En defensa del neoliberalismo

 

Lo que queda del socialismo (Fragmento)

 

Leszek Kolakowski

Karl Marx –una mentalidad poderosa, un erudito y un buen escritor alemán – murió hace 119 años. Vivió en la época del vapor, nunca vio un automóvil, un teléfono o una luz eléctrica, por no hablar de tecnologías posteriores. Sus admiradores acostumbraban decir que nada de esto importaba y que sus enseñanzas eran perfectamente relevantes para nuestra época porque el sistema que analizaba y atacaba –el capitalismo- todavía estaba entre nosotros. Sin duda merece la pena leer a Marx. La cuestión, sin embargo, es si sus teorías explican algo del mundo en que vivimos o dan base para cualquier pronóstico. La respuesta es que no. Otra cuestión es si sus teorías fueron útiles en algún momento. Obviamente, la respuesta es que sí. Funcionaron exitosamente como lemas que justificaban y glorificaban al comunismo, y a la esclavitud que inevitablemente lo acompaña.

Cuando preguntamos qué explicaban esas teorías o qué descubrió Marx, sólo podemos preguntar sobre sus ideas específicas, no sobre lugares comunes.  No debemos hacer un hazmerreír de Marx atribuyéndole haber descubierto que en todas las sociedad no primitivas hay grupos sociales o clases que tienen intereses contradictorios que los llevan a luchar entre si. Esto era bien conocido por los historiadores antiguos. El mismo Marx no pretendió nunca haber hecho este tipo de descubrimiento. En una carta a Joseph Weydemeyer en 1852, planteó que no había descubierto la lucha de clases sino que había demostrado que la misma conducía eventualmente a la dictadura del proletariado, que conduce, a su vez, a la abolición de las clases. Es imposible decir dónde y cómo “demostró” esta grandiosa afirmación en sus escritos anteriores a 1852. “Explicar” algo significa subsumir eventos o procesos en leyes.  Pero “leyes” en el sentido marxista no es lo mismo que las leyes en las ciencias naturales. En las ciencias naturales, las leyes son fórmulas que plantean que, en condiciones bien definidas, ciertos fenómenos bien definidos siempre ocurren. Lo que Marx llamaba “leyes” eran más bien tendencias históricas. Por consiguiente, en sus teorías no hay una clara distinción entre explicación y profecía. Por otra parte, Marx creía que el significado tanto del pasado como del futuro sólo podía comprenderse en referencia con el futuro, que él creía conocer. De aquí  que, para Marx, sólo lo que no existe (todavía) puede explicar lo que realmente existe. Pero debía añadirse que  para Marx, el futuro existe de una peculiar manera hegeliana, aunque sea incognoscible.

Todas las profecías importantes de Marx, sin embargo, han demostrado ser falsas. Primero, pronosticó la creciente polarización de las clases y la desaparición de la clase media en las sociedades basadas en la economía de mercado. Karl Kautsky subrayó acertadamente que si esta predicción resultaba errónea, toda la teoría marxista quedaba en ruinas. Está claro que esta predicción resultó errónea, la verdad es más bien lo contrario. Las clases medias están creciendo mientras que el proletariado, en el sentido marxista, está disminuyendo en las sociedades capitalistas gracias al progreso tecnológico.

Segundo, pronosticó no la depauperación no sólo relativa sino también absoluta del proletariado. Esta predicción ya era errónea en vida suya. En realidad, debe observarse que el autor de El Capital, en la segunda edición de su obra, actualizó varias cifras y estadísticas pero no las relativas a los salarios de los obreros. De haberlo hecho, éstas hubieran contradicho su teoría. Ni siquiera el más doctrinario de los marxistas ha tratado de aferrarse a estas predicciones obviamente falsas.

Tercero, y más importante, la teoría de Marx pronosticó la inevitabilidad de la revolución proletaria. Semejante revolución no ha ocurrido nunca en ninguna parte. La revolución bolchevique en Rusia no tuvo nada que ver con las profecías marxistas. Su motor impulsor no fue un conflicto entre el proletariado industrial y la burguesía. Fue llevada adelante bajo lemas que no tenían ningún contenido socialista, no digamos marxista. Esos lemas fueron paz y tierra para los campesinos. No hace falta decir que fueron convertidos posteriormente en sus contrarios. En el siglo XX, lo que más se acerca a una revolución proletaria fueron los acontecimientos de Polonia en 1980-81: el movimiento revolucionario de obreros industriales

(enérgicamente apoyados por la intelectualidad) contra sus explotadores, es decir, el estado. Y este solitario ejemplo de una revolución proletaria (si pudiera contarse) estuvo dirigido contra un estado socialista, y ejecutado bajo al signo de la cruz, con la bendición del Papa.

