En defensa del neoliberalismo

Las huellas de la Guerra Fría

Victor Davis Hanson

Ha pasado más de una década desde la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, muchos, todavía atrapados en las instituciones y protocolos del pasado, olvidan el grado en que el colapso de la Unión Soviética todavía está con nosotros, influyendo en casi todas las luchas desde 9/11.

Se dice que nuestros problemas con Europa surgen de puntos de vista diferentes sobre el orden mundial y del desequilibrio en poderío militar. Y, sin embargo, estas nuevas tensiones no pueden ser realmente comprendidas sin tener en cuenta que ya no hay 300 divisiones soviéticas listas para invadir a través de la República Federal Alemana. Con semejante amenaza común, las naturales diferencias entre Europa y Estados Unidos – desde la ubicación de misiles tácticos Pershing en territorio alemán para prevenir la intimidación nuclear soviética hasta las críticas europeas sobre el papel americano en Vietnam y Centroamérica – siempre fueron discutidas dentro de los corteses parámetros de una historia e intereses comunes.

Estados Unidos, después de todo, era apreciado por haber terminado con el régimen de Hitler e, inmediatamente después, por haber comprometido su seguridad nacional en un esfuerzo por impedir que un nuevo y terrible totalitarismo se apoderara de Europa. Con un formidable enemigo tan cerca, los europeos occidentales no se hacían utópicas ilusiones de que Naciones Unidas, y no la OTAN y Estados Unidos, pudiera detener el avance de los tanques soviéticos. La idea de que un canciller alemán pudiera hacer discursos antiamericanos hubiera sido inconcebible hace 20 años. Pero ahora Herr. Schroeder lo hace habitualmente, no porque su pueblo nos odie o porque merezcamos su antipatía sino simplemente porque puede hacerlo.

Bajo la sombra de la amenaza soviética, los estadistas de Europa Occidental no se atrevían a desarmarse. Tenían que aceptar la trágica realidad de que el mundo era un lugar peligroso y que la disuasión – y no los burócratas del Mercado Común – era lo que mantenía a los malos a una suficiente distancia. Con un régimen estalinista que había asesinado a 30 millones de sus propios ciudadanos de vecino y con criminales de la II Guerra Mundial agazapados en la sombra, ni a los más ardientes abogados izquierdistas de Bruselas se les hubiera ocurrido estar acusando a diplomáticos o generales americanos de idióticos cargos de genocidio. Con una inferioridad numérica en el terreno de tres a uno, una preocupada Europa tenía que invertir, aunque fuera de mala gana, en su propia defensa. Sus ciudadanos comprendían que los gastos del bienestar social no podían disminuir los tanques, aviones y soldados que garantizaban la supervivencia nacional.

Pobre Francia. Mientras el viejo mundo bipolar estuviera jugando el viejo póquer nuclear, su force de frappe independiente le daba fuerza tanto con el Este como con el Oeste. Aunque sin mucha fuerza convencional, los franceses podían obtener respeto de la URSS puesto que, teóricamente al menos, podían borrar a Moscú del mapa. Pese a su pequeño poder disuasivo, Francia era cortejada por Estados Unidos como un reducto estratégico contra lo crecientes arsenales nucleares de China y Rusia.

Ya no es así. En el mundo de hoy, con excepción de la frontera entre Pakistán y la India y en Corea del Norte, no hay verdaderas razones para que los poderes nucleares se enfrenten entre sí. Ahora, la disuasión contra los estados delincuentes y los enclaves terroristas – que no pueden ser atacados ni amenazados con bombas atómicas – significa desplegar tropas especiales y costosas fuerzas convencionales de las que Francia está lamentablemente escasa. Puede volar el planeta con unos cuantos centenares de viejos misiles pero no podría haber lidiado con la amenaza de los talibanes en Afganistán y ni siquiera con la de al-Qaida aunque ésta hubiera volado el Louvre.

La desaparición de la Unión Soviética también creó esta extraña cosa llamada la “Vieja” y la “Nueva” Europa como si, súbitamente, medio continente se hubiera transfigurado y hubiera pasado no ya de enemigo a neutral sino de enemigo a querido amigo. Todas esas características americanas que tanto molestan a los sofisticados europeos – nuestra profunda desconfianza del socialismo, nuestra religiosidad, nuestro énfasis en el libre albedrío y en el individualismo- le gustan mucho a los recién liberados europeos del Este, que no nos critican desde la izquierda, por nuestros reflejos anticomunistas, sino desde la derecha, por no haber usado la fuerza contra el estalinismo en 1947, 1956 y 1968.

