En defensa del neoliberalismo

 

El hombre de la KGB

 

Ion Mihai Pacepa

El gobierno israelí ha decidido expulsar a Yasser Arafat, calificándolo de un “obstáculo” para la paz. Pero el dirigente palestino de 72 años es mucho más que eso: es un terrorista profesional, entrenado, armado y financiado durante decenios por la Unión Soviética y sus satélites.

Antes de desertar de Rumania hacia Estados Unidos, abandonando mi puesto como jefe de la inteligencia rumana, yo mismo fui responsable, durante la década de los 70, de darle a Arafat unos $200,000 mensuales en dinero lavado. También recuerdo haberle mandado dos aviones de carga a Beirut llenos de uniformes y abastecimientos. Otros estados del bloque soviético hicieron lo mismo. El terrorismo ha sido extremadamente lucrativo para Arafat. Según la revista Forbes, es uno de los seis hombres más ricos del mundo con más de $300 millones almacenados en cuentas de bancos suizos.

“Yo inventé los secuestros (de aviones)” se jactaba Arafat cuando lo conocí por primera vez en su cuartel general de la OLP en Beirut a principio de los años 70. Señaló hacia las banderitas rojas prendidas en un mapa del mundo que había en la pared que nombraba a Israel como “Palestina.” “¡Ahí están todos!” me dijo orgulloso. En realidad, el dudoso honor de inventar los secuestros de aviones pertenece a la KGB, que fue la primera en secuestrar un avión norteamericano de pasajeros en 1960 para llevarlo a la Cuba comunista. La verdadera invención de Arafat fue el terrorista suicida, un concepto que sólo alcanzaría su máxima expresión el 9/11.

En 1972, el Kremlin puso a Arafat y sus redes terroristas entre las principales prioridades de los servicios de inteligencia del bloque soviético, incluyendo el mío. El papel de Bucarest era hacerlo agradable a la Casa Blanca. En eso, nosotros éramos los expertos del bloque. Ya habíamos alcanzado grandes éxitos en hacer creer a Washington – así como a la mayoría de los académicos izquierdistas norteamericanos de la época – que Nicolás Ceaucescu era, como Josip Broz Tito, un comunista “independiente” con un perfil “moderado.”

En febrero de 1972, el presidente de la KGB Yuri Andropov se reía conmigo comentando como cualquier celebridad deslumbraba a los americanos. Nosotros habíamos superado el culto de la personalidad pero esos tontos eran los suficientemente ingenuos como para  reverenciar a los líderes nacionales. Aprovecharíamos esto, convertiríamos a Arafat en un figurón y gradualmente acercaríamos la OLP al poder y a la estadidad. Andropov pensaba que los americanos, fatigados por la guerra de Vietnam se aferrarían al más mínimo signo de conciliación para promover a Arafat de terrorista a estadista, en aras de conseguir la paz.

Inmediatamente después de esta reunión, me dieron el “expediente personal” de la KGB sobre Arafat. Era un burgués egipcio convertido en un devoto marxista por los servicios de inteligencia exterior de la KGB. La KGB lo había entrenado en su escuela de operaciones especiales de Balashikha al este de Moscú y, a mediados de los años 60, había decidido prepararlo como futuro líder de la OLP. En primer lugar, destruyeron su certificado oficial de nacimiento en el Cairo, sustituyéndolo por documentos falsificados que afirmaban había nacido en Jerusalén y era, por consiguiente, palestino de nacimiento.

Luego, el Departamento de desinformación de la KGB reelaboró un documento de cuatro páginas que Arafat había titulado  ‘FALATIUNA’ (Nuestra Palestina), convirtiéndolo en una revista mensual de 48 páginas de la organización terrorista Al-Fatah. Arafat había encabezado Al-Fatah desde 1957. La KGB lo distribuyó en todo el mundo árabe y en Alemania Occidental que, por aquella época, albergaba muchos estudiantes palestinos. La KGB era diestra en la publicación y distribución de publicaciones en Europa Occidental, tenía muchos periódicos similares en varios idiomas para sus organizaciones pantalla en Europa Occidental, como el Consejo Mundial de la Paz y la Federación Sindical Mundial.

