En defensa del neoliberalismo

De la introducción a "Lenin, el Desconocido"

Richard Pipes

El legado escrito de Lenin disfrutaba el rango de escritura sagrada en la Unión Soviética, cada una de sus opiniones era citada para justificar una u otra política, y tratada como un evangelio. La dificultad de ese procedimiento es que Lenin cambiaba de opinión frecuentemente, porque primero y antes que nada era un táctico, que modificaba su opinión para adaptarla a la situación de que se tratara. Se le podía pues citar como favoreciendo el boicot a las elecciones para el parlamento pre-revolucionario así como recomendando el participar en ellas; favoreciendo colaboración con la "burguesía" o en conflicto con ella, y así en todo lo demás. Reclamar su autoridad para políticas divergentes o aun contradictorias requirió de malabarismo "dialéctico", una habilidad que los ideólogos comunistas profesionales desarrollaron en alto grado.

Se han publicado cinco ediciones de las obras de Lenin. Se dice que todos sus documentos en los archivos centrales del Partido se han hecho asequibles a los académicos. Pero no hay certeza alguna de que sea así. Primero que nada, hacer asequibles esos documentos es un proceso en desarrollo, que tomará tiempo para completarse. Segundo, se ha sabido que el archivo central del Partido no disfrutaba, en verdad, de un monopolio de los documentos escritos por Lenin, pues algunos de ellos están conservados en el llamado Archivo Presidencial. Se entiende que este archivo contenía materiales de importancia política actual, tales como minutas del Politburó y el Gabinete. Sin embargo, por publicaciones recientes se ha establecido que el archivo mantiene manuscritos de Lenin no publicados. Finalmente, debe tenerse en cuenta que, aun como dictador de Rusia, Lenin no abandonó sus hábitos de revolucionario clandestino, a juzgar por la frecuencia con que las palabras "secreto", "conspiratorio", y "clandestino" aparecían en sus comunicaciones confidenciales.

Cuando un mensaje era especialmente sensitivo y era probable que causara inconvenientes en caso de filtrarse, Lenin insistía en que no se hicieran copias y que el original se le devolviera o se destruyera por el destinatario. Afortunadamente, en algunos casos (por ejemplo, el documento 88), sus instrucciones no fueron obedecidas. Pero es razonable pensar que en la mayoría de los más de los casos sí lo fuera; lo que significa que un número indeterminado de esas comunicaciones fuera destruido por el autor o por los destinatarios. Y que aunque todos sus documentos en los archivos se hagan públicos, no conoceríamos algunos de los más hondos secretos de su vida y régimen.

No está completamente claro cuál fue el criterio que siguieron las autoridades soviéticas para mantener en secreto los manuscritos de Lenin. Tenemos un indicio en una comunicación confidencial de G.L. Smirnov, director del archivo central del Partido, dirigida al subsecretario general del Comité Central, en que expresa preocupación por el serio daño que pudiera causar la publicación de material aún inédito. Por el texto de esa comunicación se advierte que el régimen comunista ocultaba, ante todo, lo que pudiera implicar a Lenin personalmente, como jefe del estado soviético, en actividades subversivas en el extranjero. Las autoridades tenían interés extremo en hacer aparecer a los partidos comunistas foráneos como independientes en sus operaciones y finanzas, y la turbulencia revolucionaria en el exterior como de origen autóctono. El revelar la fuente soviética de la subversión comunista hubiera puesto en peligro las relaciones diplomáticas con países extranjeros y dañado los préstamos y ayuda económica con las que Moscú contaba.

¿Qué revelan los documentos recientemente publicados? Sería ingenuo, por supuesto, esperar que alteraran en forma fundamental la percepción de la personalidad de Lenin o de sus políticas. Lo que se sabe de ambas, de fuentes ya publicadas, no es subvertido por estos nuevos materiales hecho públicos. Pueden, sin embargo, arrojar nueva luz sobre los motivos, actitudes y esperanzas de Lenin, tanto como sobre las relaciones personales entre los líderes comunistas. Refuerzan la familiar imagen de Lenin, aunque despojada de retoques distorsionados. Sus políticas, ocultas tras una cortina de humo de superioridad moral y defensivas en sus pronunciamientos públicos, aparecen cínicas y agresivas en sus comunicaciones privadas.

