SOBRE LA GUERRA CULTURAL

Por John Fonte

 

George Sorensen, el politólogo danés observaba recientemente que "la tradición que se convirtió en democracia liberal fue liberal primero (dirigida a restringir el poder del estado sobre la sociedad civil) y democrática después (dirigida a crear estructuras que garanticen un mandato popular)". Hoy, sin embargo, los fundamentos liberales de la democracia están bajo un ataque que, de conseguir triunfar, transformará radicalmente la democracia misma. Ha surgido una visión alternativa del mundo que pudiéramos llamar el "tribalismo cultural", que niega los principios básicos de la democracia liberal en prácticamente todos sus aspectos importantes.

Durante la mayor parte del siglo XX, la democracia liberal ha librado una dura lucha ideológica contra el fascismo y el comunismo en todas partes del mundo. Tras más de siete décadas, casi al final de lo que Zbigniew Brzezinsky ha llamado "el siglo más odioso y sangriento de la historia de la humanidad", la democracia liberal ha emergido triunfante. Muchos comentaristas occcidentales proclamaron la significación histórico-universal de esta victoria. Francis Fukuyama declaró que había llegado al "fin de la historia'. Pronosticó que los principios básicos de la democracia liberal no volverían a encontrar una oposición seria por parte de ninguna una filosofía política rival con un atractivo universal. La realidad ha demostrado ser muy diferente. En Estados Unidos y Canadá, en Australia y Nueva Zelandia, así como también en Europa Occidental se está librando un duro combate en torno a la definición misma de democracia. Los campos de batalla se llaman multiculturalismo, diversidad, multilingüismo, balcanización, pensamiento políticamente correcto, racismo, feminismo, etnicidad, inmigración, asimilación, el melting pot, el mosaico, el salad bowl, laicite, droit a la difference, soberanía, globalismo, identidad nacional, fundamentalismo religioso, nacionalismo cultural. Pero, en todos estos conflictos, lo que realmente se debate es si la democracia liberal sobrevivirá o si será transformada en una nueva forma de gobierno. Esta guerra ideológica entre la democracia liberal y un nuevo tribalismo cultural pudiera ser el conflicto más importante del siglo XXI.

Como Sorensen y otros han señalado, la democracia liberal es una combinación de dos teorías: el liberalismo (derechos individuales) y la democracia (soberanía popular). Thomas Jefferson declaró que "el primer principio del republicanismo (democracia) es Lex Majoris Partis," es decir, el gobierno de la mayoría o la soberanía popular, porque un pueblo no puede ser soberano sin alguna forma de gobierno mayoritario. Hoy, sin embargo, los principios mayoritarios de la democracia liberal están siendo cada vez más atacados en el nombre del supranacionalismo y de los ideales subnacionales.

Michael Sander, el politólogo de Harvard, escribía en el New Perspectives Quaterly, que "el esquema institucional moral y político de la democracia liberal ya no se ajusta a las aspiraciones morales y políticas de sus ciudadanos". Sander sostiene que el estado-nación democrático-liberal como "la unidad primaria de autogobierno soberano" se está volviendo cada vez más obsoleto. Sander aboga por un nuevo tipo de sistema que aumentaría la autonomía de las "comunidades particulares, sean étnicas, lingüisticas o religiosas," y al mismo tiempo aseguraría "la universalización de derechos a un "nivel supranacional". El exministro de Relaciones Exteriores de Italia Gianni De Michelis afirma que "estamos presenciando la explosión del modelo de la democracia liberal, obsoleto desde hace mucho tiempo". La democracia, afirma, "será reinventada o perecerá", En una vena similar, Jacques Attali, que fuera asesor de Francois Mitterand, declara que los dirigentes políticos occidentales tienen que "tener el coraje de abandonar las nociones tradicionales de soberanía nacional". Strobe Talbott, cuando era senior editor de la revista Time, pronosticó que, para fines del siglo XXI, "la nacionalidad, tal como la conocemos, será obsoleta. Todos los estados reconocerán una sola autoridad global", Describe la devolución de la soberanía nacional "hacia arriba, hacia cuerpos supranacionales" y "hacia abajo", hacia unidades autónomas que permiten "que distintas sociedades preserven sus identidades culturales y lo califica "como un fenómeno básicamente positivo".