Pero en ninguna parte es más evidente el fantasma de la Unión Soviética que en el Medio Oriente. Y el cambio de circunstancias implica mucho más que el fin de la tolerancia con déspotas de derecha al tratar de impedir que los comisarios llegaran a controlar el abastecimiento mundial de petróleo. Hemos ganando alguna flexibilidad – y probablemente ganaremos más en el futuro – gracias a que Rusia es una gran exportadora de petróleo y, de alguna manera, nos ayuda a disminuir la dependencia mundial en el petróleo del Golfo Pérsico. Los rusos de hoy quieren vender más de su propio petróleo y no cogerse el de los demás.

Los árabes libraron cuatro guerras contra Israel – en 1947, 1956, 1967 y 1973 – pero ninguna desde entonces. ¿Por qué? Acaso los líderes de Siria, Jordania, Egipto e Irak se han reconciliado con la existencia del estado de Israel? ¿O será que ya no hay una Unión Soviética dispuesta a amenazar a Estados Unidos, advirtiéndonos que si los israelíes no se retiren van a parquear sus tanques en El Cairo y Damasco?

Seguramente, la ausencia de semejante protector nuclear explica la actual renuencia de los estados convencionales en atacar a Israel. Los vecinos de Tel-Aviv aceptan que entre su agresión y una derrota humillante ya no hay nada excepto su propia capacidad militar, o más bien su ausencia de ella. Arafat y su clique pueden negociar con Sharon o con Bush o con nadie. En el tumulto de la Post-Guerra Fría literalmente no queda nadie en la región con quien negociar.

Nos olvidamos que hay toda una generación de dictadores árabes y de terroristas – desde Arafat hasta Saddam Hussein – que fueron entrenados o apadrinados en Moscú, y que basaban sus políticas en el respaldo soviético. Las armas soviéticas, el dinero soviético, y la oposición soviética a Estados Unidos podían darles un grado de seguridad no justificado ni por sus propios recursos ni por sus propias capacidades. La Primera Guerra del Golfo Pérsico nunca hubiera ocurrido si Saddam Hussein hubiera convencido a Gorbachov de repetir las habituales amenazas de amenazarnos con misiles nucleares, o si los iraquíes hubieran esperado hasta 1995, o algo por el estilo, para poder adquirir a través de un programa nuclear nacional lo que habían perdido con el colapso de la Unión Soviética.

Sólo en ese contexto podemos comprender la carrera de los déspotas del Medio Oriente por adquirir armas de destrucción masiva. La ADM son el nombre cortés que se le está dando a un sucedáneo del poderío nuclear soviético que se usaba para impedir que Estados Unidos promoviera el establecimiento de regimenes democráticos y la eliminación de enclaves terroristas.

Un mentiroso como “Bagdad Bob’’ – Mohamed Saeed al-Sahaf, el llamado ministro de Información baasista – no aprendió su oficio leyendo las Mil y Una Noches, o comerciando en los mercados árabes. Era un producto del aparato policial baasista y, de ahí indirectamente, de los aparatos de desinformación soviéticos, en lo que mentir al servicio de un estado criminal no era realmente mentir. Si Occidente se sorprende por las mentiras de los medios de comunicación estatales del mundo árabe, debía recordar mientras más estrechas fueran las relaciones con la Unión Soviética – ya se tratara de Siria, Irak, Egipto, la Autoridad Palestina o Libia – mayor propensión habría a la censura, la falsificación, y el obsesivo control estatal.

Quizás el mayor cambio esté en la naturaleza del mismo terrorismo.Ya no existe el dinero soviético y de Europa del Este y el entrenamiento de secuestradores y asesinos. Ahora, lo más probable es que la policía búlgara o checa coja presos a los asesinos, no que los subsidie, como hacía antes. Los comandos polacos ayudaron a los americanos a luchar contra los terroristas, no ayudó a los terroristas a luchar contra los americanos. Berlín no es un refugio para los espías que trabajan en el Medio Oriente sino que está en un masivo proceso de reconstrucción para regresar a su antiguo status como la primera capital de Europa. En síntesis, el terreno de los terroristas se ha encogido considerablemente, desde que la carta parte del planeta dio media vuelta y dejó de ayudarlos.