Por ejemplo, fue de tiempo conocido que los desembarcos en Mursmansk en la primavera de 1918, que marcaron el inicio de la intervención aliada en la guerra civil rusa, tenían la aprobación del Soviet local. Pero ahora sabemos, por sus propias palabras, que Lenin y Stalin habían dado también su consentimiento tácito (documentos 19 y 20). De igual forma, y no es sorpresa para nadie, se sabía que la invasión de Polonia por el Ejército Rojo en julio de 1920, tenía objetivos más alla de la sovietización de ese país. Pero es ahora cuando sabemos lo amplios que eran (documento 59). El que los comunistas hayan torpedeado la Conferencia de Génova firmando un acuerdo separado, bilateral, con Alemania, es algo a que se alude en todas las historias de ese período, pero el que Lenin deliberadamente se propusiera destruir la conferencia desde antes de que comenzara, es algo nuevo.

Uno de los documentos más interesantes de esta colección es la versión taquigráfica de un discurso secreto que Lenin pronunció en septiembre de 1920 en una reunión privada de funcionarios del Partido, para explicar el desastre que había tenido el Ejército Rojo en Polonia el mes anterior (documento 59). Sus observaciones no dejan duda de que en el verano de 1920 Lenin creía que la Europa Occidental estaba al borde de la revolución social y que estaba decidido a promoverla y consumarla con la ayuda del Ejército Rojo. El propósito de invadir la Polonia étnica no era sólo sovietizar el país, sino para utilizarlo como trampolín para la invasión de Alemania e Inglaterra. Lenin exageró grotescamente el ardor revolucionario de los trabajadores ingleses, llegando hasta comparar la Inglaterra de 1920 con la Rusia de 1917.

Con los documentos aquí presentados se puede adquirir valiosa información sobre las tácticas soviéticas en la conferencia de Génova, convocada por las grandes potencias a principios de 1922 para solucionar algunos problemas que no habían sido finalizados por el tratado de Versalles y, específicamente, regresar a Rusia y Alemania a la comunidad internacional. Lenin accedió a que su país participara en la conferencia porque necesitaba, desesperadamente, lograr cuantiosos préstamos para la reconstrucción de la economía soviética, arruinada por la guerra civil y los experimentos del comunismo de guerra. A su vez, temía un acercamiento entre Alemania y los aliados, De ahí sus instrucciones a Georgy Chicherin, Comisario de Relaciones Exteriores, para "romperla", aunque no directamente por Rusia. Pensaba que así se les haría más fácil obtener los préstamos (documento 88). El objetivo de hacer fracasar la conferencia se logró con un tratado separado que se firmó con Alemania en la conferencia de Génova en Rapallo. Pero Lenin se engañó a sí mismo porque, al hacer fracasar la conferencia, no pudo lograr créditos extranjeros.

En lo que concierne a la personalidad de Lenin, se destaca, antes que nada, su completa indiferencia ante la vida humana, excepto en lo referente a su familia y asociados más cercanos. En cuanto a éstos era muy solícito, asegurándose de que no se excedieran en trabajar -al extremo de ordenar a Stalin y Kamenev que tomaran descansos completos tres días de cada semana (documento 91). Se aseguró de que siguieran escrupulosamente las órdenes de sus médicos (documento 30). Les consiguió alojamientos confortables en Moscú y tranquilas dachas en el campo (documentos 91 y 102). Eran sus soldados, siempre y cuando le obedecieran. Cuando Chicherin, viejo bolchevique, tuvo la temeridad, a principios de 1922, de sugerirle un pequeño cambio en la constitución soviética, para aplacar a los norteamericanos y lograr de ellos un generoso préstamo, Lenin decidió que su ministro estaba loco -no metafóricamente, sino en el sentido clínico de la palabra- y que el Politburó debía requerir que fuera recluido, por la fuerza, en una institución médica. Ese fue un ejemplo temprano de recurrir a tratamientos médicos como medio de tratar con los disidentes, un método que floreció en la era de Brezhnev.

Con el paso del tiempo, Lenin comenzó también a perder la confianza en sus otros lugartenientes. Documentos del año 1922, cuando la enfermedad lo forzó a convertirse frecuentemente en un observador pasivo -y crecientemente frustrado- de los acontecimientos, que, con la excepción de Stalin, los consideraba deficientes y, para fines de ese año, perdió confianza hasta en Stalin. Consideraba a Kamenev, miembro del triunvirato que gobernaba durante su ausencia, un debilucho lastimero (documento 81). Declaró que Trotsky no entendía nada de política (documento 66). Rykov era una molestia (documento 96). Lenin debió haber dudado, inclusive, de su estabilidad mental, porque ordenó que todo el grupo fuera examinado por un visitante alemán, especialista en enfermedades nerviosas (documento 95).