Uno de los principales teóricos de la obsolencia de la sociedad liberal es el futurólogo norteamericano Alvin Toffler, que cuestiona directamente la doctrina del gobierno mayoritario. Toffler escribe que hace poco tiempo estábamos celebrando "las victorias definitivas de la democracia liberal", y, sin embargo, hoy estamos "preguntándonos si la democracia liberal misma podrá sobrevivir en el siglo XXI". Afirma que "el hecho central de nuestro tiempo es el ascenso de la civilización postmoderna" que está desplazando a la moderna democracia liberal y sus valores de soberanía popular y gobierno mayoritario. En realidad, dice Toffler, "el gobierno mayoritario, el principio mismo de la legitimidad de la era moderna, es cada vez más obsoleto', Además, insiste, debido a que las minorías son "frecuentemente ignoradas o inclusive convertidas en víctimas por una enorme clase media", el gobierno de la mayoría "no extiende la justicia social y bien pudiera restringirla".

Toffel favorece para todo el mundo occidental una "democracia de mosaico" que convertiría en postmoderno a todo el sistema y "fortalecería el papel de las diversas minorías", Recomienda medidas similares a las defendidas por Lani Guinier, como darle más valor a los votos de ciertos grupos en relación con los asuntos que les sean de particular importancia.

Es significativo que la mayoría de los documentos oficiales sobre educación cívica que publican actualmente los gobiernos estatales de Estados Unidos, no afirmen los ideales de la soberanía popular y el gobierno mayoritario. Una razón importante para esta omisión es que la mayoría de los educadores norteamericanos (como sus colegas de Canadá y Australia) se adhieren a alguna forma de teoría educacional multiculturalista. Los programas de las escuelas públicas de Maine, Nueva York, Pennsylvania, Maryland, Florida, Ohio, Michigan, Kentucky, Colorado y California le dedican más espacio al multiculturalismo y a la diversidad cultural que a la soberanía popular y al gobierno mayoritario.

Los multiculturalistas se sienten extremadamente incómodos con cualquier forma de gobierno mayoritario y hasta con la idea misma de un pueblo norteamericano. El ejemplo más claro de la aversión de los multiculturalistas al gobierno mayoritario es la guía para el programa escolar del estado de Nueva York de 1991, considerada por muchos como el documento de vanguardia en materia de reforma educacional. Según la guía, Estados Unidos es "una nación, muchos pueblos". El sumario se refiere a "los diversos pueblos que hacen una nación" y a "nuestra nación y los pueblos que la personifican". Hay muchas referencias a los "pueblos" de la sociedad americana en el documento de 65 páginas pero las palabras "el pueblo americano" no aparecen nunca. Si no hay un solo pueblo (como en 'Nosotros, el pueblo...') sino más bien muchos "pueblos", los conceptos de soberanía popular y el gobierno mayoritario pierden su sentido. Ahora bien, si destacados educadores norteamericanos no están dispuestos a afirmar principios democrático-liberales tan fundamentales como la soberanía popular y el gobierno mayoritario en un importante documento de educación cívica, hay que llegar a la conclusión de que, En Estados Unidos, la hegemonía ideológica de la democracia liberal se encuentra en una verdadera crisis.

El reto multiculturalista a la mitad "liberal" de la democracia liberal (los derechos individuales, la igualdad de los individuos, la libertad de expresión y una esfera privada libre de interferencia política) es más explícito y directo que el reto a la soberanía popular y el gobierno mayoritario. No sólo importantes segmentos de las elites pedagógicas, académicas y jurídicas cuestionan los principios tradicionales del liberalismo sino que defienden una visión opuesta: el tribalismo cultural.

El individuo versus el Grupo

En el centro mismo de la cosmovisión democrático-liberal se encuentra el concepto del individuo. Tradicionalmente, la autoridad legal y moral del liberalismo político se basa en los derechos y responsabilidades de los ciudadanos individuales, iguales bajo la ley y que forman un pueblo libre que se auto-gobierna. Hace más de dos décadas, el sociólogo alemán Ralf Dahrendorf escribió que la característica distintiva de la sociedad democrático-liberal moderna era la medida en que los status alcanzados individualmente reemplazaban los status adscritos al grupo, típicos de los tiempos pre-modernos. La frase de Martin Luther King de que se debería juzgar a los hombres no "por el color de su piel sino por el contenido de su carácter" es una idea esencialmente liberal porque afirma la primacía del individuo sobre el grupo.

