En defensa del neoliberalismo

Un sorprendente Nobel
 
Adolfo Rivero Caro                                                         

La historia del premio Nobel es interesante. En 1837, un inventor sueco, Immanuel Nobel, llegó a Rusia para tratar de venderle una mina submarina a las fuerzas armadas. Tras varios altibajos su compañía quebró pero uno de sus tres hijos, Ludwig, desarrolló una gran empresa de armamentos. Otro hijo, Alfred, se le ocurrió mezclar la nitroglicerina, una sustancia muy inestable, con un absorbente para lograr un compuesto explosivo menos peligroso y de esa manera nació la dinamita. Alfred creó un vasto imperio mundial.

Un tercer hijo, Robert, aparentemente sin ningún talento particular, trabajaba para su hermano Ludwig. Este necesitaba madera para sus rifles y lo mandó al Cáucaso para buscarla. Robert llegó a Bakú, que estaba en medio de una fiebre del petróleo, tomó los 25,000 rublos que Ludwig le había dado para adquirir madera y compró una pequeña refinería. Los Nobel estaban en el negocio del petróleo. Es importante recordar que, en esta época, el petróleo se usaba fundamentalmente como iluminante. La luz eléctrica no se había inventado todavía. El transporte del petróleo, en barriles, planteaba un enorme problema. Ludwig lo resolvió inventando el tanquero, el barco concebido para trasladar petróleo en masa. En 1888, a los 57 años, Ludwig murió de un ataque al corazón mientras estaba de vacaciones en la Riviera Francesa. Algunos periódicos europeos confundieron a los hermanos reportaron la muerte de Alfred. Al leer su prematuro obituario, a Alfred le disgustó verse descrito como ``el rey de la dinamita'', como el hombre que había amasado una inmensa fortuna descubriendo nuevas formas de matar. Esto lo hizo reescribir su testamento, dejando su fortuna para el establecimiento de un premio que perpetuaría su nombre honrando lo mejor de la creatividad humana.

Lamentablemente, el comité que otorga los Premios Nobel se inclina a la izquierda, algo que se puede comprobar revisando su lista. Quizás sea oportuno recordar las opciones del Premio Nobel de la Paz de 1992. Con el colapso de la URSS en 1991 y la caída del Muro de Berlín dos años antes, se hubiera podido y debido escoger a cualquiera de los arquitectos de la desaparición de lo que Ronald Reagan caracterizara como ``el imperio del mal''. En vez de eso, el comité le concedió el premio a una guatemalteca llamada Rigoberta Menchú, que se había hecho famosa con una historia sobre su vida que luego se descubrió era totalmente inventada.

El Premio Nobel de la Paz de este año se inscribe en esa lamentable tradición. El año pasado, y nuevamente en este año, fue postulado para el Nobel un disidente chino, Hu Jia, de 36 años. Entre otras distinciones importantes, ha recibido el premio a los derechos humanos concedido del Parlamento Europeo en diciembre del 2008. A pesar de eso o quizás por ello, el 27 de diciembre del 2007, fue detenido por cargos de pretender ``derrocar el poder estatal'' y condenado a tres años y seis meses de prisión. Reporteros sin Fronteras señaló: ``La policía política se ha aprovechado de que la atención de la comunidad internacional está concentrada en Pakistán para arrestar a uno de los principales representantes de la lucha pacífica por la libertad de expresión en China''.

Este año su candidatura para el Nobel parecía muy fuerte porque es el 20 aniversario de la matanza de Tiananmen y el 60 del triunfo de la revolución comunista china. Cuando fue postulado en septiembre del 2008, el régimen chino le pidió al comité del Nobel que no considerara otorgar el premio a un ``criminal''. No es un caso único. En el 2008, la Fundación Nobel le concedió una nominación a otro luchador chino, Gao Zhiseheng, un abogado defensor de los derechos humanos. Aunque nadie lo recuerde, el premio fue finalmente otorgado al expresidente de Finlandia Martti Ahrisaari.

ste año no eran los únicos candidatos fuertes. Docenas de iraníes han sido condenados por haber protestado por la fraudulenta reelección de Mahmoud Ahmadinejad. Tres de ellos han sido condenados a muerte. Obviamente, un Premio Nobel a estos héroes hubiera significado enfrentar a la sangrienta dictadura iraní con la opinión mundial. Desgraciadamente no ha sido así. Es importante que el mundo esté consciente de lo que ha significado negarle apoyo a tantos héroes. Estos hombres y mujeres extraordinarios van a ser van a ser aplastados sin que esto merezca otra cosa que una nota en la página 10B.

Esa es la prensa liberal americana. ¿Cómo extrañarse de que el público no siente ningún vínculo emocional con la misma? ¿Por qué habría de sentirlo? ¿Por qué habrían de simpatizar los colombianos con una feroz y constante crítica de Alvaro Uribe, el campeón de la lucha antichavista? Esto no tiene nada que ver con el papel de Internet ni con los medios de comunicación del siglo XXI. Tiene que ver con opciones políticas. Los dirigentes de nuestros periódicos deberían de reflexionar sobre esto.

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