En defensa del neoliberalismo

 

Los impacientes

 

Adolfo Rivero Caro

Existe una percepción internacional gravemente equivocada sobre Fidel Castro. Es un peligroso error considerar que, tras el colapso de la Unión Soviética, el dictador cubano haya dejado de ser una formidable amenaza para la paz y la seguridad internacionales. Más bien es lo contrario. La URSS le pagaba pero, precisamente por eso, lo mantenía bajo un cierto control. Ese control ya no existe. Castro ha perdido los subsidios soviéticos pero eso sólo significa que los niveles de vida del pueblo cubano han bajado. Y, para Castro, eso es totalmente secundario. El descontento popular sólo es importante en una democracia. En Cuba no hay elecciones que perder.

A Castro no le faltan recursos. Tiene mucho que vender en el mercado de la subversión internacional. En primer lugar, tiene una incomparable red de relaciones internacionales, cultivada a lo largo de décadas, con todas las organizaciones revolucionarias y terroristas del mundo. También tiene excelentes relaciones con los estados delincuentes que quedan en el mundo. Cuenta con un viejo trabajo de penetración en todas las organizaciones ''populares'' y no gubernamentales del mundo, particularmente en América Latina. Y, last but not least, tiene un excelente trabajo de inteligencia en Estados Unidos, como lo demostró el caso de Ana Belén Montes, que es sólo la punta del iceberg. No es por gusto que tanta gente del establishment en Estados Unidos considere que Cuba no es un peligro. No es casualidad, es una mezcla de ''liberalismo'' americano y trabajo cubano de inteligencia.

Castro, sin embargo, está espantado con la enérgica política antiterrorista del gobierno de Bush. Por primera vez, desde hace muchos años, realmente teme por su cabeza. Es por eso que ha hecho esas histéricas comparaciones del gobierno americano con el nazi-fascismo y de George W. Bush con Adolfo Hitler. Fue ese susto de Castro lo que llevó a la estúpida represión contra el movimiento oposicionista dentro de Cuba. La reacción de la Unión Europea y de los intelectuales progresistas lo ha sorprendido desagradablemente. Lo ha interpretado como el siniestro avance de la conspiración americana para derrocarlo. Nunca se ha sentido tan amenazado. De aquí que haya desatado una de las ofensivas más virulentas y desesperadas de su larga carrera terrorista. Esto es lo que explica que agentes cubanos estén apareciendo por toda América Latina -- desde Bolivia hasta Panamá y desde Ecuador hasta Costa Rica -- como asesores de cuanto movimiento desestabilizador existe en el continente. Ahí están los hechos, basta con buscar su hilo conductor.

Sería interesante, y útil, intercambiar información sobre el trabajo de los agentes cubanos en los distintos países. No se trata sólo de los ''alfabetizadores'' venezolanos. Está sucediendo en todas partes.

En esta vasta empresa subversiva, Castro cuenta con poderosos aliados. El apoyo de Chávez es abierto y desafiante. El de Lula es disimulado y oculto. Pero, sobre todo, cuenta con el apoyo, en gran medida involuntario y tácito, de muchos intelectuales. Algunos, inclusive cubanos, equiparan las estridencias retóricas de una sociedad democrática (''el exilio crispado'') con la barbarie de una sociedad totalitaria. Parecen creer que capitular frente a un gangster en el poder, como Fidel Castro, garantiza su benevolencia. Critican a Bush y afirman que los derechos humanos no se pueden convertir en ''valores religiosos'' (empleando religioso como un peyorativo) y que pretender imponerlos por la fuerza (¿cómo se hizo con la Alemania nazi? ¿cómo se hizo con Japón?) conduce al ''atrincheramiento.'' Como si Castro se portara mal porque... lo asedian. Es lo mismo que decía Stalin, que la URSS estaba ''cercada.'' Con eso justificaba el GULAG.

Estos intelectuales nos hablan de las maravillas de un cambio ''pactado'' (con Al Capone) que ofrezca, ''por primera vez en la historia de Cuba, derechos económicos, sociales, políticos y culturales.'' No vamos a discutir qué significa un ''derecho económico.'' (Si alguien tiene que trabajar, alguien tendrá que estar obligado a emplearlo.) Pero sería útil que los que hacen esas afirmaciones se tomaran el trabajo de comprobar los resultados prácticos de esas políticas. Y, por favor, ¿que en Cuba los trabajadores no tenían derechos económicos? Busque lo que dice cualquier historiador(a) marxista. Y prepárese para un shock. Ningún gobernante cubano le ha dado más beneficios económicos a los trabajadores que Fulgencio Batista. Algo para reflexionar.

Estos intelectuales creen, muy sinceramente, que levantar el embargo va a significar que Castro se va a quedar perplejo y desconcertado o agradecido y fraterno. Sin embargo, lo único que haría sería decir que, ya que Estados Unidos ha reconocido el error y la injusticia del embargo (razón última de todas las dificultades cubanas), había que compensar los daños ocasionados con cientos de miles de millones. Y ésa sería justamente su próxima batalla. Estos intelectuales hablan de un ''diferendo histórico'' entre Cuba y Estados Unidos que nunca ha existido. La única verdad es que los americanos fueron a la guerra y derramaron su sangre por la libertad de Cuba. Y que su intervención fue decisiva. ¿Hubiéramos ganado la guerra solos? Quizás sí, quizás no. Por otra parte, después erradicaron la fiebre amarilla, firmaron el Tratado de Reciprocidad y ayudaron a establecer una democracia sorprendentemente próspera a 90 millas de sus costas. ¿O no lo fue? Teodoro Roosevelt le imploró a Estrada Palma que no provocara una intervención americana. Los interesados pueden buscar la carta. Está ahí. Por favor, ¡basta de tanto antiamericanismo barato! Y no pretendan enseñarle el arte de la espera a Raúl Rivero, a todos nuestros presos y a ese pueblo sufriente. Aunque ustedes no lo crean, están muy impacientes.