En defensa del neoliberalismo
 

La guerra a muerte de Alvaro Uribe

 

Adolfo Rivero Caro

 

La abrumadora victoria de Alvaro Uribe ha sido recibida con júbilo por todos los amigos del pueblo colombiano. Sus primeras declaraciones han sido llamar a una mediación internacional para dialogar por la paz con los grupos armados. Esto, por supuesto, ha sorprendido a muchos. No hay por qué asustarse, Uribe está actuando con una lúcida audacia. Uribe tiene que saber que la mayoría de los presuntos ''mediadores'' internacionales suelen considerar equivalentes la violencia del asaltante y la del asaltado. Por consiguiente, su objetivo siempre será coartar la violencia de la autodefensa. No pueden coartar la de los subversivos porque estos simplemente no les hacen caso y, en el fondo, se burlan de ellos considerándolos ''tontos útiles''. Por consiguiente, los ''mediadores'' pudieran resultar colaboradores, más o menos discretos, de la subversión. Y no es el único problema. Los vastos recursos financieros de la narcoguerrilla sumados a su disposición a liquidar físicamente a sus enemigos políticos le han permitido infiltrar profundamente todo el aparato del estado. Esto lo saben, mejor que nadie, las decenas de miles de colombianos que están en el exilio. El Herald ha publicado muchos reportajes de colombianos sencillos --maestros, policías, jueces, funcionarios-- a los que la guerrilla trató de reclutar bajo amenaza de muerte y que prefirieron el exilio antes que convertirse en colaboradores de los subversivos. Y, como todo el mundo sabe, la guerrilla mata. En Colombia la vida no vale nada. Ahora bien, la decisión de exiliarse es extremadamente difícil. Por consiguiente, es legítimo preguntarse: ¿cuántos colombianos no han optado por convertirse en colaboradores de la guerrilla? Sabiendo lo que se puede esperar de los ''mediadores'' internacionales y utilizando estos numerosos peones internos, la guerrilla va a tratar de convertir cualquier esfuerzo de negociación en otro laberinto donde, al igual que su predecesor, el nuevo presidente pierda el rumbo, la autoridad y el prestigio.

Uribe lo sabe. También debe saber que, en el mejor de los casos, la gran prensa liberal americana es ambivalente en relación con la corriente subversiva patrocinada por Fidel Castro y Lula, organizada en torno al Foro de Sao Paulo y al Foro Social Mundial. Si descodificamos lo que significa calificarlo de hard liner y simpatizante de los paramilitares veremos que, en el fondo, es considerarlo como un defensor de los intereses de la ''oligarquía nacional y el imperialismo norteamericano'', según la fórmula acuñada por la Internacional Comunista en los años 20 y enquistada desde entonces en el cerebro de la intelectualidad occidental. Dentro de ese esquema, a esos intereses bastardos se opone la guerrilla en un desvelado, aunque a veces errático, afán por la justicia social. La prensa liberal americana contempla el continente al sur del Río Grande con la óptica de las novelas antiimperialistas que publica Casa de las Américas. Uribe quiere desarmar políticamente a esa poderosa corriente internacional evitando cualquier acusación de obtuso guerrerista. Ahora bien, hace la oferta de mediación pacífica sobre la base del abandono inmediato del terrorismo y el cese de hostilidades. No puede haber ''mediación'' bajo el fuego del enemigo. La narcoguerrilla tiene que suspender sus actividades terroristas. Y es probable que lo haga. La guerra contra el terrorismo ha cambiado el escenario mundial. Uribe tiene un verdadero mandato popular para enfrentar y derrotar a los subversivos. Cuenta, además, con el apoyo de la Casa Blanca. Pero la narcoguerrilla mantiene enormes reservas. Sabe que puede contar con la colaboración de los políticos, periodistas, magistrados y funcionarios del hemisferio sobornados, más o menos abiertamente, con los recursos del narcotráfico. Después de todo, ''En América Latina no se puede hacer política sin la coca'', como suele decir Fidel Castro (ver el indispensable Narcotráfico y tareas revolucionarias de Norberto Fuentes, un libro que Uribe debía leer). En el Congreso norteamericano, y sobre todo en el Senado, los liberales se van a oponer tenazmente a cualquier ayuda a la lucha contra la insurgencia colombiana. Estarán dispuestos a dar recursos para luchar contra el narcotráfico pero no contra las guerrillas, que son su brazo armado.

Y, por otra parte, la situación política en América Latina sigue siendo muy inestable. El proteccionismo de Bush le está cerrando la posibilidad de crecer a través del comercio. Esto no le va a conquistar el electorado demócrata al presidente, pero si le va a ganar la hostilidad mundial de los que pudieran ser sus mejores aliados. Y ayuda a las huestes del Foro Social Mundial, entusiasmadas con la perspectiva de tomar el poder en el Brasil. Será un triunfo extraordinario, y es cuestión de meses. Mientras tanto, las fuerzas democráticas se resignan y consuelan pensando que el hombre que organizó el Foro de Sao Paulo junto con Fidel Castro se ha convertido, mágicamente, en un benévolo centrista. ¿Qué posibilidades no le abrirá al Foro de Sao Paulo un Lula en el poder? En estas condiciones, Uribe tiene un enorme reto por delante. Puede apoyarse en un gran pueblo y en el ejército democrático más aguerrido del continente. Y es probable que la guerrilla modere su actividad en los próximos meses, en espera del triunfo de Lula y la contraofensiva de Chávez. Pero esto no será más que un repliegue táctico. Lo que Uribe tiene por delante es una guerra a muerte.