En defensa del neoliberalismo

 

La Jugada del Tirano

 

La extraña sensación, que desde hace varios meses viene molestando a algunos cubanos, empieza a materializarse en la próxima jugada de Castro, tantos años sufriéndolo desarrollan cierta capacidad premonitoria. Los hechos ayudan a esperar. La caída del turismo, la disminución de las remesas familiares, el pobre desempeño de la zafra y la cesantía de miles de trabajadores del azúcar han dejado a más de un observador con una incomodidad que pudiera traducirse en la siguiente frase: Habrá circo en verano.

Que nadie se llame a engaños, la ola represiva que actualmente azota a nuestro país ha sido prevista y planificada con meses de antelación. Lo que para el resto del mundo pudiera parecer la reacción exagerada de un sátrapa para muchos cubanos es, nada más y nada menos, que la jugada que estaban esperando. Cada vez que la economía del país empieza a caer el comediante en jefe monta un espectáculo que le permite pasar los peligrosos meses de julio y agosto. Esto es algo muy fácil de hacer para un sistema represivo que alcanza todos los rincones de la sociedad que controla. Los cubanos sabemos cuan simple es para Castro y sus secuaces alcanzar grandes efectos con pequeñas modificaciones. En esto deberíamos insistir hasta la saciedad, en Cuba el libre albedrío es atributo único del que maneja los hilos.

Algo que llama la atención en la farsa judicial que acabamos de presenciar es el uso, a todo trapo, de los que dicen ser agentes infiltrados. La pregunta martilla sin cesar. ¿Qué sentido tiene infiltrar “agentes” en organizaciones abiertas? Por todos es sabido que el movimiento disidente cubano ha renunciado siempre a cualquier intención de secretismo. No tiene sentido hacerlo si la banda en el poder se gasta los millones -que no da en comida- en sistemas de vigilancias casi perfectos. Las casas de los disidentes cubanos están sujetas a controles físicos constantes, sus paredes tienen oídos, los teléfonos está intervenidos y los movimientos, de cualquiera de sus ocupantes, son seguidos sin el más mínimo reparo en las normas de la decencia y el respeto a la privacidad. En ese contexto un “agente” infiltrado lo único que puede hacer es corroborar las transcripciones de los sistemas de escucha. Sin embargo, estos “espías” existen y poco a poco van saliendo del armario cada vez que sus amos lo necesitan. El efecto psicológico es mínimo, los grupos disidentes que operan dentro de Cuba saben que están penetrados y han aprendido a vivir con eso, hacen caso omiso a las serpientes que llevan en sus entrañas, las dejan, a ver si algún día se convierten en palomas.

La razón de ser de estos infiltrados no puede ser otra que funcionar como agentes de influencias y, llegado el caso y si hace falta, como verdaderos provocadores. Ahora Castro acusa a la oposición de crímenes inexistentes y para demostrarlo utiliza testigos que son, al mismo tiempo, la prueba fehaciente de su propia participación en todo lo sucedido. El resto del mundo, sorprendido y molesto, pierde de vista que se trata de algo muy bien preparado, y cuyas consecuencias podrían ir mucho más allá de un simple asunto interno. Esta vez la jugada lleva tintes de extraterritorialidad.

El encarcelamiento de los disidentes cubanos parece ser una de las etapas de un plan encaminado a buscar el enfrentamiento con los Estados Unidos.

Tres frentes de ataque confluyen como tenazas alrededor de la política estadounidense con respecto a Cuba.

El aumento de la desesperación del pueblo cubano. El tirano, lejos de paliar la crisis con medidas liberadoras del mercado, o con la movilización de las reservas estatales, decide incrementarla lanzando una lucha sin cuartel contra lo que constituye la principal vía de escape para la mayoría de los cubanos: el comercio ilícito. A esto hay que sumarle un aumento en los cortes de electricidad y un absurdo desabastecimiento en las tiendas en divisas.

El estimulo de las salidas ilegales y de los secuestros de barcos y aviones. La maquinaria represiva de Castro sabe que no necesita utilizar a ninguno de sus agentes para lograr que esto suceda. Basta con relajar ciertos controles y enseguida aparecerán personas lo suficientemente desesperadas como para correr los riesgos. Es así de sencillo, si el tirano cierra, nadie sale, cuando la gente logra hacerlo es porque los esbirros se hacen de la vista gorda, o sea, dejan más gasolina de la debida en los depósitos, olvidan cerrar algunos candados o utilizan perros con el olfato dañado. Cuando les conviene que nada de esto suceda son capaces de detectar un alfiler en el fondo del mar. Cualquiera que haya vivido en Cuba sabe que es así.

