En defensa del neoliberalismo

 

Nuevo patriotismo y viejas traiciones

 

Adolfo Rivero Caro

Recientemente, a los liberales americanos les ha dado por hablar de un ''nuevo patriotismo''. El patriotismo es el amor a la patria. ¿Por qué habría que modificar un concepto tan primario, tan elemental? En mi subconsciente suena una alarma cada vez que alguien pretende cambiar el significado de un concepto. Los revolucionarios siempre quieren cambiar el lenguaje. Este encapsula una experiencia milenaria que ellos necesitan obliterar para poder construir la ''sociedad nueva''. En Cuba no se podía decir ''señor,'' con sus implicaciones de dominio y servidumbre: era obligatorio utilizar el fraternal y militante ''compañero.'' En la URSS fue peor. Durante años insistieron en que no se debía decir ''buenos días'', sino ''gloria al trabajo.'' Todas las dictaduras que la URSS impuso en la Europa del este se llamaban ''democracias populares.'' Y, para los comunistas y sus simpatizantes, Cuba es ''territorio libre de América''. Es el neohabla que Orwell describe en 1984.

Esto viene de lejos. Desde hace más de dos siglos, muchos intelectuales empezaron a manifestar un rechazo visceral por el capitalismo y por la democracia liberal. Del capitalismo encontraban insoportables las desigualdades económicas que genera la libertad de empresa (que son simplemente una manifestación de las desigualdades que siempre genera la libertad). Luego encontraron insoportables las infinitas discusiones de la democracia liberal, la constante crítica que iba produciendo un generalizado escepticismo, el debilitamiento de los valores, la pérdida de sentido de la vida; el posterior consumismo, la comercialización, la banalidad de la cultura de masas. Todo esto produjo discusiones sobre la ''decadencia'' de las sociedades liberales y especulaciones sobre los remedios posibles. Este profundo disgusto con la sociedad moderna se vio reflejado en ideologías revolucionarias que aspiraban a transformar radicalmente la sociedad liberal.

Pero ¿cómo transformar radicalmente una sociedad? Lenin pensaba que bastaba con tomar el control del aparato estatal y, desde allí, los puestos de mando (The Commanding Heights) de la economía. ¿Acaso Marx no había dicho que las ideas eran secundarias y que tienden, naturalmente, a justificar la estructura económica de la sociedad? Luego sólo era cuestión de resistir un poco de tiempo. Los intelectuales nacidos bajo la nueva estructura social la encontrarían muy ''natural'' y eso sólo los convertiría en sus mejores defensores. Estos serían los famosos ''intelectuales orgánicos'' (una expresión más usada que comprendida.) Gramsci, por su parte, desconfiaba de la toma revolucionaria del poder. Sabía que las instituciones, las costumbres, los viejos hábitos conspiraban contra los revolucionarios. Esto empujaría a los revolucionarios a gobernar mediante el terror. A Gramsci esto no le hacía mucha gracia. Era mejor emprender la lucha por cambiar esas costumbres, instituciones y viejos hábitos antes de pretender conquistar el poder político.

Nuestra época ha visto el espectacular fracaso del modelo revolucionario. Pero los insatisfechos con la sociedad liberal no han desaparecido. Muy por el contrario, probablemente sean más numerosos que nunca. De aquí que, espontáneamente, hayan adoptado el modelo gramsicano. No se trata de ninguna conspiración. Es que los que quieren transformar radicalmente a nuestra sociedad se han quedado sin alternativas.

''Hay que emprender una larga marcha a través de las instituciones,'' decía el agitador alemán Rudi Dutschke. Y según Herbert Marcuse, el gurú de la izquierda americana en los años 60 y 70, esa larga marcha a través de las instituciones significaba ''trabajar contra las instituciones establecidas mientras se trabaja en ellas''. Estamos hablando, entre otras, de Hollywood, los medios de comunicación, las escuelas, las iglesias, los tribunales.

¿Por qué les disgusta tanto este país? ¿Por qué consideran que nuestra sociedad es TAN horriblemente machista, agresiva, guerrerista, autoritaria, desigual y discriminatoria? ¿Sí? ¿En comparación con cuál otra sociedad? El problema es que siempre están comparando a esta Estados Unidos con un ideal abstracto, inexistente y, por consiguiente, inalcanzable. La realidad es que no hay ninguna otra sociedad superior. Ni en bienestar material ni en libertades personales. Eso es inaceptable para una intelectualidad aburrida y sedienta de darle contenido a su vida persiguiendo utopías. En el mundo entero, sin embargo, millones de hombres y mujeres saben que Estados Unidos es el país de la esperanza, y aceptarían cualquier sacrificio por llegar aquí.

El antiamericanismo de los liberales americanos se manifiesta en una evidente falta de patriotismo. Aun en el medio de una guerra mundial contra el terrorismo, parece como si realmente hubieran querido nuestra derrota en Afganistán y en Irak. Uno tiene la impresión de que, al no resultar así, ahora reciban con malévola satisfacción las noticias de nuestras bajas en la guerra. En todo caso, el pueblo americano empieza a percibir estas críticas estridentes y destempladas, que dan ayuda y estímulo a nuestros enemigos, como lindando con la traición. No es por gusto que el best seller de Ann Coulter se llame precisamente así: Treason. Es por esto que algunos liberales están hablando del ''nuevo patriotismo'': el patriotismo de la quinta columna, de la crítica desmoralizadora. Semejante ''patriotismo'' llevó a algunos de ellos a trabajar como espías de la Unión Soviética. No hay patriotas derrotistas. Ese nuevo patriotismo se parece demasiado a viejas traiciones.

Octubre 11, 2003