenido lugar.  Una guerra que sin ella, hubiésemos mantenido a Mussolini (y a Hitler) para siempre.  Una guerra en la cual los aliados nos bombardearon sin misericordia y morimos como mosquitos.  Los aliados también.  En Salerno, en Anzio, en Casino.  A lo largo de la carretera de Roma a Florencia, luego en la terrible Línea Gótica.  En menos de dos años, 45.806 muertos entre los Americanos y 17.500 entre los Ingleses, los Canadienses, los Australianos, los Neo Zelandeses, los Sur Africanos, los Hindúes, los Brasileros. Y también entre los Franceses que escogieron a De Gaulle, también los italianos que escogieron el Quinto u Octavo Ejercito.  (¿Puede alguien adivinar cuantos cementerios de soldados aliados hay en Italia? Mas de sesenta.  Y los mas grandes,  los mas llenos, son los Americanos.  En Nettuno, 10.950 tumbas.  En Falciani, cerca de Florencia, 5.811. Cada vez que paso frente a él y veo ese lago de cruces,  tiemblo de pesar y gratitud).

En Italia también hubo un Frente Nacional de Liberación.  Una Resistencia a la que los aliados suplieron armas y municiones.A pesar de mi tierna edad (14) yo estuve involucrada en la cuestión, y recuerdo claramente el avión Americano que, sobreponiéndose al fuego antiaéreo, lanzo en paracaídas esa mercancía en Toscana.  Para ser exacta, sobre Monte Giovi donde una noche ellos lanzaron  los para- comandos aerotransportados con el propósito de activar una red de onda corta llamada  Radio Cora.  Diez sonrientes Americanos que hablaban italiano muy bien, quienes tres meses mas tarde fueron capturados por la SS, torturados y ejecutados junto a una joven partisana Florentina:  Anna María Enriquez-Agnoletti.  Así pues que el dilema continua.

Y continúa por las razones que tratare de exponer.  Y la primera es que, contrario a los pacifistas que nunca gritan en contra de Saddam Hussein o Osama bin Laden y que solo gritan en contra de George W. Bush y Tony Blair,  yo conozco la guerra muy bien. (pero en sus marchas de Roma ellos también gritaron en mi contra y levantaron pancartas deseando que yo volara en pedazos en el próximo Transbordador, me han dicho)

Yo se lo que significa vivir en terror, correr bajo incursiones aéreas y andanadas de cañones, ver morir a gentes y casas destruidas, pasar hambre y soñar con un pedazo de pan, echar de menos incluso un vaso de agua.  Y - lo que es peor - ser o sentirse responsable de la muerte de otra persona.

Lo sé porque pertenezco a la generación de la Segunda Guerra y porque, como miembro de la Resistencia, yo era un soldado.  También lo se porque durante una gran parte de mi vida, he sido corresponsal de guerra.  Comenzando con Vietnam, he experimentado horrores que quienes solo ven la guerra a través de la TV o el cine, donde la sangre es salsa de tomate, ni siquiera se los imaginan.  Como consecuencia, yo odio la guerra como los pacifistas, de mala o buena fé, nunca la detestarán.

Yo la desprecio.  Todos los libros que he escrito desbordan ese desprecio, y no soporto la visión de las armas.  Al mismo tiempo, sin embargo, no acepto el principio, o debo decir el slogan, que  "Todas las guerras son injustas, ilegitimas".  La guerra contra Hitler, Mussolini e Hirohito fue justa, fue legítima.  Las guerras del Resurgimiento que  mis antepasados pelearon en contra de los invasores de Italia fueron  justas, fueron legítimas.  E igual fue la guerra de independencia que los Americanos pelearon contra Inglaterra.  También lo son las guerras (o revoluciones) que surgen para recuperar la dignidad, la libertad.  Yo no creo en exoneraciones viles, apaciguamientos falsos, perdones fáciles.  Menos aún, en la explotación o el chantaje de la palabra Paz.  Cuando la paz significa rendirse, miedo, perdida de dignidad y libertad, no es paz.  Es suicidio.

La segunda razón es que esta guerra no debe suceder ahora.  Si es justa como deseo y legítima como espero, debió haber sucedido hace un año.  Es decir, cuando las ruinas de las Torres Gemelas estaban todavía humeantes y la totalidad del mundo civilizado se sintió Americano.  De haber sucedido entonces, los pacifistas que nunca gritan en contra de Saddam o de Bin Laden, no estarían hoy llenando las plazas para anatematizar a los Estados Unidos.  Las estrellas de Hollywood no representarían los papeles de Mesías, y la ambigua Turquía no le negaría cínicamente el paso a los Marines que tienen que alcanzar el frente Norte.