Represión despiadada a los opositores políticos. Es probablemente la última etapa antes de estar listos para la pelea. Implicó la aprobación inicial de un simulacro de ley con el indecente nombre de mordaza, una herramienta pseudo legal con la que el régimen se provee a si mismo en su lucha contra un enemigo para el que nunca estuvo ni estará preparado: la oposición pacífica. Se continuó en una enmienda de la constitución para desechar como innecesarias las decenas de miles de firmas recogidas para pedir un cambio pacífico en la isla, y termina con el encarcelamiento los juicios sumarios contra decenas de opositores pacíficos. La retaguardia asegurada mediante el cierre a cualquier solución desde adentro.

Todas estas acciones están encaminadas a promover una crisis parecida a la de agosto de 1994 que, dicho sea de paso, funcionó perfectamente para el régimen. Castro pudo lanzar al mar el descontento popular, logró que la ley de ajuste cubano empezara a contemplar la humedad de los recién llegados, y alcanzó un acuerdo migratorio que le ha permitido seguir abrogándose el derecho sobre quien sale y quien no puede hacerlo de su país.

Los primeros pasos ya están logrados, la desesperación se palpa en las calles de La Habana, los secuestros se han ido sucediendo según lo previsto, y la mayor parte del movimiento opositor está en prisión. Ahora el discurso oficial empieza a acusar al gobierno americano de incumplimiento de los acuerdos migratorios, al representante de la oficina de intereses de injerencia en los asuntos internos y a la “mafia de Miami” de estar promoviendo el enfrentamiento. El plato está listo para ser servido, ahora solo falta saber cuando sale de la cocina.

Varias preguntas quedan por responder.

¿Por qué ahora?

La crisis económica, la llegada del verano y el auge de la oposición son elementos internos que influyen sobre la decisión de comenzar la escalada de hostilidades con los Estados Unidos. Sin embargo, el motivo fundamental de que esto suceda ahora y no antes, o después, es la situación política internacional. Castro sabe que la lucha contra el terrorismo no será un esfuerzo de un día o dos, la campaña de Afganistán y la actual guerra en Irak son los pasos iniciales de una lucha política, y militar, que exigirá un esfuerzo continuado del pueblo americano y de sus líderes. El tirano sabe que cada una de esas batallas le impondrá un gran costo a la diplomacia estadounidense. A eso le apuesta el sátrapa del caribe, a la oportunidad, al aprovechamiento en su favor de cualquier baja, transitoria o permanente, que sufra el ejercito o la diplomacia americana en su lucha contra el terrorismo. Cada vez que esto suceda escucharán el cascabel de la serpiente sonando en las cercanías de su patio. Y la amenaza constante será con el único diente que a Castro le queda en su mordida: Una ola migratoria. 

¿Qué busca el tirano?

O dicho de otra forma, qué puede ser tan importante para que el rey de la guapería calculada se atreva, por primera vez en muchos años, a enfrentarse con una administración republicana que cuenta, hasta el momento, con un buen apoyo interno. Para muchos se trata de la ley de ajuste cubano, el alivio del embargo y el canje de los cinco chapuceros condenados por espionaje. Todas esas demandas están en la agenda del tirano, pero pensar que son las únicas podría convertirse en un error estratégico.

Un elemento a considerar es la campaña de humanización que, desde hace unos años, se viene desarrollando alrededor de la imagen de Castro. A raíz de los sucesos del niño balsero se empezó a ver un énfasis, cada vez más marcado, en mostrar al mundo, y trivializar, la vida personal del tirano. Como los previsibles eslabones de una cadena, se han ido sucediendo las apariciones en público de la madre de los Castritos preferidos, los desmayos del comediante, las filtraciones de imágenes de su entorno familiar, y los documentales realizados por sus agentes asalariados - como Estela Bravo, la Leni Riefenstahl del Fuhrer tropical – o por cineastas de la talla de Oliver Stone. Todos empeñados en entender lo que nunca han sufrido, ansiosos por diseminar la imagen de un asesino que se muestra vulnerable, envejecido, humano, y partidario del honor y los principios. Podría parecer el viejo sueño de las mentes culpables, pero teniendo en cuenta la personalidad de Castro, su desprecio reiterado por las opiniones ajenas y por la historia, no queda más remedio que preguntarse el verdadero motivo de esta lenta y solapada campaña mediática.

Una posibilidad es que el tirano sepa, o le hayan hecho saber, que ha llegado la hora de pensar en sus legados.

