En defensa del neoliberalismo

 

Kerry y sus hermanos

 

Adolfo Rivero Caro

No hay forma de conectar la radio o la televisión americanas sin tener que escuchar interminables discusiones sobre John Kerry y su papel en la guerra de Vietnam. Quizás por eso sea útil recordar aquella época. Muchas de las patologías que afligen a la sociedad americana y, de hecho, a todo el mundo occidental tuvieron su origen en aquellos años. Después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos había estado viviendo una época de prosperidad sin precedentes. Hubo un fenomenal crecimiento del estudiantado. A diferencia de generaciones anteriores, esos jóvenes no tenían que preocuparse porque la falta de estudio o una conducta inaceptable fuera a poner en peligro su futuro. Esto los liberó para el activismo político.

El aburrimiento es un fenómeno muy menospreciado en los estudios sociales. Los hijos de los héroes de la II Guerra Mundial decidieron rebelarse porque el mundo no les garantizaba la inmediata satisfacción de sus deseos. El lema general de la época era ¡Ahora! (Now!). Fue el inicio de la cultura de la droga (los hippies), de la promiscuidad sexual y de la negación de todos los valores que habían convertido a EEUU en la sociedad más libre y próspera del planeta. El comunismo, por otra parte, parecía una marea ascendente e incontenible.

Se suele argumentar que la rebelión estudiantil de los años 60 estuvo directamente vinculada con una legítima oposición a la Guerra de Vietnam. Nadie puede dudar la oposición, lo que sí es muy dudoso es la legitimidad de la misma. El esfuerzo por contener la expansión de la marea comunista era un objetivo noble y loable. Nosotros, los americanos de origen cubano, lo sabemos mejor que nadie. Aquéllos fueron los años más terribles de nuestro presidio histórico. Por aquella época se sabía que el triunfo de Ho Chi Minh en el norte había resultado en la matanza de unas 100,000 personas. Nosotros sabíamos que su victoria en el sur tendría consecuencias trágicas. El ulterior destino del pueblo de Vietnam del Sur y de todos los pueblos de Indochina debería convencer a todo el mundo de que la guerra se debió haber luchado, y ganado. Ahora, por supuesto, sabemos de las torturas y asesinatos de los campos de reeducación y del terror de posguerra que destruyó las vidas de cientos de miles de vietnamitas y produjo más de un millón de refugiados.

Todo esto era previsible. La guerra no era moralmente censurable. Lo moralmente censurable fueron los esfuerzos de ''la nueva izquierda'' por asegurar la derrota norteamericana en Vietnam del Sur. En la práctica actuó como una verdadera quinta columna. Buin Tin, antiguo coronel del estado mayor del ejército de Vietnam del Norte, desertó después de la guerra cuando se desilusionó con la realidad del comunismo. En una entrevista publicada en The Wall Street Journal afirmó que Hanoi pensaba derrotar a Estados Unidos mediante una guerra prolongada que quebrara la voluntad norteamericana.

“El movimiento contra la guerra en Estados Unidos era esencial para nuestra estrategia. El apoyo a la guerra en nuestra retaguardia era completamente seguro mientras que la retaguardia norteamericana era vulnerable. Todos los días nuestra dirección escuchaba las noticias mundiales por la radio a las 9 a.m. para seguir el crecimiento del movimiento contra la guerra en Estados Unidos. Las visitas a Hanoi de personajes como Jane Fonda, el antiguo secretario de Justicia Ramsey Clark y varios clérigos nos daba confianza de que podríamos mantenernos en el campo de batalla pese a las derrotas. Nos sentimos encantados cuando Jane Fonda, usando un vestido vietnamita, dijo en una conferencia de prensa que estaba avergonzada de las acciones norteamericanas en la guerra y que ella lucharía junto con nosotros”.

John Kerry fue uno de aquellos activistas contra la guerra. En el mismo 1971, testificando ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado y vestido con un uniforme norteamericano sucio y arrugado, Kerry afirma que los soldados norteamericanos en Vietnam “personalmente violan, cortan orejas, decapitan y torturan a prisioneros, aplicando cables vivos de teléfonos portátiles a sus órganos genitales, cortando brazos y piernas y ametrallando indiscriminadamente a la población civil”. No es por gusto que haya una fotografía suya, junto con el secretario general del Partido Comunista de Vietnam, colgada en un museo vietnamita consagrado a la solidaridad internacional.

Es muy probable que Kerry haya obtenido esa sarta de calumnias de las oficinas de desinformación soviética, según opina el general Ion Mijai Pacepa, jefe del espionaje de Rumania durante la dictadura de Ceaucescu, que desertó a Occidente. Durante aquella época, la prioridad número uno de la KGB era disminuir el poderío, prestigio y credibilidad de Estados Unidos. Uno de sus instrumentos favoritos era la fabricación de “pruebas” como fotografías y “'partes noticiosos” sobre inventadas atrocidades americanas. Esas historias eran presentadas en revistas manipuladas por la KGB, que las traspasaban a organizaciones noticiosas respetables. Muy frecuentemente éstas las recogían como reales.

John Kerry nunca se ha retractado de aquellas acusaciones, producto de la desinformación soviética, que tuvieron gravísimas consecuencias para Estados Unidos. Es en esta época donde nace la hostilidad y la desconfianza de un importante sector de la intelectualidad americana hacia los servicios de inteligencia y las fuerzas armadas de este país, reflejadas en innumerables ocasiones por las películas de Hollywood, y que se prolongan hasta el día de hoy. Ciertamente que el senador Kerry ha tenido verdaderos “hermanos”(band of brothers) durante toda su vida, pero no han sido los hombres con los que compartió brevemente los peligros de la Guerra de Vietnam. Desde su juventud hasta el día de hoy sus verdaderos hermanos han sido los activistas de la extrema izquierda en cuyas filas inició su vida pública.