En defensa del neoliberalismo

De la utopía platónica de Tomás Moro a la utopía hegeliana de Karl Marx
Por: Roberto Javier Rodríguez Santiago    

                                                                (9 de diciembre de 2010)

 La palabra utopía es acuñada en el año 1516 por el humanista inglés Tomás Moro para darle título a su libro Utopía, una crítica a la corrupción reinante en los reinos europeos de entonces.

Tomás Moro, como muchos humanistas, era asiduo lector y seguidor de la filosofía platónica. La palabra utopía, al parecer la acuñó inspirado en un pasaje del libro la República de Platón, en el que Platón asegura que le gustaría establecer su república en ninguna parte, en ningún sitio. De ahí Tomás Moro, que como todo buen humanista, conocía el griego antiguo, acuña la palabra utopía: del griego topos, que en griego significa lugar, sitio, espacio, y la letra u de utopía seguramente la añadió del inglés (Tomás Moro era inglés), pues en el idioma inglés, para negar algo, se acostumbra a añadir la letra u antes de alguna palabra, como por ejemplo, unnecessary significa en inglés innecesario; necessary en inglés significa necesario, con tan solo añadirle la u se significa lo contrario: unnecessary.  Es decir, la u en el inglés es significado de no, de negación. De manera que lo que quiso decir Tomás Moro es que sus ideas de lo que debe ser el mundo político no son realizables, no pueden hacerse realidad en ningún lugar, en ningún sitio, en ninguna parte. Hay que admitir que Tomás Moro era mucho más honesto que otros utopistas.

En el libro Utopía, Tomás Moro propone reformas a la situación de corrupción y de abusos cometidos por las Cortes reinantes europeas, en especial, por parte de nobles oportunistas y clérigos prepotentes y vividores. Siguiendo el modelo y ejemplo de Platón, propone sus reformas de manera indirecta, por medio de unas ficticias repúblicas americanas que se ordenan de manera racional y según criterios sociales, con un estado que regulaba todas las actividades de la gente, evitando los abusos y corrupción vigente en Europa.

Hay que entender que Tomás Moro no proponía un proyecto social irrealizable, sino que quería usar la idea de unas repúblicas americanas ordenadas por principios racionales y sociales, como manera de denunciar y criticar la situación social existente en su tiempo. Esas repúblicas americanas regidas por criterios racionales y sociales, eran para él un arquetipo de la política, de manera semejante a como las ideas son para Platón el arquetipo de la realidad. Le servía de comparación entre la realidad y el ideal político. Consciente de que su ideal político es irrealizable, denomina a su libro Utopía.

Posteriormente, hubo otras personas que se dedicaron a escribir utopías, pero no meramente para criticar los abusos de las sociedades existentes, sino para promover la construcción de sociedades perfectas, gobernadas por la razón, el altruismo, la bondad y la fraternidad.

La Revolución Francesa de 1789 ejerció un gran atractivo en la mentalidad de los utopistas. El intento de los revolucionarios franceses de crear una sociedad gobernada por la razón abstracta y por sus principios, la fraternidad, la libertad y la igualdad, motivó más que nunca a los utopistas a crear nuevos proyectos sociales, nuevas utopías.

Es en ese ambiente intelectual influido por las utopías donde Karl Marx elabora sus teorías, en especial el materialismo dialéctico y el materialismo histórico.

Karl Marx había sido educado en la filosofía hegeliana. La filosofía de Hegel tenía como fundamento la dialéctica, método consistente en explicar e interpretar la realidad como un proceso histórico de contradicciones que tendría por resultado la síntesis o anulación de las contradicciones, que para Hegel incluía todos los ámbitos: filosóficos, estéticos, políticos, sociales, éticos. Para Hegel, la síntesis, la resolución de todos los conflictos, se daría en última instancia en el futuro.

Pronto, sin embargo, se vio que la dialéctica hegeliana era más una abstracción que una realidad. Se la cuestionó por haber creído que todas las cosas se comportaban de la misma manera que en el método dialéctico. Pronto se hizo evidente que Hegel confundía la realidad con su método dialéctico. Esto constituyó un serio golpe y revés para Hegel y su filosofía.

Los discípulos de Hegel, como Bruno Bauer y Ludwig Feuerbach buscaban salvar el método dialéctico mediante un acercamiento entre la dialéctica hegeliana y las ciencias naturales. Esa fue la influencia decisiva en la mente de Karl Marx.

Karl Marx, como Bruno Bauer y Ludwig Feuerbach, también intentaba encontrar un fundamento real a la dialéctica hegeliana. Y la encontró en los conflictos sociales, especialmente en los conflictos entre clases sociales.

En aquella época, entrado el siglo 19, se estaba extendiendo la Revolución Industrial al continente europeo. La Revolución Industrial había empezado en Inglaterra a partir del año 1750.  Se inventó la máquina de vapor, alimentada por carbón natural. La idea de la máquina de vapor se extendió a la creación de trenes propulsados por el vapor, así como a las máquinas de tejer. Mediante esta tecnología, Inglaterra se convirtió en el país más rico y poderoso del mundo.