A pesar de los Europeos que añadieron su voz a la de los Palestinos gritando "Los Americanos-recibieron-lo suyo", hace un año nadie dudó que otro Pearl Harbor había sido inflingido a los Estados Unidos, y que los E.U. tenían todo el derecho de responder. De hecho debió haber sucedido antes.  Quiero decir cuando Bill Clinton era presidente y pequeños Pearl Harbors estaban explotando en el exterior.  En Somalía, en Kenya, en Yemen.  Nunca me cansaré de repetir que nosotros no necesitábamos un 11 de Septiembre para ver que el cáncer estaba allí.

El 11 de Septiembre fue la cruel confirmación de una realidad que había estado encendida por décadas, el diagnostico irrefutable de un doctor que agita una hoja de Rayos X y brutalmente exclama:  "Mi querido señor, usted tiene cáncer."

Si el Sr. Clinton hubiese pasado menos tiempo con muchachas voluptuosas; si hubiese hecho mejor uso de la Oficina Oval, quizás el 11 de Septiembre no hubiese ocurrido.  Y, no hay para que decirlo, menos aún hubiese ocurrido si el primer George Bush hubiere removido a Saddam en la Guerra del Golfo.

Por amor a Cristo, en 1991 el ejercito iraquí se desinfló como un globo pinchado.  Se desintegró tan rápido, tan fácilmente, que incluso yo capturé a cuatro de sus soldados.  Yo estaba detrás de una duna en el desierto Saudita, completamente sola. Cuatro criaturas esqueléticas, en uniformes hecho harapos  vinieron hacia mi con las manos en alto, y susurraron:  "Bush, Bush."Queriendo decir: "Por favor tómennos prisioneros.  Estamos tan sedientos, tan hambrientos."  De manera pues que los tome prisioneros.  Se los entregue al  Marine al mando, y en lugar de congratulaciones me espetó:  "¡Maldita sea!  ¿Mas?Pero los Americanos no llegaron a Bagdad, no removieron a Saddam.  Y, para darles las gracias, Saddam trató de matar a su presidente.  El mismo presidente que lo había dejado en el poder.  De hecho, a veces me pregunto si esta guerra no es una retaliación esperada por mucho tiempo, una venganza filial, una promesa hecha por el hijo al padre.  Como en una tragedia Shakesperiana.  Mejor aún, una Griega.

La tercera razón es la forma equivocada en la cual la promesa se ha materializado.  Admitámoslo: Desde el 11 de Septiembre hasta el verano pasado, todo la presión fue colocada sobre bin Laden, en al Qaeda, en Afganistán.  Saddam e Irak fueron prácticamente ignorados.  Solamente cuando resulto evidente que bin Laden gozaba de buena salud, que el solemne compromiso de capturarlo vivo o muerto había fallado, nos hicieron recordar que Saddam también existía.  Que no era un alma amable, que le cortó la lengua y las orejas a sus adversarios, que mató a niños frente a sus padres, que decapitó a mujeres y luego exhibió sus cabezas en las calles, que mantuvo a sus prisioneros en celdas del tamaño de ataúdes y  que realizó sus experimentos biológicos o químicos en ellos también.  Que tenía conexiones con al Qaeda y apoyaba el terrorismo, que recompensaba a las familias de los kamikazes palestinos a razón de $25.000 a cada uno.  Que nunca se ha desarmado, que nunca ha entregado su arsenal de armas mortales, por lo tanto las N. U. Deben enviar de regreso a los inspectores, y hablemos en serio: ¿Si hace 70 años la inútil Liga de Naciones hubiese enviado sus inspectores a Alemania, usted cree que Hitler les hubiese enseñado Peenemünde donde Von Braun estaba fabricando sus bombas V2? Usted cree que Hitler hubiese revelado la existencia de los campos de concentración de Auschwitz, de Mauthausen, Buchenwald, Dachau? Sin embargo, la comedia de la inspección (en Irak) continuó.  Con tanta intensidad que el papel de prima donna pasó de bin Laden a Saddam, y el arresto de Khalid Sheik Mohammed, el ingeniero del 11 de Septiembre, fue recibido casi con indiferencia.  Una comedia marcada por los dobles juegos de los inspectores y las conflictivas estrategias del Sr. Bush quien, de un lado le pidió al Consejo de Seguridad permiso para utilizar la fuerza, y por el otro despacho sus tropas hacia el frente.  En menos de dos meses, un cuarto de millón de tropas.  Con los Ingleses y los Australianos, 310.000.  Y todo esto sin darse cuenta de que sus enemigos (pero debo decir los enemigos de Occidente) no están solamente en Bagdad.También están en Europa.  Están en París donde el decorativo Jacques Chirac no le importa un carajo la paz, no así los planes para satisfacer su vanidad con el Premio Nobel de la Paz.  Donde no hay deseos de remover a Saddam Husseir porque Saddam Hussein significa el petróleo que las empresas Francesas bombean de los pozos iraquíes.  Y donde, (olvidando una pequeña falla llamada Petain) Francia persigue su deseo Napoleónico de dominar la Unión Europea, y establecer su hegemonía sobre ella.