De especial interés son las relaciones de Lenin con Trotsky y Stalin. Trotsky, a fin de pintarse a si mismo como el asociado más cercano y de más confianza de Lenin, tergiversó completamente sus relaciones con el lider bochevique, tratando de explotar el distanciamiento de Lenin y Stalin en el invierno de 1922. Lenin valoraba altamente los talentos de Trotsky como organizador y orador, y por esa razón rechazó airadamente la sugerencia hecha por Kamenev de que Trotsky fuera expulsado del Comité Central (documento 106). Pero Lenin tenía poca consideración por el juicio de Trotsky en cualquier materia sustancial, y generalmente lo mantenía a distancia.

En contraste, hay amplia evidencia de la confianza que tenía en Stalin, no solo en el manejo diario de las operaciones de gobierno, sino también en establecer grandes objetivos políticos. Las notas adquieren mayor importancia a la luz de información reciente de que Lenin personalmente, en abril de 1922, designó a Stalin para ocupar la recién creada posición de Secretario General del partido. Trotsky mintió al afirmar que ese nombramiento, que pronto sería el más importante de la Rusia soviética, fue hecho en contra de la voluntad de Lenin.

Todo eso en cuanto a las relaciones de Lenin con el círculo interno.

En cuanto a la humanidad en general, Lenin sólo sentía desprecio por ella: los documentos confirman el aserto de Gorky de que los seres humanos individuales tenían para Lenin "casi ningún interés", y de que trataba a la clase trabajadora lo mismo que el trabajador metalúrgico trataba el mineral de hierro. A principios de septiembre de 1918 decidió lanzar un terror masivo. La sucinta nota al entonces secretario del Comité Central, Krestinsky (documento 28), posiblemente fechada en ese mes, marca el inicio de una campaña que con el tiempo clamaría decenas de miles de víctimas.

Los documentos 61 y 71 reproducen informes alarmantes de la comunidad judía, comunicando a Lenin de matanzas perpetradas por el Ejército Rojo en su retirada de Polonia, y demandando rápida intervención. "Para el archivo", garabateó Lenin, queriendo decir que no se debía tomar acción alguna. Dzerzhinsky, jefe de la Cheka (institución no conocida por su sensibilidad ante el sufrimiento), informó que cien mil prisioneros de guerra de los ejércitos blancos derrotados eran mantenidos en campos de concentración bajo condiciones infrahumanas. "Para el archivo", fue la reacción de Lenin (documento 63). Menos de un año después de haber alcanzado el poder, estaba preparado para "quemar Baku hasta el piso" en caso de un ataque externo (documento 21). Al año siguiente ordenó a Frunze, comandante del frente de Turkestán, amenazar "con exterminar hasta el último de los cosacos si incendiaban el petróleo en Guriev" (docmento 38). Llamamientos de este tipo a quemar ciudades y exterminar sus habitantes son reminiscencias de los tiempos de Genghis Khan y Tamerlán. Y esas llamamientos no eran los únicos. En una orden notoria a las autoridades comunistas en la provincia de Penza , donde los campesinos se habían rebelado en protesta por la confiscación de granos, Lenin ordenó que cien "kulaks" fueran ahorcados públicamente de forma que los campesinos se atemorizaran y sometieran (documento 14). Aun más impactantes son sus instrucciones de lanzar una ofensiva contra la Iglesia Ortodoxa para explotar la hambruna sin precedentes que arrasaba Rusia y Ucrania en 1921-22, cuando el canibalismo ofrecía una oportunidad para una ofensiva política contra el clero (documento 94). Los sacerdotes que resistieran expropiaciones de bienes eclesiásticos debían de ser fusilados y, mientras más, mejor. En vista de estas órdenes atroces, no sorprende saber que cuando se le pidió a Molotov, único funcionario comunista que sirvió tanto a Lenin como a Stalin a través de sus carreras políticas, que comparara a los dos, declaró sin vacilar que "Lenin había sido el "más duro", el más "áspero". Los que todavía idealizan a Lenin y lo favorecen en contraste con Stalin, encontrarán poco agrado en los documentos de Lenin que están ahora saliendo a la luz.

Su desprecio por los rusos, conocido asimismo de otras fuentes, es corroborado. Los consideraba desaseados y también "flojos". Deseaba que adquirieran las costumbres de trabajo de los alemanes, aunque tampoco por esa nación sentía especial simpatía.