El legado ideológico es el que menos le importa. Tantas veces se ha obligado a cambiar de casaca, que su vida podría resumirse en una simple oración: Ante la duda y el miedo, traicionar. A su pueblo, al ruso o al chino, a sus correligionarios, a sus amigos o a los que estuvieron dispuestos a dar sus vidas por cuidarle las espaldas; y si llega el momento necesario, a su propio hermano.

El legado político también le importa un comino, pero tiene que manejarlo con más cuidado. El después de mi el diluvio tiene que ir acompañado de acciones que hagan pensar a sus secuaces más cercanos que, de alguna forma, no se van a ahogar cuando empiece a llover. Castro sabe que buena parte de la alta jerarquía cubana se pregunta, cada vez con más frecuencia, que va  pasar cuando él no esté. La historia de los últimos años está llena de rumores (y confirmaciones) sobre algunos miembros de la nomenclatura que se han ido inmolando, física o políticamente, para hacerle llegar al tirano una preocupación que ha sido y es de todos. Carlos Aldana, Arnaldo Ochoa, Juan Almeida, Roberto Robaina y el mismo Raúl Castro, han tenido que sufrir las consecuencias de haberle dicho al Don que el dominó se está trancando y él se va, pero ellos quieren o tienen que seguir en el juego. Castro sabe que ha fallado en dejar una idea clara sobre lo que sucederá cuando él no esté. Quizás la prueba más fehaciente de esto la haya recibido en la cara de terror que puso el más obtuso de sus allegados el día aquel del desmayo ficticio o real. Este fallo político es tolerable en una situación de estabilidad económica relativa. Sin embargo, si la economía empieza a caer, el tirano sabe que lo mejor es adelantarse al toque de fondo y buscar, a toda costa, un enfrentamiento con el enemigo de siempre. Eso le permitiría obtener dos grandes beneficios, uno es desatar un estado de terror que se extienda directamente al pueblo y a la oposición e indirectamente a la cúpula dirigente. El otro es hacer creer a la nomenclatura que esta vez el objetivo es lograr de los americanos ciertas garantías para cuándo él no este. Que eso sea real o ficticio poco le importa, lo esencial es que el esfuerzo sea y parezca verdadero. Si fructifica, entonces habrá logrado morir tranquilo en el poder, no por el destino de sus secuaces, sino por lo que esto significa para los que probablemente sean sus objetivos principales.

El legado familiar. Defraudado de un pueblo al que cada vez considera más traidor, Castro empieza a refugiarse en la imagen de un gangster patriarcal. Ya se habla de su capacidad para sentir amor por un par de hijos, y de que está clueco con una nieta. Ya se dice que está dispuesto a lo imposible en aras de garantizarle cierta inmunidad a una familia que ya corre sus millones por el mundo. En este sentido la campaña mediática, anteriormente señalada, adquiere una razón de ser que se aviene mejor con el maquiavelismo del sujeto.

El legado económico. El billoncito de la familia. Las gotas en oro del dolor cubano. Los castillos en Europa, las inversiones en España, las cuentas bancarias de Vilma Espín. Los derechos sobre las memorias que aparecerán en el momento oportuno. Las posesiones de una familia que empezó con un ladrón de tierras y quiere terminar codeándose, por lo menos, con los rusos de Marbella. Si un objetivo real pudiera tener Castro en este último enfrentamiento con los americanos es negociar algún tipo de acuerdo que le permita garantizar, a largo plazo, la opulencia y la tranquilidad de los suyos, para lograr eso sabe que tiene que hablar de guerras y agresiones por televisión, y de acuerdos y negociaciones por teléfono.

Va a utilizar la desesperación del pueblo cubano para amenazar constantemente a los americanos, sus tropas guardafronteras miraran un día al horizonte y otro al churre de sus uñas, la base naval de Guantánamo puede convertirse en un reclamo histérico de la noche a la mañana, habrá secuestros espectaculares, capturas milagrosas y condenas ejemplarizantes. La izquierda fanática esconderá la vergüenza, de su apoyo a Saddan, en golpes de pechos y marchas a favor de la desesperación de otro pueblo que no conocen, y cuyo dolor volverá a parecerle menos importante que la necesidad que tienen de sentirse buenos al menor costo personal posible.

Entonces los americanos tendrán que tomar una de las dos determinaciones que el tirano espera. Aceptar sus demandas o ir a la guerra. 

¿Existe otra alternativa?

Sí. Aunque parezca mentira existe la solución de la solidaridad y el amor. Son palabras gastadas y rimbombantes, letra muerta en papeles estrujados si no sabemos como convertirla en acciones concretas. Muchos cubanos en el exilio hemos caído en la trampa castrista del enfrentamiento a gritos y la exigencia de medidas extremas, es difícil no hacerlo, aunque muchos sepamos o sospechemos que eso es lo que espera el tirano.