Idealmente, los ciudadanos en un sistema democrático-liberal formarían una multiplicidad de asociaciones voluntarias para conseguir una gran diversidad de objetivos. La cultura cívica liberal (particularmente en Estados Unidos y en diversa medida en todo Occidente) se ha visto marcada por una tradición de pluralismo voluntario descrito por observadores políticos que van desde Tocqueville y Bryce hasta Almond y Verba.

Por otra parte, para los numerosos académicos, políticos y burócratas que podemos describir como tribalistas culturales, los principales actores de la cultura cívica no son los ciudadanos individuales que actúan a través de asociaciones voluntarias sino los diversos pueblos, grupos étnicos y bloques culturales con sus propias cosmovisiones, valores, historias, herencias y hasta idiomas. Estos, frecuentemente requieren derechos legales diferentes y programas educativos distintos. Los demócratas culturales no sólo restan todo énfasis al papel del ciudadano individual sino que debilitan el concepto mismo de ciudadanía al tratar de borrar la distinción entre ciudadanos y no ciudadanos. En muchos países occidentales, por ejemplo, están aumentando los partidarios del derecho al voto para los no-ciudadanos. Más aún, los demócratas culturales rechazan que los valores democrático-liberales deban ser "privilegiados" (como ellos dicen) y determinantes a la hora de establecer las reglas de la cultura cívica. Para ellos, la cultura cívica es una arena de 'reinvindicaciones' y 'negociaciones' entre valores competitivos, cosmovisiones, pueblos y grupos culturales. La visión democrático-liberal es simplemente una "perspectiva" entre muchas y no debería "dominar" a las demás. Sandra J.Lesourd, una profesora de pedagogía de California se preguntaba en Social Education, la principal revista de estudios sociales de Estados Unidos, si "una cultura cívica fundada en una herencia filosófica uniforme tiene derecho moral a juzgar acciones inspiradas por herencias diferentes".

Los demócrata-liberales subrayan la necesidad de la libertad de expresión política con pocas restricciones (fundamentalmente en tiempo de guerra o si el mismo régimen liberal se ve amenazado). Pero, como indican los más de 300 códigos de lenguaje en las universidades norteamericanas (*), los nuevos tribalistas culturales no aceptan este ideal tradicional. Están interesados en restringir el lenguaje que consideran promueve el racismo y el sexismo, debilita el poder de "grupos tradicionalmente oprimidos", o crea un "medio hostil" a la diversidad.

En el mismo centro de la guerra ideológica contra el comunismo estuvo la defensa de una esfera privada libre de interferencias políticas. El liberalismo sostiene que la vida privada es, por su propia naturaleza, no-política y que debería estar libre de presiones ideológicas. Durante la Guerra Fría, los defensores de Occidente hubieran considerado la afirmación de que "lo personal es político" como esencialmente totalitaria. Hoy, sin embargo, los tribalistas culturales insisten en que las acciones y las actitudes privadas pueden reforzar la "hegemonía ideológica" de las instituciones dominantes y los sistemas de creencias y, por consiguiente, que lo "personal" es una arena en la lucha por el poder entre los grupos y, por consiguiente, una legítima preocupación política.

Tanto la democracia liberal como el tribalismo cultural se apoyan en fuertes símbolos unificadores. La democracia liberal tiene símbolos unificadores que son tanto universales (auto-gobierno, libertad, etc.) como particulares (el Sueño Americano, la misión de la civilización francesa). Los tribalistas culturales reconocen la importancia de lo particular (aunque favorecen los símbolos de grupos culturales múltiples en oposición a los símbolos de la identidad nacional), y también han creado un grupo de símbolos unificadores y de mitos universales. Ellos subrayan la lucha contra la opresión: contra el racismo, el sexismo, el patriarcado y la lucha para transformar la sociedad, para crear un nuevo mundo y un "hombre nuevo", libre de las patologías sociales que refuerzan el "status quo".

