En defensa del neoliberalismo

 

Una medalla para Konstantinov

 

Adolfo Rivero

La Academia de Ciencias de la URSS está de fiesta: al fin ha llegado la última etapa de la crisis general del capitalismo. Los académicos Eugenio Vargas, N. Nikitín y F. Konstantinov van a ser condecorados, póstumamente, con la Orden de la Bandera Roja del Trabajo. La Duma está considerando resucitar la Unión Soviética. El Partido Comunista Chino quiere lanzar otra Gran Revolución Cultural Proletaria. Sí, nada de esto será cierto pero es la sensación que dan tantos críticos del ''capitalismo salvaje'' con motivo de las últimas conmociones de la Bolsa.

No es por gusto que un famoso economista occidental ha dicho: ``El sistema económico capitalista, es decir, el sistema social basado en la propiedad privada de los medios de producción, hoy es rechazado unánimemente por todos los partidos políticos y gobiernos. No existe un acuerdo similar, sin embargo, en relación con qué sistema económico debe reemplazarlo en el futuro...''.

El economista era Ludwig von Mises, y la cita de 1931. Por aquel entonces, el Tercer Reich empezaba una política de extremo intervencionismo, militarismo y proteccionismo en Alemania. En medio de la admiración mundial, Stalin estaba colectivizando la agricultura. La prosperidad americana, por su parte, acababa de entrar en crisis. En 1924, Calvin Coolidge había vuelto a bajar los impuestos, disparando la gran expansión de los años 20 en la que el PNB (producto nacional bruto) creció de $69,600 millones a $103,100 millones. La gran expansión de Coolidge terminó en septiembre de 1929. La razón fue la Ley de Tarifas Smoot-Haweley, que entró en vigor en 1930. En su época, el fenómeno no fue comprendido por los economistas. No satisfechos con haber restaurado las tarifas a los niveles de 1913, que los mercados habían previsto, el gobierno las subió a niveles que sorprendieron los mercados y que, de paso, bloquearon el comercio mundial.

Poco después, Roosevelt y las políticas socialistas del New Deal tratarían de controlar la crisis sin ningún éxito. La gran depresión sólo terminaría con la II Guerra Mundial. El prestigio póstumo que alcanzaría Roosevelt con la victoria en la guerra, permitiría legitimar una visión falsa del pasado y el establecimiento de un cuadro edulcorado sobre los presuntos beneficios del New Deal. Salvando las inmensas distancias entre un estadista demócrata y un tirano sangriento, el prestigio alcanzado por Stalin con la victoria de los aliados en la guerra también permitiría legitimar, durante cierto tiempo, una visión edulcorada de su previa gestión de gobierno. Singulares ejemplos de cómo, extrañamente, el futuro puede cambiar el pasado.

Por supuesto, lo que el capitalismo tenía por delante era una formidable expansión. Es por eso que resulta interesante leer estas nuevas diatribas anticapitalistas. Siglo tras siglo, década tras década, el capitalismo ha producido una prosperidad sin precedentes en la historia. Las diatribas anticapitalistas, por consiguiente, sólo son testimonio de la fuerza (inconsciente) de las ideas marxistas entre nuestros intelectuales.

Es cierto y lamentable que la Bolsa de valores está sufriendo una crisis. Algunas grandes corporaciones como Enron, GlobalCrossing, Tyco y WorldCom, entre otras, han cometido censurables maniobras contables. Es totalmente justo criticar a los que han violado la confianza del público y exigir que sean llevados ante la justicia. Es también pertinente recordar que nuestro sistema económico no está dirigido desde ningún centro y que funciona, en gran medida, de una manera espontánea. Todos participamos en ella. El mercado somos nosotros y, desde hace años, vivimos en una atmósfera irreal. Cuando porteros y oficinistas especulan constantemente en la Bolsa, es obvio que nuestra misma prosperidad está generando expectativas fantásticas.

También es obvio que la demagogia de ambos partidos ha jugado un papel negativo. El Senado bajo control demócrata le ha negado al Presidente la autoridad para la promoción del comercio (fast track) lo que ha hecho imposible avanzar en la promoción del Area de Libre Comercio en el hemisferio, un obvio factor de crecimiento económico. El Partido Demócrata se ha convertido en un feroz adversario del libre comercio. Es reo de los intereses de un movimiento sindical que utiliza todo tipo de pretextos para impedir la competencia de los manufactureros latinoamericanos.

Pero los republicanos no se quedan atrás. No creo que sea causal que el descenso de la Bolsa haya empezado con la decisión del Presidente de imponer tarifas proteccionistas hasta de un 30 por ciento contra el acero importado. Luego vino el enorme subsidio, clamorosamente bipartidista, a los agricultores americanos. Estas medidas proteccionistas cierran las puertas del comercio, y de un legítimo desarrollo económico, a los países de América Latina y de todo el mundo en vías de desarrollo. Han sido un duro revés a la causa del libre comercio. En las discusiones sobre el presupuesto del año pasado se habló de rebajar en $12,000 millones el welfare corporativo. No se hizo nada, pero nadie critica esta corrupción gubernamental.

No hay ninguna crisis económica. La productividad sigue aumentando, el crecimiento económico ha sido del 5.5% y el 2.% en los dos últimos trimestres, los precios de la gasolina y las hipotecas siguen bajos, las ventas de casas y automóviles siguen altas. Pero mucho más importante todavía es que la revolución científico-técnica mundial tiene su centro en Estados Unidos. Nunca ha habido tantos descubrimientos importantes en tantos campos distintos simultáneamente. Y el ritmo de desarrollo sólo hace acelerarse. La economía americana, pese a todo, es la más pujante y eficiente del mundo. Y cada vez lo será más. Así que, por favor, es poco serio anunciar el fin del capitalismo. No es hora de proponer medallas para el académico Konstantinov.