Están en Berlin, donde el partido del mediocre Gerhard Schröder gano las elecciones comparando a Mr. Bush con Hitler, donde las banderas Americanas son manchadas con la esvástica, y donde, en el sueño de jugar a los masters otra vez, los Alemanes van de brazo con los Franceses.  Ellos están en Roma donde los comunistas salieron por la puerta para reentrar por la ventana, como los pájaros de la película de  Hitchcock.  Y donde, molestando y enredando al mundo con su ecumenismo, su piedad, su tercermundismo, el Papa Wojtyla recibe a Tariq Azís como a una paloma o a  un mártir que está a punto de ser comido por los leones.  (Luego lo envía a Assisi donde los monjes lo acompañan a la tumba de San Francisco)  En los otros países Europeos, la cosa es mas o menos la misma.

En Europa sus enemigos están en todas partes, Mr. Bush.Lo que usted calladamente llama "diferencias de opinión" es en realidad puro odio. Porque, en Europa pacifismo es sinónimo de antiamericanismo, Señor, y acompañado del mas siniestro resurgimiento de antisemitismo, el antiamericanismo triunfa tanto como el antisemitismo  en el mundo Islámico.  Sus Embajadores no le han informado?.  Europa no es más Europa.  Es una provincia del Islam, como España y Portugal lo fueron en los tiempos de los Moros.  Ella sirve de asiento a casi 16 millones de inmigrantes musulmanes; está llena de mullahs, imams, mezquitas, burgas, chadors.  Alberga miles de terroristas islámicos a quienes los gobiernos no saben como identificar ni controlar.  La gente (europeos) tiene miedo, y al ondear la bandera de la pacificación - pacifismo sinónimo de antiamericanismo - se sienten protegidos.  Además, a Europa no le importan los 221.484 Americanos que murieron por ella en la Segunda Guerra Mundial. En lugar de gratitud, sus cementerios estimulan el resentimiento.

En consecuencia, en Europa nadie apoyará esta guerra.  Ni siquiera naciones que son oficialmente aliados de Estados Unidos, ni siquiera los primeros ministros que le dicen a usted "Mi amigo George."  (Como Silvio Berlusconi)  En Europa usted tiene solo un amigo, un solo  aliado, Señor: Tony Blair.  Pero el Sr. Blair también dirige un país que ha sido invadido por los Moros.  Un país que esconde ese resentimiento.  Incluso su partido se le opone, y a propósito:  Le debo una excusa, Sr. Blair.  En mi libro "La Rabia y el Orgullo" yo fui injusta con usted.  Porque yo dije que usted no persevería con sus tripas (guts), que usted las aflojaría tan pronto como dejaran de servirle a sus intereses políticos.  Con coherencia impecable, en lugar de ello, usted está sacrificando esos intereses en beneficio de sus convicciones.  Sin duda, le pido excusas.  También retiro la frase que solía utilizar en relación a su exceso de cortesía hacia la cultura islámica: "Si nuestra cultura tiene el mismo valor que aquella que impone la burca, porque usted pasa sus veranos en mi Tocana y no en Arabia Saudita?" Ahora yo digo: "Mi Toscana es su Toscana, Señor. Mi casa es su casa."

