En defensa del neoliberalismo

 

La historia por hacer

 

Hoy 20 de mayo, aniversario de la fundación de la república de Cuba, la atención internacional está concentrada en la celebración de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, la combativa iniciativa de René López Manzano, Félix Bonne y Martha Beatriz Roque. A esta reunión están invitados decenas de organizaciones opositoras de todo el país. Vaclav Havel, 20 diputados europeos y numerosas personalidades del mundo entero han solicitado visa para asistir a la misma. Su interés es solidario y un tanto arqueológico. Cuba es la única dictadura que queda en el hemisferio occidental y uno de las pocos regímenes totalitarios que quedan en el mundo. Es un anacronismo histórico sostenido por un antiamericanismo suicida que ve a Castro como su vocero y representante.

Al momento de escribir esta columna, nadie sabe si el evento podrá tener lugar. Su realización sería un extraordinario triunfo de la oposición interna. Se sabe, sin embargo, de numerosos actos de intimidación y de la negativa del régimen a permitir observadores extranjeros. Y la mayoría de los observadores esperan una nueva redada de opositores pacíficos. ¿Por qué esa reacción paranoica que tanto perjudica la imagen del régimen? La razón es muy sencilla: Castro tiene miedo. Sabe que es profundamente impopular y que esa disidencia pudiera encabezar cualquier rebelión contra su dictadura. Bastaría la menor vacilación a la hora de aplastar una protesta popular. Si pese a la brutalidad de la represión hay centenares de organizaciones disidentes a todo lo largo y ancho de la isla, ¿qué sucedería al más mínimo indicio de que el régimen se siente incapaz de seguir reprimiendo?

Fidel Castro lo sabe y por eso, cuando se le propone realizar un plebiscito o unas elecciones con observadores internacionales, inmediatamente grita: ''¡EEUU quiere humillar a nuestro pueblo! ¡Nos quieren poner de rodillas!''. Obviamente, sin embargo, no es el gobierno de EEUU el que le impide al pueblo cubano manifestar libremente su voluntad. Es Fidel Castro y, por consiguiente, él es el único que lo humilla y lo mantiene de rodillas.

En un esfuerzo por desviar la atención mundial de la Asamblea el 20 de mayo --cuando habrá tenido que impedir la entrada de observadores extranjeros y reprimir una reunión pacífica, para embarazo y descontento de sus simpatizantes-- Castro ha estado agitando el caso de Luis Posada Carriles. En este sentido, no hay que perder la perspectiva ni comprarle la agenda. Estados Unidos, a diferencia de Cuba, es un estado de derecho. La justicia decidirá el caso de Posada Carriles. Ahora bien, no hay terrorista más peligroso que Fidel Castro, el hombre que controla el estado cubano desde hace 46 años. Es de un pasmoso cinismo que critique al gobierno de EEUU por no detener inmediatamente a Posada Carriles cuando él ha convertido a Cuba en refugio y santuario de cuanto terrorista hay en el mundo, desde los sicarios de ETA, el IRA y la OLP hasta personajes como Joanne Chesimar, alias Assata Shakur, prófuga de una cárcel federal de Estados Unidos donde cumplía una condena de cadena perpetua por el asesinato de un policía de Nueva Jersey. Y en Cuba hay decenas como ella. Protegidos todos por el estado terrorista que carece de toda legitimidad democrática porque nunca ha celebrado verdaderas elecciones.

Promover la desaparición de ese estado tratando de evitar la violencia y el derramamiento de sangre es el objetivo estratégico de la Asamblea para la Sociedad Civil. Hoy, por consiguiente, es una fecha histórica por lo que ha sido y por lo que pudiera ser. Para mí, si los lectores me perdonan esta observación personal, es también el 17 aniversario de mi salida de Cuba y el cumpleaños de mi único hijo. Aquella salida me costó estar diez años sin verlo. Una historia menor en este Miami nuestro, que tan generoso ha sido, que tanto lucha por el futuro, y que arrastra tanto sufrimiento.