Y con la Revolución Industrial vinieron las fábricas, generalmente lugares antihigiénicos, insalubres, donde trabajaban hombres, mujeres y niños por muchas horas, 14, 15, 16 horas al día, casi sin descanso. Los niños solían ser azotados y golpeados para que no se durmieran en sus faenas. Y el salario era miserable, apenas daba para poder alimentarse.

Viendo este panorama desolador, Karl Marx pensó haber encontrado un fundamento real al método hegeliano: la lucha de clases. De esta manera, la dialéctica podía ser rescatada y salvada, si se sustituía las contradicciones de la dialéctica por la lucha de clases. A este punto, Karl Marx extendió a su dialéctica la idea de Hegel de que la síntesis o solución de las contradicciones del presente se daría en el futuro. Marx dedujo de esto que en un futuro los conflictos sociales se solucionarían dando un mundo armonizado, sin conflictos ni contradicciones. Es lo que Karl Marx denominó sociedad sin clases o comunismo. Para Karl Marx, el comunismo es la solución a los conflictos sociales. Es decir, las contradicciones dialécticas de Hegel se convierten en Marx en conflictos sociales. Y la síntesis de Hegel se convierte en Marx en la sociedad sin clases, el comunismo.

Es esto lo que muy pocos comunistas saben, que el marxismo es una versión materialista de la filosofía de Hegel, de su dialéctica, de sus ideas. Es decir, que la dialéctica de Marx substituye la dialéctica por la lucha de clases, entre dos clases que para Marx substituyen a las primeras dos categorías de la dialéctica hegeliana. Para Hegel, la dialéctica tiene tres etapas o categorías: tesis o afirmación, antítesis o negación, y síntesis o solución de las contradicciones entre la tesis y la antítesis.

Marx substituye tesis por proletariado (obrero), antítesis por burguesía, y síntesis por comunismo. De esa manera las categorías de la dialéctica hegeliana dejaban de ser categorías conceptuales, y el método dialéctico dejaba de ser un método formal.

Como vemos, la filosofía de Marx no es en esencia una filosofía de los obreros, sino una filosofía de la lucha de clases, entendida esta lucha de clases como la dialéctica, y al proletariado y a la burguesía como categorías dialécticas.

Es necesario saber que la dialéctica de Marx, o materialismo dialéctico, no es un método para estudiar cualquier conflicto social, como muchos sociólogos piensan. La dialéctica de Marx es un método para estudiar la lucha entre proletariado y burguesía, ya que para Marx la dialéctica hegeliana era una realidad que se podía evidenciar en la lucha entre proletariado y burguesía. Para Marx, como seguidor de Hegel y creyente en la dialéctica, los conflictos sociales son todos debidos a la lucha entre burguesía y proletariado. La existencia de otros estratos sociales como el campesinado, los artesanos y pequeños comerciantes y mercaderes, así como terratenientes, según Marx, no invalidaban su dialéctica. En esto se demuestra lo arbitrario de la dialéctica marxista. Como Marx quiere salvar a toda costa la dialéctica hegeliana, decide motu proprio que la dialéctica hegeliana existe en la lucha entre dos clases: burguesía y proletariado. Y como en la dialéctica hegeliana no caben más categorías que tesis y antítesis en contradicción, que Marx substituye por proletariado y burguesía en lucha, niega cualquier rol o papel de importancia al campesinado, a la pequeña burguesía y a los terratenientes. Para Marx la esencia de la historia es la lucha de clases, entre dos clases. El individuo es considerado mero aglutinante del proletariado o de la burguesía. De ahí que se niegue implícitamente la existencia del individuo, que para Marx, o representa los intereses de la burguesía o la lucha contra la burguesía. Es increíble el abuso que los filósofos pueden hacer de las abstracciones.

Marx no hizo su filosofía para defender los intereses del proletariado. Marx hizo su filosofía para salvar la filosofía de Hegel, para salvarla de sus categorías formales. Es decir, Marx salva las categorías e ideas de Hegel en su concepción materialista de la historia. He ahí las razones de que las teorías marxistas resulten arbitrarias, incluso en la práctica. En el debate académico, las teorías marxistas generan escolásticas a las que hay que someterse y obedecer, sin posibilidad alguna de someter a análisis racional ni científico. En la práctica, las teorías marxistas generan monumentales dictaduras que, de la misma manera en que Marx niega la existencia del individuo sino como parte de una clase social, aquéllas niegan los derechos humanos y la libertad del ser humano, y convierten sus sociedades en laboratorios de experimentos sociales y humanos, reduciendo al individuo a conejillo de Indias de los laboratorios socialistas y comunistas, donde el Partido Comunista ejerce el rol no solamente de Dictador sino también de científico de laboratorio. Y el que no acepte ni se someta a los científicos del laboratorio socialista y comunista, termina en campos de concentración, en GULAG, o exterminado como si se tratase de un conejillo de Indias que ya no da para más experimentos.

Roberto Javier Rodríguez Santiago nació en Ponce, Puerto Rico. Tiene un Bachillerato en Artes y Humanidades, con concentraciones menores en Sociología y Criminología, de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico. Es poeta, ensayista, articulista, cuentista, pensador. Ha publicado tres libros de poesía/ poemarios: De Piedra en adelante (2003), Poemas Terrenos (2005), Poemario Sa(n)gra(n)do (2006). Actualmente se dedica a la lectura de libros filosóficos e históricos.