La última razón para mi dilema es la definición que el Sr. Bush y el Sr. Blair y sus asesores dan de esta guerra: "Una guerra de Liberación.  Una guerra humanitaria para traer libertad y democracia a Irak."  Oh, no.  Humanitarismo no tiene nada que ver con guerras.  Todas las guerras, incluso las justas, son muerte y destrucción y atrocidades y lagrimas.  Y esta no es una guerra de liberación, no es una guerra como la Segunda Guerra Mundial.  (A propósito:  tampoco es una guerra "del petróleo", como los pacifistas que nunca gritan en contra de Saddam o de bin Laden sostienen en sus mítines.  Los Americanos no necesitan el petróleo iraquí.)  Esta es una guerra política.  Una guerra a sangre fría para responder a la Guerra Santa que los enemigos de Occidente declararon sobre Occidente el 11 de Septiembre. También es una guerra profiláctica.  Una vacuna, una cirugía que le pega a Saddam porque, (creen el Sr. Bush y el Sr. Blair) que entre los múltiples focos de cáncer,  Saddam es el mas obvio y el más peligroso.  Mas aún, creen que Saddam es el obstáculo que una vez removido les permitirá rediseñar el mapa del Oriente Medio, como los Ingleses y los Franceses hicieron después de la caída del Imperio Otomán.Les permitirá rediseñarlo y esparcir la Pax Romana, perdón, la Pax Americana, en la cual todos prosperarán a través de libertad y democracia.  De nuevo, no. La libertad no puede ser un regalo.  Y democracia no puede ser impuesta con bombas, con ejércitos de ocupación.Como mi padre dijo cuando le pidió a los antifascistas unirse a la Resistencia, y como hoy digo a aquellos quienes honestamente cuentan con la Pax Americana, los pueblos deben conquistar la libertad ellos mismos.La democracia debe venir de su voluntad, y en ambos casos un país debe saber en que consiste tanto libertad como democracia.  En Europa  la Segunda Guerra Mundial fue una guerra de liberación, no porque ella trajo las novedades de libertad y democracia, sino porque las reestableció.  Porque los Europeos sabían en que consistían.

Los Japoneses no lo sabían:  eso es verdad.  En el Japón, esos dos tesoros fueron de alguna manera un regalo, un reintegro por Hiroshima y Nagasaki. Pero Japón ya había comenzado con su proceso de modernización, y no pertenecía al mundo islámico. Como digo en mi libro cuando llamo a bin Laden la punta del iceberg y defino ese iceberg como una montaña que no se ha movido en 1400 años, que durante 1400 años no ha cambiado, que no ha salido de su ceguera.  Libertad y democracia son totalmente ajenas a la textura ideológica del Islam.  Son ajenas a la tiranía de Estados teocráticos.  Por lo tanto, su pueblo las rechaza, y más aún, quieren borrar nuestra propia textura ideológica.

Sostenidos en su testarudo optimismo, el mismo optimismo ellos con el cual pelearon tan bien en el Álamo y todos murieron masacrados por Santa Anna, los Americanos piensan que en Bagdad serán bienvenidos como lo fueron en Roma, Florencia y París.  "Ellos nos vitorearan, nos lanzaran flores."  Quizás. Puede que así sea.  En Bagdad cualquier cosa puede suceder.  ¿Pero después de eso?  Casi dos tercios de los iraquíes son Shiítas que siempre han soñado con establecer una Republic a Islámica en Irak. Los soviéticos fueron una vez vitoreados en Kabul.  Ellos también impusieron su paz.  Incluso,  ellos lograron convencer a las mujeres que se quitaran el burca, se acuerdan? Después de un tiempo, los soviéticos tuvieron que irse.  Y vinieron los Taliban.  Entonces, yo pregunto:  ¿Que pasa si en lugar de aprender libertad, Irak se transforma en el segundo Afganistán Taliban?Que pasa si en lugar de democratizarse por la Pax Americana, el Medio Oriente todo explota y el cáncer se multiplica?

Como una orgullosa defensora de la civilización occidental, sin reservas, yo me uno al Sr. Bush y al Sr. Blair en el nuevo Álamo.  Sin indecisiones, yo pelearé y moriré con ellos.  Y esta es la única cosa sobre la cual no tengo ninguna clase de dudas.

ORIANA FALLACI

Oriana Fallaci es la autora de "La Rabia y el Orgullo" (Rizzoli International, 2002), disponible de OpiniónJournal bookstore.  Copyrigh  c 2000 Dow Jones & Company, Inc. All Rights Reserved.