Es significativo que la visión tribal-cultural del mundo sea más universalista que relativista. En realidad, hay poderosos argumentos para pensar que la retórica relativista de los tribalistas culturales no es más que un ardid táctico para socavar los valores de la democracia liberal más bien que un compromiso ideológico con el relativismo per se. Al abogar por la construcción de una nueva sociedad, los tribalistas-culturales subrayan incansablemente sus propios valores normativos. Como dice Jerry Martin, que fuera funcionario del National Endowment for the Humanities, "toda lo que se dice sobre hegemonía y dominación, sobre inclusión y entrega de poder (empowerment), se apoya en firmes criterios normativos, en la creencia en un igualitarismo radical y en la posibilidad de transformar radicalmente a la gente. En un argumento paralelo, Keneth Anderson, profesor de derecho de Fordam insiste que la presión hacia la diversidad cultural en Estados Unidos "no trata realmente sobre diversidad cultural sino es más bien una cobertura para exigir conformidad política con la agenda de la 'diversidad' ".

Diferentes fines, diferentes medios

El objetivo de la democracia liberal es sostener una sociedad libre. Como dijimos anteriormente, este propósito supone un pueblo libre que se autogobierna y que cuenta con un sistema político basado en el gobierno mayoritario, los derechos individuales, el gobierno limitado y un sistema cultural basado en una vibrante sociedad civil. La democracia liberal prefiere ciudadanos con, al menos, un mínimo de patriotismo (la voluntad de defender a la nación si ésta se encuentra en peligro), pero no promueve el nacionalismo militante. Le gustaría que sus ciudadanos fueran activos cívicamente y participaran en esfuerzos por mejorar la sociedad pero no los obliga a hacerlo. En una democracia liberal, la mayoría de los individuos es libre de seguir sus propios intereses, mantener sus propias opiniones y, dentro de amplios límites legales, vivir sus propias vidas. La democracia liberal no quiere poseer el alma del individuo. No es un sistema holístico que explica todos los aspectos de la vida. Su vitalidad, sin embargo, depende de las características religiosas o morales de sus ciudadanos.

El objetivo del tribalismo cultural, por el contrario, es crear una "sociedad diversa". En la práctica, esa "diversidad" se define como la representación proporcional de los grupos sobre la base de raza, etnicidad, sexo y, en algunos países, idioma. Existe una constante presión para "resolver el problema de la sub-representanción" de las minorías culturales y de las mujeres en América del Norte pero también en Australia, Nueva Zelandia y partes de Europa Occidental (incluyendo significativamente al aparato administrativo de la Unión Europea). Esa incesante presión se manifiesta dentro de las burocracias gubernamentales, las universidades, las escuelas, las empresas, las asociaciones profesionales, los sindicatos, los sistemas legales e inclusive las iglesias. Muchas de esas mismas instituciones también est n bajo una constante presión para explicar por qué hay desigualdades entre los anglosajones blancos y las mujeres y las minorías en relación con los salarios, los logros académicos y todos los demás aspectos de la vida, incluyendo índices de encarcelamiento, número de libros publicados y cualquier otro aspecto imaginable.

En contraste con la filosofía de la democracia liberal, que promueve la igualdad de oportunidades entre los individuos sin tomar en cuenta raza, etnia o sexo, la ideología del tribalismo cultural define la justicia como un resultado específico: la representación proporcional de las minorías culturales y las mujeres en todos los sectores de la sociedad. Por supuesto, los demócratas liberales también se oponen al racismo y al sexismo pero definen estos términos de manera diferente y, por consiguiente, proponen soluciones diferentes para los problemas de los prejuicios. Tradicionalmente, los demócrata liberales rechazan los prejuicios raciales y sexuales que impiden a ciertos individuos conseguir los mismos fines que otros tienen derecho a conseguir. La Ley de Derechos Civiles de 1964 en su forma original es un ejemplo clásico de pensamiento democrático liberal aunque subsiguientes interpretaciones judiciales y burocráticas de la ley, que establecieron derechos para grupos, representen el pensamiento del tribalismo cultural.

