En defensa del neoliberalismo

 

La izquierda y el fundamentalismo

 

Adolfo Rivero


El exilio cubano y la inmensa mayoría de los cubanos de la isla están reflexionando sobre las implicaciones que tendrá para Cuba la nueva situación internacional creada con los ataques terroristas del 11 de septiembre. ¿Debe considerarse a Fidel Castro y a los revolucionarios latinoamericanos como organizaciones terroristas ``de alcance global'' y a Cuba como nación protectora del terrorismo? ¿No se trata acaso de movimientos muy minoritarios que han perdido casi toda influencia con el colapso de la Unión Soviética y el campo socialista?

Por supuesto que son minoritarios. Los revolucionarios recurren a la violencia precisamente porque saben que no pueden ganar suficiente simpatía popular como para llegar al gobierno. Esto es lo que sucede actualmente con esos militantes opositores del libre comercio. ¿Cómo es posible entonces impedir que algunos grupúsculos realicen ataques terroristas? Sin duda es prácticamente imposible. Ahora bien, sólo es imposible en un medio cultural simpatizante, en última instancia, con la causa terrorista. Y he aquí la paradoja de la situación. Los grupos terroristas son minoritarios, pero subsisten debido a la extraordinaria popularidad de las ideas antinorteamericanas.

Ahora bien, es necesario comprender que el origen de estas ideas está en la revolución comunista de 1917 y específicamente en el II Congreso de la Internacional Comunista (la Tercera Internacional) reunido en Moscú en 1920. Esta reunión dedicó la mayor parte de sus deliberaciones a convertir las teorías de Hilferding-Lenin sobre el imperialismo en guías prácticas para la acción revolucionaria en lo que hoy se llama el tercer mundo.

Según esas tesis las supuestas relaciones de igualdad entre naciones soberanas ocultan la servidumbre y la explotación de la gran mayoría de la población mundial a manos de una minoría insignificante: la burguesía y la ``aristocracia obrera'' de los países capitalistas avanzados. Los países desarrollados deben su opulencia a la inmisericorde explotación del resto del mundo. Como les interesa mantener al resto del mundo como productor de materias primas baratas, ninguno de los países subdesarrollados podrá escapar nunca de esa condición si no es mediante la revolución social.

Estas ideas se hicieron tan extraordinariamente populares en el siglo XX que aun hoy son compartidas por muchos de mis lectores, incluyendo a los que se creen más anticomunistas. Paradójico pero natural cuando se comprende que las elites intelectuales de Occidente han sido ganadas por estas ideas, que se enseñan en las universidades y se repiten constantemente en los medios masivos de comunicación.

``Sin la destrucción del capitalismo a escala mundial'', decían las tesis de la II Internacional de 1920, ``no podrán disminuir las desigualdades entre las distintas zonas del globo. Ahora bien, de ahora en adelante, la evolución política del mundo y la historia van a girar en torno a la lucha de los países capitalistas avanzados (imperialistas) contra el poder revolucionario soviético el cual, para sobrevivir y vencer, deberá agrupar en torno a él a todos los movimientos nacionalistas de los territorios coloniales y dependientes para conseguir el eventual triunfo de la revolución mundial anticapitalista''.

La Internacional planteaba que los partidos comunistas deberían realizar una política ``de estrecha unidad con todos los movimientos de liberación nacional. Será preciso apoyar a todos los movimientos disidentes (dondequiera que aparezcan) tales como el nacionalismo irlandés, las reivindicaciones de los negros norteamericanos, etcétera...''

He aquí el origen de la vinculación entre el movimiento comunista internacional y los otros tipos de luchas nacionales. Los comunistas siempre trataron de penetrar estos movimientos, aliarse con ellos y desviarlos hacia sus propios fines. Lo que los unía era el antiamericanismo intelectualizado por los marxistas-leninistas como antiimperialismo.

Es cierto que la Unión Soviética ha desaparecido y que ya no existe una Internacional Comunista. Pero las relaciones entre los distintos grupos, forjadas en décadas de lucha en común, se mantienen intactas porque también se mantiene intacta la ideología del antiamericanismo que los sigue uniendo. Fidel Castro ha reiterado, una y otra vez, que se matiene fiel a los principios del marxismo-leninismo. Se mantiene fiel, por consiguiente, a una ideología de ``alcance global'' que promueve la lucha a muerte contra Estados Unidos. Fue esta ideología completamente occidental la que les dio a los movimientos islámicos la racionalización del atraso de sus países (de su ``subdesarrollo'') como un producto de la explotación imperialista, y básicamente norteamericana. Nada nuevo para nosotros. Como vemos, los fundamentalistas islámicos y la izquierda latinoamericana tienen mucho en común. Los restos de esa podrida ideología ``antiimperialista'' deben ser desarraigados de entre nosotros.