En esos documentos se descubre a un Lenin completamente misántropo. Corroboran lo que Gorky escribió sobre él, basado en una larga y estrecha relación personal: que Lenin amaba a la humanidad pero no como ésta era en realidad sino como él creía que iba a ser cuando triunfara la revolución y produjera una nueva clase de seres humanos, de hombres nuevos. Curiosamente, sus cartas a la persona a la que desplegaba sentimientos humanos cálidos -su querida, Inessa Armand- fueron también censuradas. Sus obras completas reprodujeron sólo aquellas de sus cartas que trataban estrictamente sobre asuntos del Partido: todas las comunicaciones íntimas, especialmente las que indicaban una relación sexual, fueron omitidas o expurgadas. Aparentemente se consideraba inadecuado un amor extramatrimonial para el líder de la revolución mundial, a quien se endiosaba.

Al tratar con los que no eran bolcheviques, usaba el temor o la codicia. Para dominar a los que estaban bajo su control usaba violencia desenfrenada. Para ganarse a los que necesitaba para sus propósitos, los tentaba con dinero. Angelica Balabanoff, que había servido como primera secretaria de la Internacional Comunista, recordaba en sus memorias su sorpresa ante la frecuencia con la cual Lenin la alentaba a ser generosa con el dinero. "Le ruego, no economice. Gaste millones, muchos, muchos millones". Esto se confirma en algunos de los documentos desclasificados. Instruye a su enviado en Suiza que sea pródigo al diseminar la propaganda comunista: "No ahorre dinero"(documento 25). Consiente en subsidiar al partido comunista finlandés (documento 48). Los comunistas franceses, que gustaban jactarse de que eran los únicos que no recibían dinero de Moscú, son también expuestos como recipientes de fondos (documento 37). El único sentimiento al que Lenin nunca apeló fue el idealismo: aparentemente no tenía fe en él.

Lenin regaba dinero y no exhibía pesar en aceptarlo. Los documentos 2-4 señalan en detalles pedantes los arreglos que hizo para que su facción bolchevique se apropiara del legado que hizo un rico industrial, N.P. Shmit, a todo el Partido Social Demócrata. Se ha sabido por mucho tiempo que Lenin aceptó subsidios de los alemanes en 1917-18 pero, siempre un conspirador, fue cuidadoso de no dejar rastro escrito que lo implicara en esos arreglos financieros. Ahora sabemos que, aún tan tarde como en agosto de 1918, tres meses antes de la rendición alemana, insistía en pedir dinero a Berlín para hacer propaganda contra Francia e Inglaterra en Europa Occidental -es decir, a favor de Alemania- a través de sus representante en la Suiza neutral (documento 25). Esto, sin duda, lo califica como agente alemán, en el más estricto sentido de la palabra.

Otro rasgo de Lenin que emerge con absoluta claridad de esos documentos es su mentalidad policíaca. Ningún director de la Okhrana zarista rastreó nunca a los intelectuales disidentes tan acuciosamente como él, clasificándolos según la actitud que mostraran con respecto a su régimen, y transmitiendo la información a la Cheka o GPU, para la correspondiente acción represiva. Hizo listas de los que quería fueran expulsados de la Rusia soviética; ordenó a la GPU preparar una lista de "varios cientos de intelectuales que deben ser deportados, sin misericordia" (documento 107). El caso de un historiador menchevique con pasado bolchevique, N. A. Rozhkov, de poca importancia, lo molestó tanto que lo trató varias veces ante el Politburó, incapaz de decidir entre mandarlo al exilio dentro de Rusia, o deportarlo (Documentos 107, 112 y 113). La delegación de Unión de Sindicatos Británicos, que visitó Rusia a invitación de Moscú, debía ser infiltrada por agentes angloparlantes y sometida a un bien orquestado hostigamiento político (documento 45). Lo mismo se aplicó a la Administración de Ayuda de Hoover, que vino a distribuir alimentos gratis a decenas de millones de rusos y ucranianos famélicos (documento 75). De esta evidencia sólo se puede concluir que vivía en temor constante de que los socialistas rusos y los poderes extranjeros le hicieran lo mismo que él hacía con elllos; y como no se descubrió conspiración alguna, sus sospechas y ansiedades se intensificaron al punto de que llegaron a ser inmunes a cualquier argumento racional. De hecho, lo intelectuales que él persiguió tan salvajemente - académicos presentes y pasados, economistas, periodistas- eran seres inocentes que, con todas sus quejas contra el régimen soviético, que se sentían tan felices de haber salvado sus vidas de la revolución y el terror rojo, así como de la hambruna y la epidemia de tifus, que no podían albergar ideas de sedición.

Traducido por EAR

Diciembre, 2008

 

 

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