Desde los autores populares de ficción hasta los académicos, los tribalistas culturales llaman apasionada y constantemente a la "transformación" o "emancipación" de la personalidad humana. Como alega la dirigente feminista Gloria Steinem en su libro 'La Revolución desde Dentro', los seres humanos son "infinitamente redimibles" y pueden transformarse en personas no sexistas y no competitivas gracias a formas de organización social nuevas y no jerárquicas. Esta perspectiva "transformista" (en las que el Yo es 'socialmente construido' ) resuena en todas las elites occidentales. El profesor Steven Rockefeller de Middlebury College, por ejemplo, dice que "el significado moral de la democracia se encuentra en reconstruir todas las instituciones para que se conviertan en instrumentos de crecimiento humano y de liberación ". Los tribalistas culturales se hacen eco del viejo argumento de que los individuos son infinitamente maleables y que no existe ninguna "naturaleza humana".

Estas posición atenta contra los fundamentos filosóficos del pensamiento liberal democrático y con el concepto de gobierno limitado. Durante la larga lucha contra el totalitarismo en el siglo XX, los demócratas liberales rechazaron expresamente el concepto del "hombre nuevo, " ya fuera el "nuevo hombre soviético," el superhombre ario de los nazis o el "hombre nuevo" del Che Guevara. Afirmaron que desarrollar un "hombre nuevo" no era posible (puesto que los seres humanos no son infinitamente maleables, aunque pueden mejorar), ni tampoco deseable (porque esos intentos de ingeniería social inevitablemente debilitan la libertad). En realidad, en el centro del pensamiento democrático liberal americano, según se expresó en The Federalist Papers, está la idea de que la naturaleza humana ni es perfecta ni es perfectible y, de aquí, la necesidad de balances y contrapesos tanto para los gobernantes como para los gobernados. Como dijo James Madison en el Federalista 51, "Puede ser un reflejo de la naturaleza humana que necesitemos esos artificios (balances y contrapesos) para controlar los abusos del gobierno. Pero ¿Qué es el mismo gobierno sino el mayor reflejo de la naturaleza humana?. Si los Hombres fueran ángeles, no haría falta gobierno. Y si los ángeles fueron a gobernar a los hombres, no harían falta ni controles internos ni externos".

Thomas Sowell sugiere que los modernos conflictos políticos tienen su fundamento en dos visiones contradictorias sobre la naturaleza humana que fueron articuladas durante la Ilustración. La primera, una "visión conservadora" plantea que el hombre no es perfectible y que, por consiguiente, la sociedad debería considerar las diversas limitaciones mentales y morales de los seres humanos mientras desarrolla instituciones que ayuden a mejorar la condición humana. Esta visión se expresa en las filosofías de Adam Smith, John Locke, Willliam Blackstone y los autores de The Federalist Papers. La posición rival, la "visión revolucionaria" insiste en que los seres humanos son muy maleables, que su potencial para el cambio moral es básicamente ilimitado y que, una vez que se liberen de ideas e instituciones anacrónicas, hombres virtuosos podrían transformar la sociedad. Los escritos de William Godwin y los philosophes como Holbach y particularmente Condorcet, expresan este punto de vista. Si los antecesores filosóficos de la democracia liberal contemporánea son pensadores como Madison, que hubiera rechazado el concepto de "hombre nuevo", entonces los antecesores filosóficos de los actuales demócratas culturales son pensadores como Condorcet, que hubieran estado de acuerdo con que "el yo es socialmente construido".

De la misma forma en que la democracia liberal y el tribalismo cultural prevén diferentes fines para la sociedad, también requieren diferentes medios para alcanzar esos fines. Claramente, los tribalistas culturales no podrían crear una "sociedad diversa" simplemente ampliando las prácticas de la democracia liberal. Históricamente, ésta ha sustentando una sociedad libre gracias al gobierno de la mayoría dentro de la estructura de un gobierno limitado, una dinámica sociedad civil con pluralismo voluntario y la defensa de los derechos individuales (no colectivos), como su elemento central. Para los tribalistas culturales, por el contrario, esas tradiciones prácticas de la democracia liberal tienen que ser rechazadas (o "reinventadas") si hay que realizar los objetivos del movimiento de la diversidad. En realidad, esos objetivos, la proporcionalidad para los grupos y la transformación de la psique individual (la eliminación del racismo y el sexismo en pensamiento y palabra tanto en la vida pública como en la privada), requieren la intervención activa de un gran aparato administrativo-juidicial-burocrático. Como quiera que en los países occidentales la mayoría generalmente se opone a los objetivos del movimiento de la diversidad (las encuestas de opinión pública en Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelandia, por ejemplo, siempre registran una fuerte oposición a la práctica de la acción afirmativa para aumentar la representación de minorías y mujeres), los tribalistas culturales generalmente actúan a través de los tribunales y las burocracias más bien que de las legislaturas. Cuando una legislación se inspira en el movimiento de la diversidad, como en el caso de la Ley de Derechos Civiles Norteamericanos de 1991 o la Canadian Multicultural Act de 1987, generalmente está fraseada de manera vaga y, por consiguiente, propicia a interpretación judicial y burocrática.

