En defensa del neoliberalismo
 

Llanto por un tirano

 

ADOLFO RIVERO CARO


Lo único que hay que lamentar en la muerte de Hafez-al-Assad es que se haya demorado tanto. ¿Que el pueblo sirio está llorando a su querido líder? La nomenklatura está llorando, sin duda, porque ve su poder en peligro. Pero, ¿el pueblo sirio? No creo que estén llorando los miles y miles de presos políticos que Hafez-al-Assad ha tenido pudriéndose en las mazmorras de su policía política. No creo que estén llorando los familiares de las 10,000 personas que ordenó masacrar en el pueblo de Hama en 1982. No creo que estén llorando los cientos de norteamericanos y europeos que perdieron seres queridos en las docenas de atentados terroristas concebidos y facilitados por el dictador sirio durante más de veinte años.

¿Por qué habría de llorar el pueblo sirio? El partido Baas lo mantiene empobrecido y atrasado con sus viejos esquemas de empresas estatales y planificación centralizada. Utilizaron al máximo a sus asesores soviéticos. No puede haber mejor epitafio para una economía. Esos asesores soviéticos, entre paréntesis, fueron los que ayudaron a perfeccionar el aparato represivo de Hafez-al-Assad. En eso sí eran efectivos. Los terroristas que volaron las barracas de soldados americanos en el Líbano en 1983, matando a 241 de ellos, pasaron dos puntos de control sirios antes de introducir sus camiones cargados de explosivos en el área norteamericana. Siria ha estado implicada en la voladura del vuelo 103 de PanAm sobre Lockerbie, en Escocia, que costó la vida de 270 personas, aunque Clinton haya preferido olvidarlo. Es difícil pensar en algún acto terrorista de los últimos 20 años que no lleve la huella de Siria.

Los asesores soviéticos, entre paréntesis, fueron los que ayudaron a perfeccionar el aparato represivo de Hafez-al-Assad

¿Podrá avanzar Bashar, el hijo del dictador sirio, hacia una verdadera paz en el Levante? Es poco probable. Se oponen las docenas de organizaciones terroristas comprometidas en una guerra a muerte contra Estados Unidos e Israel. Las mismas que Hafez-al-Assad estuvo manteniendo desde hace 20 años. Y ahora, tras la retirada de Israel, los fanáticos de Hezbollah están cantando victoria en el Líbano.

Una verdadera paz sólo puede conseguirse con la desaparición de los centros promotores del terrorismo internacional. En este mes, sin embargo, la Comisión Nacional sobre el Terrorismo emitió un informe señalando que la amenaza terrorista contra Estados Unidos ha aumentado en los últimos años y que ``los terroristas de hoy tratan de infligir bajas masivas, y están tratando de conseguirlo tanto en el extranjero como en suelo norteamericano''.

La desaparición de la Unión Soviética y del campo socialista significó el mayor progreso hacia la paz de los últimos 50 años. Fue una derrota histórica del terrorismo moderno. Fue lo que hizo posible, entre otras cosas, la paz en Sudáfrica y la renuncia a la lucha armada de varias guerrillas centroamericanas.

El problema es que, paradójicamente, los herederos de la victoria de la Guerra Fría han sido los mismos que lucharon por impedir esa victoria. De ahí las vacilaciones y contradicciones internas de su política. El mayor interés de Clinton y sus colaboradores en las fuerzas armadas ha estado en rebajar su presupuesto y utilizarlas como laboratorio para sus experimentos de ``corrección política'' (feminización, discusiones en torno al papel de los homosexuales, etc.). Nada extraño. Todos ellos fueron enemigos jurados del establishment militar. Y algo similar sucede con los servicios de inteligencia. Hemos puesto a un zorro a cuidar el gallinero.

Esto es peligroso porque las fuerzas de la reacción no se rinden. El triunfo de Chávez, la trágica crisis de Colombia o los espasmos revolucionarios en Ecuador son desesperadas peleas de retaguardia que libran las fuerzas de la reacción y el caudillismo, siempre tan amantes del control estatal de la economía, ante el progreso real de la democracia y el libre mercado en nuestro continente.

Chile muestra el camino para salir del subdesarrollo. Pero este camino también representa la desaparición de la posibilidad de establecer una dictadura caudillista-estatista, y de quedarse 40 años en el poder, a nombre de los pobres, como ha hecho Fidel Castro. Y los ``progresistas'' no se resignan. Tienen a su favor que la democracia y el verdadero capitalismo son retoños, todavía muy débiles, en América Latina. Y que cargamos con el lastre de una intelectualidad anémica y populista que ha dejado solos a los economistas en la lucha por sacar a nuestro continente del subdesarrollo.

Es muy importante que las elecciones norteamericanas de noviembre traigan al poder a un gobierno más firme en la lucha contra el terrorismo y menos contemporizador con las dictaduras anticapitalistas. De lo contrario, esos ``progresistas'', que cuentan con el apoyo de los académicos y medios de comunicación liberal-fascistas de este país, pudieran seguir cobrando fuerza y demorando la entrada de América Latina en la modernidad.