En cuarto lugar uno tiene que mencionar la predicción de Marx en relación con la inevitable caída de la asa de ganancia, un proceso que supuestamente llevaría al colapso de la economía capitalista. Esta predicción, al igual que las otras, también demostró ser patentemente falsa. Inclusive de acuerdo con la teoría de Marx, esto no podría ser una regularidad operativa porque el mismo desarrollo técnico que disminuye la parte del capital variable (mano de obra) en los costos de producción  se supone que disminuya el valor del capital constante (máquinas, edificios). Por consiguiente, la tasa de ganancia pudiera mantenerse estable o aumentar aún si lo que Marx llamaba  “trabajo vivo’’ disminuyera por unidad de producción. Y aunque esa “ley” fuera verdad, sería inconcebible que el mecanismo mediante el cual opera provocara la decadencia y desaparición del capitalismo puesto que el colapso de la tasa de ganancia puede darse en condiciones en las que la cantidad absoluta de ganancia esté creciendo. Eso fue observado, dicho sea de paso, por Rosa Luxemburgo, que inventó su propia teoría sobre el inevitable colapso del capitalismo, que demostró no estar menos equivocada.

El quinto principio marxista que ha demostrado ser erróneo es la predicción de que el mercado obstaculiza el progreso técnico. Es obvio que justamente lo contrario ha demostrado ser verdad. La economía de mercado ha probado ser extremadamente eficiente en estimular el progreso tecnológico mientras que el “socialismo real” demostró conducir al estancamiento técnico.

Puesto que es indiscutible que el mercado ha creado la mayor abundancia que se haya conocido nunca en la historia, algunos neo-marxista se han sentido compulsados a cambiar de enfoque. En una época, el capitalismo parecía horrible porque producía miseria, ahora es horrible porque produce tanta riqueza que mata la cultura.

Los neomarxistas deploran lo que llaman “consumismo” o “la sociedad de consumo”. Ciertamente que en nuestra civilización hay muchos deplorables fenómenos asociados al crecimiento del consumo. La cuestión, sin embargo, es que sabemos que las alternativas son incomparablemente peores. En todas las sociedades comunistas, las reformas económicas (en la media en que dieron algunos resultados) condujeron invariablemente a la parcial restauración del mercado, es decir, del “capitalismo”.

En cuanto a llamada interpretación materialista de la historia, ésta nos ha ofrecido interesantes enfoques y sugerencias pero carece de valor explicativo. En su versión fuerte, para la que uno puede encontrar considerable apoyo en muchos textos clásicos, implica que el desarrollo social depende enteramente de la lucha de clases que, en última instancia, a través de los modos de producción intermediarios, está determinada por el nivel tecnológico de la sociedad. Implica, además, que la ley, la religión, la filosofía, el derecho y otros elementos de la cultura (la “superestructura”) no tienen historia propia puesto que la misma es parte de la historia de las relaciones de producción. Esto es absurdo y totalmente carente de fundamento histórico.

Si la teoría se toma, sin embargo, en su sentido débil, limitado, simplemente dice que la historia de la cultura tiene que investigarse tomando en consideración las luchas sociales y los conflictos de intereses, que las instituciones políticas dependen en parte, al menos negativamente, del desarrollo tecnológico y los conflictos sociales. Esto, sin embargo, es una indiscutible banalidad conocido desde mucho antes que Marx. Así que el materialismo histórico es una tontería o una banalidad.

Otro componente de la teoría marxista que carece de poder explicativo es la teoría del trabajo. Marx hizo dos importante adiciones a las teorías de Adam Smith y David Ricardo. Primero afirmó que en las relaciones entre el capital y el trabajo, lo que se vende es el uso de la fuerza de trabajo, no el trabajo; en segundo lugar, hizo una distinción entre trabajo abstracto y trabajo concreto. Ninguno de estos principios tiene base empírica o hacen falta para explicar crisis, competencia y conflictos de intereses. Podemos comprender las crisis y los ciclos económicos analizando los movimientos de los precios, y la teoría del valor no añade nada a nuestra comprensión de los mismos. Parece que la economía contemporánea – a diferencia de las ideologías económicas - no sería muy distinta si Marx nunca hubiera nacido.

Y estos principios no se han escogido al azar sino que constituyen el esqueleto mismo de la doctrina marxista.

Tomado del número de octubre del 2002 de First Things
Traducido por AR