Ha llegado la hora de crear el Banco de la Solidaridad Mundial.

He llegado la hora de resolver la gran paradoja del castrismo. Los cubanos se van de su país por falta de libertad política y económica, llegan la extranjero, trabajan como mulos para mandar dinero a sus familias en Cuba, y ese dinero va a parar a las arcas del único distribuidor comercial de la isla, o sea, Castro. Para colmo de males es utilizado, ante todo, para  mantener viable, mediante la represión, la corrupción y el nepotismo, el mismo sistema que ha sido la causa de la emigración de la mayoría de los cubanos. Resolver esta paradoja no es fácil, muchos cubanos en el exterior saben cual es la verdadera naturaleza del castrismo, y de alguna forma expresan sus desacuerdo, sin embargo, solo unos pocos están dispuestos a no enviar dinero a sus familias, aunque todos sepan que este dinero es, hoy por hoy, la mejor fuente de divisas que tiene la tiranía.

El Banco de la Solidaridad Mundial podría ser una solución igualmente respetuosa para todas las partes involucradas en el conflicto cubano. Para que eso sea así su funcionamiento tendría que estar regido por un grupo de reglas precisas y por una transparencia a toda prueba.

1. El Banco de la Solidaridad Mundial (BSM) estará bajo el control de las Naciones Unidas.

2. El BSM será administrado por representantes de países con una larga historia de neutralidad, y por personas reconocidas por su independencia política y su intachable trayectoria personal.

3. El BSM empezará operando con un fondo creado a partir de las donaciones de la comunidad internacional, sobre todo de los países desarrollados.

4. Ningún país con intereses económicos actuales en Cuba podrá tener acceso a la administración de los fondos aunque sí a saber y controlar que los mismos fueron empleados según lo previsto.

5. Las Naciones Unidas ofrecerá al gobierno cubano ayuda humanitaria totalmente desvinculada de ningún reclamo político, y con el único requisito de que esta pueda ser distribuida, directamente a la población, por un cuerpo internacional creado específicamente para ese propósito. Los Cascos Blancos.

6. La ayuda humanitaria tendrá dos objetivos principales al inicio, abastecimiento de los hospitales y el alivio de la falta de electricidad en el sector residencial. 

7. El BSM creará una red de distribución  de productos de primera necesidad a lo largo de toda la isla, esta será administrada por personal de las Naciones Unidas, y protegida por un cuerpo mixto, la policía cubana y el personal de seguridad (completamente desarmado) del BSM. Esta red utilizará un sistema similar a la cartilla de racionamiento que existe actualmente en Cuba. Las distribuciones iniciales se harán de forma gratuita.  

8. Una vez que la red de distribución quede establecida el BSM procederá a crear cuentas de depósito bancario para los cubanos residentes en el exterior. En estas cuentas se podrá depositar dinero en calidad de donación o en calidad de envío a familiares. Estos envíos tendrán bajos costos de transferencia, y podrán ser cambiados por los productos disponibles en las tiendas del BSM. Una parte de estos envíos podrá ser retirada en forma de efectivo.

9. El BSM tendrá autorización del gobierno americano para compara los productos que necesite en ese país.

10. El gobierno americano podrá evaluar en su momento la posibilidad de declarar deducible de impuesto un por ciento del dinero que los cubano-americanos envíen a través del BSM.

La pregunta es ¿Aceptaría Castro una propuesta de este tipo?

Es muy difícil que lo acepte. Castro y sus secuaces conocen muy bien la máxima marxista de que los pueblos, antes de hacer arte, política o religión, tienen que satisfacer sus necesidades primarias. Castro sabe que con una medida tan simple como la liberación del mercado campesino, podría eliminar la falta de alimentos que padece el pueblo. Sin embargo, prefiere el chantaje internacional antes que ceder un ápice del poder que se deriva de la desesperación de los cubanos.

Es por eso que los cubanos en el exterior estamos obligados a suplicar la solidaridad internacional, solo una movilización de las verdaderas fuerzas progresistas del mundo, solo una repulsa mundial y una oferta de ayuda desinteresada al pueblo cubano y no a ningún gobernante o partido político podría salvar la situación. Las guerras se evitan atajando a tiempo la desesperación de los pueblos, la del nuestro ha sido creada para servir a intereses que van más allá que los de su propio bienestar, aliviarla, sin caer en el juego de los políticos, es responsabilidad de todos, no hacerlo a tiempo significa dejar abierta la más triste de las soluciones: la de escoger entre el menor de dos males. Pregúntenle a los Irakíes. .