En toda América del Norte, bajo las presiones de diversas burocracias (oficinas de acción afirmativa del gobierno, agencias regionales de acreditación de la educación superior, etc,) las principales instituciones de la sociedad civil, incluyendo a la mayoría de las grandes corporaciones y universidades, han aceptado las dos grandes premisas de la ideología del tribalismo cultural. La primera es que el racismo y el sexismo son "sistémicas" en las empresas y el mundo académico porque las personas de color y las mujeres están "subrepresentadas" en diversos cargos deseables. La segunda es que diferencias esenciales de raza, etnicidad y sexo requieren que se juzgue a las minorías y a las mujeres según valores culturales diferentes de los que se aplican a los anglos. Heather MacDonald reporta en the New Republic que el 40 por ciento de las compañías americanas han instituido "entrenamiento en diversidad" que no sólo trata de cambiar las actitudes y el comportamiento de la gente en relación con la raza, la etnicidad y el sexo sino que, en la práctica, establece "diferentes estándares para diferentes grupos". Durante la pasada década, la mayoría de las universidades de Estados Unidos y Canadá también se han desplazado del simple pensamiento a la acción tribalista cultural al crear nuevas burocracias para poner en práctica toda una serie de programas de diversidad.

Con la erosión de la soberanía tradicional, no es sorprendente que las burocracias supranacionales estén imponiendo cada vez más normas tribales a los estados democrático liberales. Como señalaba en la revista Commentary el profesor Jeremy Rabkin, profesor de Derecho en Cornwell, una directiva de la Comunidad Europea sobre "valor comparable" (es decir, sobre diferentes estándares para diferentes grupos) fue puesta en práctica por Gran Bretaña bajo Margaret Thatcher aún cuando una medida tan polémica nunca hubiera sido aprobada por la Cámara de los Comunes, viejo custodio de la soberanía británica y el núcleo mismo de su democracia liberal.

Capturando la iniciativa

"Capturar, retener y explotar la iniciativa" es un principio básico de la guerra, según la doctrina oficial del ejército de Estados Unidos. En el conflicto ideológico que estamos discutiendo, la iniciativa está en las manos de los que luchan contra la hegemonía de la democracia liberal. Dicho de otra forma, los tribalistas culturales han capturado "la superioridad moral" y son los que definen los términos del debate. Su ofensiva tiene tres frentes: 1) la deslegitimización del régimen democrático liberal, 2) la redefinición de los valores democráticos, y 3) el determinismo demográfico, es decir, la insistencia en que los cambios demográficos en los países occidentales son inevitables y, por consiguiente, requieren la aceptación de los principios del tribalismo cultural.

Actualmente, en Occidente se escucha constantemente una retórica que cuestiona la legitimidad de la democracia liberal. Cuando líderes universitarios, dirigentes de grandes fundaciones y funcionarios gubernamentales hablan rutinariamente de "el patriarcado", de las "estructuras opresivas" o del racismo y sexismo "institucional", y afirman tranquilamente que las minorías y las mujeres constituyen "los oprimidos" o los "marginalizados", se está despojando de su legitimidad al régimen democrático liberal. Hay que ver las cosas como son. Si la democracia parlamentaria británica y la república constitucional norteamericana son "patriarcados" que "oprimen al pueblo", entonces son, por definición, ilegítimos. En las democracias liberales, por supuesto, ocasionalmente se discrimina injustamente pero esto no constituye una opresión sistemática. El concepto mismo de "discriminación" implica que hay remedios disponibles bajo el imperio de la ley. Ahora bien, el concepto de "patriarcado" que "oprime" a las mujeres sugiere que el sistema es ilegítimo en sí mismo. El primer término se relaciona con la reforma; el segundo, con la revolución, con la desconstrucción del viejo orden liberal y la creación de un nuevo régimen.

