En defensa del neoliberalismo
 

Enfrentamiento en Ginebra

 

Adolfo Rivero Caro


Una vez más, la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas ha condenado a la dictadura cubana. Es, en primer lugar, un triunfo de los disidentes cubanos, que son los que hacen las denuncias, y de nuestra comunidad cubana en el exilio, que les da voz y fuerza. Es también un triunfo de Estados Unidos, ese amigo tan fiel, tan criticado, tan indispensable. Y nos regocija, en particular, el papel jugado por la República Checa y Polonia, porque quizás nadie nos comprenda mejor. Pero ha sido una jornada innecesariamente difícil.

Jorge Castañeda, el canciller mexicano, había hecho unas declaraciones que merecieron, justificadamente, la primera plana de El Nuevo Herald. Alto y claro había explicado por qué era hipócrita pretender ocultar las violaciones de los derechos humanos bajo el sarape de la no intervención. Toda América Latina presenciaba, con el aliento suspendido, la confrontación entre el nuevo gobierno de México y la decrépita dictadura cubana. Muchos no pudieron evitar imaginar una escena sacada de las películas mexicanas de los años 40. Jorge Negrete o Pedro Infante, los charros protomachos, desafiando al viejo cacique, ladino y maligno. Pero, súbitamente, las manos peligrosamente cerca de sus pavorosos revólveres, el charro dijo con voz meliflua: ``Don Fidel, si usted persiste en su actitud, me saco una pestaña y lo pincho''.

Y, en efecto, a la hora de la decisión en Ginebra, el gobierno de Fox decidió... abstenerse. América Latina soltó la respiración y se echó a reír. Menos mal que Castañeda no hizo unas declaraciones más enérgicas; si las hubiera hecho, México hubiera votado a favor de la dictadura cubana junto a Saddam Hussein, Mohammar el Kaddafi y Jiang Zemin.

Mientras tanto, sabemos, de fuentes autorizadas e irreprochables, que Francisco Pescoes, embajador de México en La Habana y valeroso combatiente por la justicia social, no le tiene ningún miedo al poderío de Vladimiro Roca (quizás porque éste lleva más de tres años en un calabozo de aislamiento). Y no sólo eso. Ha reafirmado su viril intrepidez disponiéndose a afrontar, a pie firme junto a Fidel Castro, las acusaciones que le ha hecho Maritza Lugo desde su celda en la cárcel de mujeres de Manto Negro. Todo un hombre.

Castañeda ha declarado que México tenía razones para oponerse a la resolución que condenaba al régimen de Castro, auspiciada por la delegación checa. Esta, nos dice, representaba una duplicidad de estándares. Lleno de indignación moral, el canciller mexicano señaló que Estados Unidos y otras delegaciones consideraban que las violaciones de los derechos humanos de algunos países no eran iguales a las de otros. ¡Fariseos!, bramó un Castañeda inesperadamente bíblico.

Hay que confesar que el canciller mexicano ha puesto un dedo en la llaga. En efecto, no sólo la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, sino todos los tribunales de todas partes del mundo, tienen la peregrina costumbre de evaluar de diferente forma violaciones y delitos formalmente iguales. Cualquier juez en Chihuahua, Córdoba o Arequipa --víctima, sin duda, de la doble moral-- va a considerar diferentes el asesinato cometido por un sicario del narcotráfico al de un joven trastornado por los celos. De la misma forma, mucha gente no considera iguales las violaciones de los derechos humanos que se realizan en cualquier estado de derecho a las que se cometen en una dictadura totalitaria.

Quizás el canciller mexicano no se haya enterado, pero el gobierno de Fidel Castro no reconoce derechos humanos universales y así lo plantea, explícitamente, la constitución cubana. O de que el gobierno cubano lleva más de 40 años promoviendo el terrorismo y la insurgencia --lo que al canciller le traerá, sin duda, recuerdos nostálgicos de un pasado bien cercano. O de que Castro tiene, además, las cárceles llenas de prisioneros de conciencia y practica un humillante apartheid económico a la vista del mundo entero.

Nadie es perfecto, dirá el canciller.

Lo inaceptable, para Castañeda, no es nada de eso, sino que alguien pretenda diferenciar ese tipo de gobierno de cualquier otro. Y esos otros suelen ser sus viejos enemigos, las democracias capitalistas. Como el gobierno de Estados Unidos, porque no sancionó al guardafrontera que golpeó a un inmigrante mexicano; o el gobierno alemán, que no procesó a unos neonazis de Frankfurt; o el español, que no encarceló al policía que disparó sobre un miembro de ETA sin haberle pedido previamente su identificación. No puede haber doble moral, dice un admonitorio Castañeda. Y nosotros tenemos que estar de acuerdo. Querer juzgar igual casos tan obviamente distintos es una clara demostración de doble moral. Pero de Castañeda y de su gobierno, no del gobierno de Estados Unidos.

Lamentablemente, México nos ha fallado una vez más. Es cierto que hubo otros espectáculos lamentables, como el de Nelson Mandela llamando a los presidentes africanos para alinearlos junto a Castro. Pero el caso de México nos duele particularmente. Como nos duele el de Brasil aunque sepamos que Cardoso era compañero de Castañeda. Como nos duele ver al asustado Ecuador o a la espantada Colombia cediendo ante el chantaje castrista. Nos consuela que, al menos, esos pueblos están con nosotros. Y ahí está, para demostrarlo, la carta que le enviaron al presidente Fox más de 350 distinguidos intelectuales, exigiéndole condenar la dictadura cubana en Ginebra. Ganamos, queridos amigos. Y no se preocupen, si algo sabemos los cubanos es que no siempre los gobiernos representan a sus pueblos.