Nuestras capacidades defensivas reflejan estas nuevas oportunidades. Que pronto podamos sacar a 80,000 soldados americanos de Alemania hubiera sido imposible en la Guerra Fría. Con esta nueva flexibilidad, si Turquía y Arabia Saudita nos prohíben usar sus bases, ¿por qué debemos estar pagando por pistas y hangares que no podemos utilizar? Súbitamente, el viejo paradigma – que tenemos que conspirar con derechistas para poder usar su territorio contra la URSS – ha perdido su sentido. Ahora el que tiene la ventaja es el inquilino y no el casero. Ahora podemos reorganizar nuestras fuerzas armadas para ser más ágiles, más flexibles y más independientes de cualquier coerción o chantaje, ya sea de “amigos” o de neutrales.

Que estemos rearmando algunos de nuestros submarinos nucleares con misiles Crucero para atacar terroristas y no para golpear ciudades soviéticas lleva un ominoso mensaje para los estados delincuentes que estaban protegidos por la sombrilla nuclear soviética. Si el mundo libre ha duplicado o triplicado su tamaño, también lo han hecho las fuerzas armadas americanas, con el objetivo de disminuir los reductos del terrorismo. Peleamos tan bien en Afganistán y en Irak en parte porque ahora tenemos la libertad de concentrarnos en la guerra no convencional sin tener que preocuparnos por que estemos debilitando nuestras fuerzas blindadas o nuestra aviación táctica, que tan crítica era para poder detener un asalto soviético contra Europa. Puede que diez mil tropas especiales no hubieran podido impedir que los soviéticos arrasaran Alemania pero resultaron invalorables en Afganistán y el Kurdistán. Es posible que los pesados B-52 hubieran podido ser derribados por los Migs soviéticos pero bombardearon a los talibanes con perfecta impunidad.

Con la muerte de la Unión Soviética también pereció la idea de difundir el marxismo por la fuerza a través del planeta. Nuestros enemigos siempre podían traer a los rusos si nosotros insistíamos demasiado en las reformas. Los cínicos neutrales podían utilizar nuestra confrontación para conseguir ayuda o atención. En las regiones empobrecidas y desoladas del planeta, ingenuos soñadores y asesinos psicópatas por igual siempre podían justificar su casi alianza con el estalinismo sobre la base de que un coercitivo socialismo estaba más cerca de la hermandad que el capitalismo americano.

El fascismo islámico no utiliza ninguna de estas utópicas pretensiones ni posee esa camaradería internacional de lucha que pasa sobre todas las fronteras geográficas, raciales o religiosas. Si usted es mujer u homosexual, su corrección política carece de importancia. Si es cristiano o marxista, peor para usted. Si usted es partidario de las libertades occidentales, evítele el trabajo a los fundamentalistas y suicídese rápidamente. El komeinismo o las ideas de Al Qaida no tienen nada que ver con ningún marxismo reforzado por los soviéticos. No sólo carece de los recursos de un vasto continente sino también de una ideología que confunda con sus falsas promesas de justicia social. Con los islamo-fascistas, lo que uno ve es lo que uno tiene: un regreso al siglo XIII y a las tinieblas del Medioevo.

¿Qué significan esta nueva realidad para nuestra lucha actual? Tenemos que recordar que gran parte de nuestras frustraciones con nuestros aliados europeos puede atribuirse a la ausencia de una nación criminal que pueda destruir a Europa apretando un botón, y que su resentimiento contra nosotros no se basa en lo que decimos o hacemos sino en una cambiante realidad mundial.

Y si estamos exasperados con instituciones de la Guerra Fría como la ONU o la OTAN es precisamente porque son paradigmas de una época pasada. Así que, en la mayoría de los casos, Estados Unidos está, por fin, en posición de promover la libertad y la democracia sin tener que preocuparse de que los socialistas electos de hoy vayan a ser los títeres soviéticos de mañana. Estamos entrando en un mundo muy diferente que, por lo menos algunos de nuestros gobernantes entienden bien.

En síntesis, por primera vez en medio siglo, la amenaza que Ronald Reagan les hiciera a los terroristas y sus partidarios de que “podrán correr pero no pueden esconderse” se ha convertido en realidad. El mundo de al Qaida se está encogiendo constantemente, y no hay nada ni nadie que pueda impedir su destino final.

Tomado de Nacional Review.
Traducido por AR.