Finalmente, la KGB le dio a Arafat una ideología y una imagen, como había hecho antes con los comunistas que infiltrábamos en nuestras organizaciones internacionales pantalla. El idealismo no tenía atractivo de masas en el mundo árabe así que la KGB remodeló a Arafat como un rabioso anti-sionista. También le seleccionaron un “héroe personal’ –  el Gran Muftí Haj Ami al-Husseini, el hombre que visitó Auschwitz a fines de los años 40 y reprochó a los alemanes que no hubieran matado más judíos. En 1985, Arafat rindió homenaje al muftí, diciendo estar ‘enormemente orgulloso’ de seguir sus pasos.

Arafat era un importante agente encubierto de la KGB. Inmediatamente después de la Guerra Árabe-Israelí de los Seis Días, Moscú consiguió que fuera nombrado presidente de la OLP. El líder egipcio Gamar Abdel Nassser, un títere soviético, fue el que propuso el nombramiento. En 1969, durante la primera cumbre de la Internacional Terrorista Negra, una organización neo-fascista y pro-palestina financiada por la KGB y por Moamar al Gadafi, la KGB le pidió a Arafat que declarara la guerra al “imperial-sionismo’.’ A Arafat le gustó tanto la consigna que posteriormente dijo haberla inventado. En realidad, fue una invención de Moscú, una moderna adaptación de los “los Protocolos e los Sabios de Sión’’, el viejo instrumento de la inteligencia rusa para fomentar los odios étnicos. La KGB siempre consideró al anti-semitismo sumado al anti-imperialismo como una rica fuente de anti-americanismo.

El expediente de la KGB sobre Arafat también decía que en el mundo árabe solo gente que fuera realmente hábil en el engaño podía llegar a las altas esferas del poder. A nosotros, los rumanos, se nos orientó a que ayudáramos a Arafat a mejorar “su extraordinario talento para engañar.” El jefe de inteligencia exterior de la KGB, general Alexander Sakharovsky, nos ordenó darle cobertura a sus operaciones terroristas mientras levantábamos su imagen internacional. “Arafat es un brillante director de escena,” concluía la carta, “y nosotros debemos ponerle esa habilidad a buen uso.” En marzo de 1978 trajo Arafat secretamente a Bucarest para darle las instrucciones finales sobre cómo comportarse en Washington. “Simplemente tiene que mantenerse pretendiendo que va a romper con el terrorismo y que va a reconocer a Israel, una y otra y otra y otra vez, le dijo Ceaucescu por la nonagésima vez. Ceaucescu estaba eufórico ante la posibilidad de que tanto Arafat como él mismo pudieran capturar un Premio Nobel de la Paz agitando sus falsas ramas de olivo.

En abril de 1978 acompañé a Ceaucescu a Washington donde fascinó al presidente Carter. Arafat, decía, transformaría su brutal Organización para la Liberación de Palestina en un gobierno-en-el- exilio-respetuoso-de-la-ley si sólo Estados Unidos estableciera relaciones oficiales con la organización. La reunión fue un gran éxito, para nosotros. Carter saludó a Ceaucescu, el dictador  del régimen más represivo de Europa Oriental, como “un gran líder nacional e internacional.” Un victorioso Ceaucescu trajo a Rumania un comunicada conjunto en el que el presidente americano declaraba que sus amistosas relaciones con Ceaucescu servían “la causa del mundo.”

Tres meses después, Estados Unidos me concedió asilo político. Ceaucescu no pudo conseguir su Premio Nobel de la Paz. Arafat si consiguió el suyo en 1994 porque sigue jugando a la perfección el papel que nosotros le asignamos. Ha transformado su terrorista OLP en un gobierno en el exilio (la Autoridad Palestina), siempre pretendiendo querer llamar a detener el terrorismo palestino mientras lo sigue alentando. Dos años después de firmar los Acuerdos de Oslo, el número de israelíes muertos por palestinos terroristas había aumentado en 73%.

El 23 de octubre de 1998, el presidente Clinton concluyó sus palabras a Arafat agradeciéndole “ décadas y décadas de incansable representación de las espiraciones del pueblo palestino por tener libertad, autosuficiencia y una patria.” La actual administración comprende sus mentiras pero no quiere apoyar públicamente su expulsión. Mientras tanto, el viejo terrorista ha consolidado su poder sobre la Autoridad Palestina y organiza a sus jóvenes seguidores para que sigan realizando ataques suicidas.

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Pacepa ha sido el oficial de inteligencia de más alto rango que haya desertado nunca del antiguo bloque soviético. Es autor de “Red Horizons) (Regnery, 1987), y ha terminado un libro sobre los orígenes del actual anti-americanismo.

Tomado de National Review
Traducido por AR