En los escritos académicos en todo Occidente, se apoyan "valores democráticos" que son esencialmente incompatibles con las normas democrático liberales de gobierno mayoritario, limitación gubernamental y derechos individuales. "Los principios democráticos" son redefinidos como anti-mayoritarios. Los multiculturalistas de Estados Unidos, Canadá y Australia insisten en que es "anti-democrático" por parte de la cultura occidental el imponer sus valores y sus normas a los pueblos de otras culturas, incluyendo a las minorías anti-occidentales y a los nuevos inmigrantes. En vez de eso, los "valores democráticos" requieren que todas las culturas reciban un status más o menos igual en la cultura cívica general. Como dice James Banks, el principal educador multiculturalista de Estados Unidos, "Para crear un auténtico unun (un solo pueblo) democratico con autoridad moral y legitmidad percibida, el pluribus (gentes diversas) tiene que negociar y compartir el poder", En los documentos fundamentales de la educación, los tribalistas culturales enfatizan una y otra vez la "brecha" (gap) entre las realidad social y los ideales democráticos. Estos ideales son definidos de manera vagamente utópica aunque sugieren igualdad de condiciones materiales y proporcionalidad en los cargos deseables para los diversos grupos y en todos los sectores de la sociedad.

"La demografía es un destino" se ha convertido en una gran consigna de los tribalistas culturales en Estados Unidos, Canadá y Australia. Según este argumento, debido a una imigración masiva, las poblaciones de América del Norte y Australia se harían cada vez menos occidentales. Por consiguiente, el tradicional sistema de valores occidental sería inadecuado para los nuevos patrones demográficos. Se requiere un ethos más multicultural.

Hace diez años, Sidney Hook replanteaba el concepto demócrata liberal de la asimilación cívica, declarando que "precisamente porque "la democracia liberal americana era una "sociedad pluralista, multiétnica y no coordinada" todos los ciudadanos necesitaban "una prologada educación en la historia de nuestra sociedad libre, en su martirologio y en su tradición nacional". Hoy, la concepción tradicional de asimilar a los inmigrantes en una identidad nacional es oficialmente rechazada por los gobiernos de Canadá y Australia. Y, como todos sabemos, está siendo constantemente atacada por las elites en Estados Unidos. La principal organización de los educadores cívicos norteamericanos afirma que frecuentemente la asimilación nacional es "ni democrática ni humana". Cualquier sugerencia de que los regímenes democrático liberales deberían limitar la inmigración a niveles que permitan una progresiva asimilación son ferozmente denunciados como imposibles o inmorales. Dicho crudamente, los tribalistas culturales están diciendo que las democracias liberales tradicionales no tienen el derecho moral a reproducirse a si mismas, ni estimulando la asimilación ni mediante la limitación de la inmigración o por cualquier combinación de estas políticas.

Las banderas del progreso

Como hemos visto, los tribalistas culturales ocupan "los puestos de mando" de la guerra ideológica. Parecen apoyar la "inclusión" y favorecer a los desposeídos y, más importante, parecen estar ganando y representar el "progreso" y "el futuro". Quizás, esta apariencia de inminente victoria sea su mayor fuerza. Por otra parte, son capaces de intimidar a sus opositores demócrata liberales calificándolos de "racistas," "sexistas" u "homófobos" de la misma forma en que inescrupulosos demagogos occidentales condenaron a sus opositores como "halcones" o "guerreristas" porque se oponían al comunismo.

El tribalismo cultural es un movimiento dinámico con una infraestructura de activistas que está dominando todas las agencias del gobierno y las organizaciones educacionales, culturales, comerciales, religiosas, legales, intelectuales y filatrópicas. Por supuesto, la mayoría (quizás la abrumadora mayoría) de los profesionales en posiciones claves dentro de la sociedad civil y el gobierno no son tribalistas culturales. Sin embargo, como la mayoría de las personas, están preocupados por sus propias vidas y no es probable que participen en batallas aparentemente abstractas sobre cuestiones de principios. Aunque a menudo se sienten resentidos por la presión hacia la diversidad, comprenden la realidad práctica del poder. Saben que resistir el movimiento de la diversidad puede tener consecuencias desagradables para sus propias carreras. En realidad, es más fácil seguir la corriente. En Estados Unidos y Canadá, la comprensión espontánea de los profesionales sobre las realidades del centro de trabajo han sido burocratizadas e institucionalizados en los últimos años. Tanto en el sector público como en el privado, el ascenso en la vida profesional está vinculado a la forma en que un ejecutivo maneje la "diversidad".

