El Salvador y el modelo chavista
Cuando se acercan las elecciones presidenciales, el chavismo pesa
mucho en la mente de los votantes
Mary Anastasia O´Grady
En
enero de 2008, durante la toma de posesión del presidente de
izquierda guatemalteco Álvaro Colom, Hugo Chávez envió al presidente
de El Salvador, Antonio Saca, un mensaje, o por lo menos así se
rumoreó. “Ahora te tengo rodeado”, supuestamente dijo el hombre
fuerte venezolano a Saca.
En
realidad no importa si se trata de una leyenda urbana o de algún
planteamiento de la Guía de la diplomacia chavista. Lo importante
es lo que transmite: que el salvadoreño teme que Chávez haya estado
acosando a su país con la esperanza de añadirlo a su lista de
satélites revolucionarios en América Central y del Sur.
Cuando los salvadoreños voten el 15 de marzo para elegir un nuevo
presidente, esa preocupación puede influir decisivamente en el
voto. La sabiduría convencional dice que los petrodólares chavistas
han impulsado la instauración de gobiernos autoritarios en esta
parte del mundo durante la última década. Pero el presidente
venezolano también ha causado el efecto contrario, sobre todo en
México y Perú en el 2006, donde la asociación de los candidatos con
Chávez se convirtió en el beso de la muerte. El chavismo podría
tener un efecto semejante en El Salvador.
En
esta contienda por la presidencia participan el ex director de la
Policía Nacional Rodrigo Ávila, del Partido Arena, de
centro-derecha, contra el periodista de la televisión Mauricio Funes,
quien representa al izquierdista FMLN. Funes se postula como
moderado, y hasta hoy es el favorito. Pero la contienda está lejos
de haber terminado, y si Ávila todavía tiene posibilidades de
triunfar es porque muchos salvadoreños lo ven como el único medio de
impedir la importación del programa chavista.
Desde 1989 Arena ha triunfado en todas las elecciones
presidenciales, por lo que una victoria en marzo sería su quinta
victoria consecutiva. Esto hace más difícil el triunfo de Ávila.
Pero no es su único problema. Mientras los tres de los presidentes
de Arena anteriores a Saca realizaron reformas encaminadas a
promover la igualdad ante la ley, el liberalismo económico y el
crecimiento, Saca ha hecho lo contrario: es famoso por haber
incumplido contratos.
El
presidente también ha puesto frenos a la economía de otras maneras.
Un gran proyecto de puerto en el municipio Cutuco prometía convertir
a El Salvador en el centro de transportación más importante de
América Central. El puerto se terminó, pero todavía no ha comenzado
a funcionar debido a que el gobierno de Saca demoró casi dos años el
proceso de subastar la concesión. Otros proyectos de electricidad,
vitales para el crecimiento, también se han detenido.
Asimismo, El Salvador sufre las sacudidas de los vientos contrarios
de la recesión global. Las remesas desde el extranjero y las
exportaciones, fuentes ambas decisivas para el desarrollo, están
disminuyendo y no parece que mejorarán en un futuro cercano. El
desplome de los precios del petróleo ayuda a evitar los problemas
económicos, pero el sistema financiero, dominado por bancos
internacionales, redujo severamente la concesión de créditos.
Todo
esto se traduce en un mal funcionamiento de la economía, de lo que
se culpa al partido en el poder. Por tanto, parece que será fácil
derrotar a Ávila. Sin embargo, las encuestas realizadas hasta
ahora, que todavía indican la existencia de muchos votantes
indecisos, sitúan a Ávila cerca del candidato Funes. La semana
pasada, una de ellas mostró que existía un empate estadístico entre
los contendientes.
Para
explicar por qué Ávila todavía tiene posibilidades de triunfar se
puede descartar la oposición ideológica a un gobierno de
centro-izquierda como el de Lula en Brasil. Los salvadoreños están
cansados de Arena debido a Saca, y dicen que les gustaría la
competencia entre los políticos. En realidad, lo que asusta a los
electores es la evidencia de que, pese a los intentos de Funes de
distanciarse del extremismo del FMLN, la dirección del partido sigue
siendo el símbolo de la intolerancia.
La
actitud del candidato a la vicepresidencia por el FMLN viene al
caso. El 15 de septiembre del 2001, Salvador Sánchez Cerén dirigió
las bandas que quemaron banderas norteamericanas y celebraron los
ataques de terroristas islámicos contra Estados Unidos. Lo ocurrido
aquellos días no se ha olvidado.
José
Luis Merino, dirigente clave del partido, es más aterrador. Su
nombre de guerra apareció en las computadoras que el año pasado
capturaron los militares colombianos en el ataque a un campamento
rebelde en Ecuador, lo que sugiere que estaba involucrado en el
tráfico de armas con las FARC. De hecho se le considera el jefe del
FMLN después de la muerte de Schafik Handal, y no se preocupa por
ocultar su apetito de poder. Hace dos años, cuando en una
entrevista se le preguntó por el programa del FMLN, respondió: “Es
tomar el poder, conquistar todo el país y, de esa manera, asegurar
que no cambie la forma de gobierno. Por supuesto, no con bayonetas
o persecuciones. Ejemplos hay, como el de Venezuela, que es nuestro
modelo”.
Es
precisamente “Venezuela” lo que muchos salvadoreños quieren evitar.
Temen que, de ser elegido, Funes será echado a un lado por los duros
del partido que rehusarán abandonar el poder al término de su
gobierno. El FMLN considera que esto equivale a infundir temores,
pero las palabras de Merino dejan pocas dudas de cuáles son sus
intenciones. Los salvadoreños no pueden ignorar éstas. Si lo
hacen, la economía dolarizada, que suele ser considerada la más
abierta y competitiva de América Latina (después de la chilena)
estaría en peligro.
Febrero,
2009 |