En defensa del neoliberalismo
 

El zarpazo del miedo

 

Adolfo Rivero Caro

Recientemente, Fidel Castro mandó a fusilar, en 72 horas, a tres hombres que habían secuestrado la lanchita de Regla. Simultáneamente, encarceló e impuso largas condenas a casi 80 militantes de la oposición civilista. Entre ellos hay destacados periodistas independientes como Raúl Rivero, el mejor poeta cubano contemporáneo, Víctor Rolando Arroyo, Héctor Maseda, Manuel Vázquez Portal y Oscar Espinosa Chepe así como dirigentes de la oposición como Héctor Palacios, Marta Beatriz Roque, los hermanos Ariel, Guido y Miguel Sigler Amaya, Luis Milán Fernández, Margarito Broche Espinosa y muchos otros. Es pertinente recordar que otros tres periodistas --Carlos Brizuela, Léster Téllez y Carlos Alberto Domínguez, de Camagüey, Ciego de Avila y La Habana respectivamente-- llevan más de un año presos sin que se les haya llevado a juicio. ¿Qué puede explicar este súbito y brutal zarpazo de Fidel Castro? ¿Por qué ahora? Yo me atrevería a sugerir la traumática experiencia de Irak, su justificado desprecio por la ''comunidad internacional'' y su invariable confianza en la eficacia del antiamericanismo.

La guerra de Irak ha creado una nueva situación geopolítica mundial. Las fuerzas de la reacción, la dictadura y el terrorismo han perdido un poderoso aliado y una estratégica base de operaciones. No se trata de que Estados Unidos pretenda cambiar el mundo a su imagen y semejanza. Lo que no va a permitir es que ningún estado vinculado al terrorismo internacional lo amenace con armas de destrucción masiva. El 11 de septiembre del 2001, Estados Unidos sufrió un ataque devastador. Otro ataque pudiera ser infinitamente más costoso. Esperar otra agresión para poder considerar ''justificada'' una reacción americana sería suicida y, por consiguiente, inaceptable. No se puede confiar en ninguno de los métodos tradicionales de la diplomacia internacional cuando se está tratando con naciones que no se rigen por un estado de derecho, son activas promotoras del terrorismo y pretenden chantajear al mundo con armas de destrucción masiva.

Fidel Castro ha reaccionado con espanto ante la nueva política de Estados Unidos porque sabe que Cuba está entre el pequeño número de países que llenan los requisitos para un ataque preventivo americano. Sus plumíferos hablan de ''momentos de gravísimo peligro internacional'' y comparan a George W. Bush con Adolfo Hitler, emulando a ''Bagdad Bob'', el hilarante ministro de Información de Saddam Hussein. Con todo, no se trata, a mi juicio, de que esté esperando algún desembarco de la 103ra División Aerotransportada por Tarará ni que algún Stealth F-117 vaya a dejar un hueco humeante en su oficina del comité central. Sabe que Estados Unidos está muy lejos de ser proclive a las intervenciones y que calibra con extraordinario cuidado cada manifestación de poderío. Lo que lo ha angustiado, sobre todo, es la televisión. Las elites cubanas, los mandos del ejército, los jefes de la nomenklatura han visto las imágenes del derribo de las estatuas de Saddam Hussein y de los iraquíes abrazando y besando a los marines. Para él son imágenes premonitorias y funestas. Saddam Hussein era un viejo amigo. Su régimen parecía sólido, estable. Todo fue barrido en tres semanas. Es por esto que Castro considera que el mundo vive un momento de enorme peligro. Teme que su nomenklatura desmaye y que sus fuerzas armadas se rindan al Canal Fox de noticias. Es por eso que toma medidas brutales contra la disidencia interna. Quiere enviar un mensaje de firmeza a su burocracia. Aparenta ser desafiante ante Estados Unidos cuando, en realidad, sólo busca nuevos acuerdos y negociaciones.

Castro, por otra parte, desprecia la reacción de la ''comunidad internacional''. ¿Qué van a hacer? ¿Votar contra Cuba en Ginebra? Ningún gobierno latinoamericano va a romper relaciones con él. Le tienen miedo a sus contactos con los terroristas, a sus inmensos archivos sobre todas las personalidades del continente, a su capacidad de chantajear, desprestigiar y generar disturbios. Sabe que cualquier amago de tomar posiciones más duras, de romper relaciones, exigir sanciones económicas o buscar su aislamiento será criticado como ''injustificado'' y fustigado por ``hacerle el juego a Estados Unidos''.

A infinidad de expertos y analistas latinoamericanos, por no hablar de los gobiernos, les ha parecido muy natural coincidir con Fidel Castro, Hugo Chávez, Lula y Jacques Chirac en contra de George W. Bush, Tony Blair, José María Aznar y Alvaro Uribe. Todo justificado por el antiamericanismo. Castro comprende, utiliza y explota esa vasta idiotez. No me refiero, por supuesto, a las merecidas críticas que pueda tener cualquier aspecto de la política de Estados Unidos. Pero estas críticas tienen que ser puestas en el contexto de que Estados Unidos es el principal defensor de la libertad y la democracia en el mundo, el vencedor del fascismo y el comunismo en el siglo XX, el principal propulsor del progreso científico-técnico. El antiamericanismo no es sino una coartada para las ineptitudes y frustraciones de nuestros pueblos laboriosamente cultivada por la izquierda desde hace un siglo. Es el pretexto, la justificación y la excusa para todos los ataques contra el progreso y la modernidad.

Es patético que los gobiernos latinoamericanos finjan creer que los ataques americanos contra Afganistán e Irak plantean un peligroso para México, Chile o Uruguay... Apoyar a Saddam Hussein frente a Estados Unidos no es política exterior, sino demagogia interna; no es audacia, sino apocamiento; no es independencia, sino seguidismo. Los verdaderos estadistas no siguen la opinión pública, sino que la dirigen. Sólo Alvaro Uribe, Bolaños y Flores han sacado la cara por América Latina. Es un bochorno. Si no fuera por esta indigencia intelectual y política, Castro y Chávez estarían haciendo las maletas. Son ellas, en última instancia, las que les permiten sus desafueros y sus crímenes.