Las fuerzas políticas centristas y conservadoras en América del Norte y Australia no han cuestionado las premisas de los tribalistas culturales sobre la necesidad de preferencias raciales y sexuales y sobre la proporcionalidad de los grupos. En 1982, bajo las Conservadores Progresistas, se introdujeron política preferenciales en la nueva constitución del Canadá. De 1975 a 1983, el Partido Liberal de Australia (i.e. conservador) siguió los programas de preferencias multiculturales y étnicas iniciadas por el Partido Laborista. Bajo el presidente Bush, los republicanos de Estados Unidos apoyaron las premisas centrales de la propocionalidad de los grupos en el reporte del "Techo de Vidrio" (Glass Ceiling) del Departamento de Trabajo y la Ley de Derechos Civiles de 1991. Inclusive el gobierno de Reagan, tras acres discusiones internas, no rescindió la Orden Ejecutiva sobre Acción Afirmativa. Cuando se criticó a los funcionarios del gobierno de Reagan por la "subrepresentación" de las mujeres, las minorías en cargos administrativos, respondieron lacrimosamente "Estamos mejorando", o "Tenemos un buen expediente". Lo que no hicieron fue responder a sus críticos pulverizando el absurdo concepto de "subrepresentación".

 

Si se mantienen las actuales tendencias, es probable que el sistema demócrata liberal siga evolucionando durante el próximo siglo y se convierta en una federación de tribus hostiles. Esta transformación ya ha avanzado enormemente y lo más probable es que siga avanzando gradual, casi imperceptiblemente, sector por sector. Algunos elementos del viejo régimen liberal persistirán. Futuros historiadores no podrán identificar el momento preciso en el que Occidente se tranformó en "post-democrático-liberal" de la misma forma en que los historiadores actuales no pueden decirnos cuando Europa se hizo "post-cristiana". En realidad, es probable que la gente siga calificando al sistema de demócrata liberal aún cuando sus principios básicos hayan sido vaciados y "reinventados", de la misma forma en que algunas veces nos referimos a Europa Occidental como "cristiana" aunque la mayoría de los europeos de hoy no son ni creyentes ni mucho menos practicantes en ningún verdadero sentido.

Las actuales "guerras culturales" no son, como han sugerido Fukuyama y muchos otros, simples argumentos sobre cómo poner en práctica la democracia liberal. Muy por el contrario, son discrepancias fundamentales sobre el significado de la democracia misma. El tribalismo cultural es un movimiento dirigido a transformar radicalmente el modo de vida democrático-liberal. El objetivo de la educación multicultural, según James Banks, es "transformar Estados Unidos de lo que es en lo que pudiera y debiera ser". Dirigiéndose a una conferencia celebrada en Holanda, en 1992, Joseph Raz, un destacado profesor de filosofía del derecho en el Balliol College,Oxford, afirmaba: "esta doctrina (el multiculturalismo) tiene implicaciones de largo alcance. Nos convoca a reconcebir la sociedad". Significa "la emergencia de una nueva cultura" y "requiere un vasto cambio de actitud".

Que nadie se llame a engaño, estamos en el medio de un gran conflicto ideológico entre dos concepciones del mundo incompatibles. La democracia liberal ha sido duramente cuestionada por el fascismo y el comunismo durante el siglo XX. Pero vísperas del siglo XXI, el desafío del tribalismo cultural se presenta, quizás, como la más dura prueba que hayan enfrentado nunca las ideas de los Padres Fundadores de esta nación.

Tomado de National Review

Febrero 6, 1995.

John Fonte es profesor visitante en el American Enterprise Institute.

Traducido y editado por AR.

 * Nota de AR: El texto original habla de "democracia cultural". Me ha parecido más claro el término de "tribalismo cultural" para nuestros lectores hispanos.