En defensa del neoliberalismo
 

Cuba: el timo de las armas

 

Adolfo Rivero


Recientemente, voceros del gobierno cubano han anunciado que se van a repartir miles de armas entre la población. Cuba proyecta la imagen internacional de un pueblo armado hasta los dientes. Entonces, ¿qué puede significar la idea de repartir más armas? Es curioso pero significa exactamente lo contrario de lo que parece.

El triunfo de la revolución castrista puso de moda una imagen de los guerrilleros caracterizada por el pelo largo, las barbas y las armas. Durante los primeros años de la revolución, los regalos favoritos de los dirigentes fueron pistolas, rifles e inclusive ametralladoras. La isla entera se convirtió en una especie de Dodge City tropical. Esta proliferación anárquica de las armas coincidió, significativamente, con el auge de la lucha armada contrarrevolucionaria. Y, sin embargo, fue después del aplastamiento de esa primera oposición al régimen, cuando se procedió a desarmar al pueblo cubano. Porque, aunque mucha gente lo ignore, nuestro pueblo es el más inerme del continente americano.

El desarme no fue casual. A fines de los años 60 comenzó a surgir en Cuba una oposición masiva de nuevo tipo al régimen socialista, independiente de los intereses afectados por la gran expropiación revolucionaria. Fue esta percepción lo que determinó la necesidad de desarmar a las masas: desde esa época, el régimen consideraba perdida su confiabilidad política.

El desarme del pueblo cubano se realizó a fines de los años 60 mediante un engaño masivo y sin precedentes en la historia de Cuba: el timo de la licencia. La operación se inició con un anuncio sobre la necesidad de sacar licencia para todas las armas de fuego. En Cuba, la gran mayoría consideró la petición como un paso normal en el proceso de "institucionalización" del país. Sólo unos pocos -los zahoríes, los conocedores- mostraron disgusto y rehusaron su cooperación. La gran mayoría simplemente llenó los formularios con las solicitudes pertinentes. Pero las licencias no se concedieron nunca. En realidad, lo que el gobierno había hecho era un empadronamiento masivo de todas las armas de fuego dispersas entre la población.

El próximo paso fue la gran sorpresa: todos los que habían inscrito sus armas fueron requeridos a entregarlas, sin excusas ni pretextos, dentro de un plazo perentorio y terminante. Alegar cualquier excusa: venta, cambio o extravío implicaba resultar inmediatamente clasificado en los archivos del Ministerio del Interior como un terrorista potencial. Y, por supuesto todavía estaba fresco el recuerdo del sangriento destino de los grupos contrarrevolucionarios armados. La irritación y el resentimiento fueron generales pero, a esas alturas, la estructura totalitaria ya estaba organizada y pudieron ser ignorados sin dificultad. Fue así como se desarmó a la población. Con excepción de las fuerzas armadas, sólo una fracción insignificante de jueces y fiscales consiguió autorización pare poseer armas de fuego.

Sin embargo, la tendencia a la militarización del país, la exportación de las fuerzas armadas cubanas, la ayuda a los movimientos terroristas y la constante, y engañosa, demagogia de Fidel Castro ocultaron efectivamente esa realidad. Porque el arma más peligrosa que tiene a su alcance el cubano promedio es la cuchilla de afeitar soviética que, a fin de cuentas, sólo funciona como instrumento de autodestrucción.

De aquello ha pasado casi un cuarto de siglo. Entonces, ¿qué significa actualmente la proclamada decisión de repartir armas entre la población? Como siempre, en el caso de Cuba, nada de lo que parece a simple vista.

La operación no tiene nada de militar: es fundamentalmente política. En Cuba, los cuadros de la nomenclatura están completamente desmoralizados y a la defensiva. La entrega de las pistolas apunta a cambiar esta situación. ¿Cuántos secretarios de núcleo existen en el país? ¿Cuántos administradores importantes? ¿Cuántos dirigentes de organizaciones de masas a los distintos niveles? ¿Cuántos de la juventud comunista? ¿Cuántos de los organismos estatales?

A cada uno de ellos, después de un cuidadoso escrutinio, se les va a dar una pistola. Pero, mucho más importante, se les va a recordar que, aunque están viviendo en un medio que se torna cada vez más hostil, ellos son los pastores del rebaño, los que tienen no sólo la razón, sino también la fuerza. Y ese es el verdadero objetivo de la medida: provocar un viraje psicológico en estos miles de cuadros desmoralizados, colocarlos a la ofensiva. Porque Castro considera que, si la estructura se mantiene firme, el régimen es inconmovible.

Como se ve, no se trata de armar al pueblo, sino de todo lo contrario: tratar de armar física y psicológicamente a sus guardianes, acentuar al máximo las profundas divisiones que existen dentro de la isla y, por consiguiente, crear las condiciones para una guerra civil. Es una medida hábil por parte de Castro pero, como cualquiera de las suyas actualmente, destinada al fracaso. Ninguna arenga va a cambiar la realidad.

De hecho, se trata de otro timo colosal. Pero esta vez a quien quiere engañar es a la nomenklatura. Y lo más probable es que sea su último timo.

Marzo 13, 1992.